El estado de la Tierra

El estado de la Tierra

WorldWatch Institut


Cada año, desde 1984, el Worldwatch Institut de EEUU publica un relatorio sobre el “Estado de la Tierra”. Este estado es cada vez más aterrador. La Tierra está enferma y amenazada. De entre muchas constataciones sólo mencionamos dos.

La primera: un 79% de la humanidad vive en gran pobreza; mil millones viven en estado de pobreza absoluta; tres mil millones de los 5.300 millones tienen una alimentación insuficiente; 60 millones mueren anualmente de hambre y 14 millones de jóvenes menores de 15 años mueren anualmente a consecuencias de diferentes enfermedades.

La segunda: las especies sufren una amenaza semejante. Se estima que entre 1500-1850 era eliminada una especie cada diez años. Entre 1850-1990, lo fue una especie por año. A partir de 1990, desaparecerá una especie por día. A este ritmo, en el año 2000 desaparecerá una especie por hora.

Importa también decir que el número de espe­cies varía, según los criterios de los especialistas, entre 10 y 100 millones, siendo que sólo han sido conocidas 1,4 millones de ellas. De todos modos hay una máquina de muerte que se mueve en contra de la vida en las formas más diversas.

El modelo de sociedad y el sentido de vida que los humanos proyectan para sí, por lo menos en los últimos 400 años, están en crisis. Y el modelo, en términos de lógica cotidiana, era y continúa siendo: lo importante es acumular gran número de medios, riqueza material, bienes y servicios, a fin de poder disfrutar nuestro corto paso por este planeta.

Para realizar este propósito utilizamos la ciencia, que conoce los mecanismos de la tierra, y la técnica, que interviene en ella para el beneficio humano. Y eso se hará con la máxima velocidad posible. Se busca por tanto el máximo beneficio con el mínimo de inversión y en el plazo más corto posible.

El ser humano, en esta práctica cultural, se entiende como un ser sobre las cosas, que dispone de ellas a su capricho, no como alguien está junto a las cosas, como miembro de una comunidad mayor, planetaria y cósmica.

El efecto final, solamente ahora visible de forma innegable, es éste, expresado en la frase atribuida a Gandhi: la tierra es suficiente para todos, pero no para la voracidad de los consumistas”.

Las preguntas que preocupan a los humanos no son sólo la inconmensurable majestad del universo, los agujeros negros (verdadero infierno cosmológico que impide cualquier comunicación) y lo infinitamente pequeño de microfísica, hasta el punto cero inicial, en el momento del big-bang. Lo que agita al ser humano -profundidad abismal de pasiones y cloaca prutefacta de miserias- son, como diría Pascal, demandas del corazón, donde moran las grandes emociones que hacen triste el paso por este mundo, trágica la existencia, exultante la vida, realizadora de los más ancestrales deseos. ¿Cómo tolerar el sufrimiento del inocente, cómo convivir con la soledad, cómo aceptar la propia pequeñez? ¿Hacia dónde vamos, ya que sabemos tan poco de dónde venimos, y apenas un poco de lo que somos?