EL EVANGELIO DE LA NOVIOLENCIA: APRENDER A DESOBEDECER PARA «HUMANIZAR LA HUMANIDAD»

 

JOAN MORERA PERICH

Se me ocurren muchas cosas a desobedecer: la parte de impuesto para gasto militar, el consumo de carne o pescado, la banca armada en lugar de banca ética, los productos de empresas sin mínima ética laboral o ecológica, la explotación de los trabajadores en una plantilla, el ocio basado en violencias y deshumanización ―en películas, videojuegos...―, la colaboración con un cura que no quiere escuchar a su comunidad, las tradiciones eclesiales que dañan a la gente ―como no aceptar el colectivo LGTBIQ+, o discriminar a las mujeres...―, la doctrina de la «guerra justa»…
Todas estas desobediencias tienen unas consecuencias que nos complican la vida. Deberemos valorar si somos capaces de sostenerlas, y calibrar en que medida afectan a terceras personas: quizás desobedecer al director me dejará en la calle y sin salario para la familia, o simplemente quisiera practicar todas estas desobediencias pero solo tengo fuerzas para una de ellas. Sin embargo, siempre tendremos nuestra parte de responsabilidad en lo que hacemos o dejamos de hacer, bien sea obedeciendo leyes injustas o la propia conciencia. Un soldado no puede decir: no era culpa mía, me habían ordenado matar.
La conciencia es prioritaria y es necesario educarla. Ira Chaleff lo llama desobediencia inteligente, no por simple pataleta sino sensata y ética: busca el bien común de todos los seres, incluso de la parte opresora. Tal desobediencia se vuelve imperativa en el mundo de hoy: debemos enseñarla a los niños. Si queremos vivir en una sociedad sin abusos de autoridad, de conciencia, o sexuales, es necesario educar a desobedecer. Nunca debería enseñarse a los niños a obedecer a una autoridad por el simple hecho de ser superior, sino a obedecerla solo cuando tiene buenos argumentos ―lo que manda no es incorrecto― o al menos cuando no daña, y a desobedecerla en caso contrario. Una gran metáfora son los perros entrenados para guiar a personas ciegas: aunque reciban la orden de cruzar una calle, deben estar capacitados para desobedecer, por mucho que el amo insista, si el perro comprende que cruzar puede ponerlo en peligro. Si los perros son capaces, ¿por qué tantos militares a los que se les ordena matar siguen obedeciendo? ¿O personal que produce y transporta armamento siguen obedeciendo? Los malos políticos de hoy vienen de nuestro hábito de obedecer leyes injustas: no les hemos elevado el umbral ético mínimo.
El obispo Pedro Casaldàliga, testigo sublime de la desobediencia a opresores, como latifundistas que quitaban la vida de los posseiros en Brasil, dijo al recibir el Premio Internacional Catalunya (2006) resumiendo sus causas: «Humanizar a la humanidad es la misión de todos, de todas, de cada uno y cada una de nosotros.» Humanizar es el criterio para desobedecer. Si el orden o la ley deshumanizan, es esencial desobedecerla para mejorar el mundo.
¿Podrá haber guerras sin personas dispuestas a colaborar en ellas?
Para no ser ingenuos, hay que añadir que el problema siempre es el mismo: escoger esto por amor a Dios puede llevarnos a perder muchos bienes y personas, incluso la propia vida. Es lo que le pasó a Alexséi Navalny al defender la justicia, haciendo oposición al gobierno autocrático de Rusia: él mismo ante el tribunal confesaba su fe cristiana asegurando que la cita del Evangelio «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados» le había guiado por esta vida de desobediencia a leyes injustas de Vladimir Putin. Lo mataron, pero su vida inspirará eternamente a quienes como él siguen haciendo el mundo mejor. «Resucitaré en el pueblo salvadoreño», dijo también san Óscar Romero. Si queremos sociedades donde los niños sepan decir NO cuando algo es incorrecto o daña, sepan resistir la presión de compañeros/as con drogas, sepan incluso desobedecernos
a nosotros/as si razonadamente sienten que lo que les pedimos no está bien... hay que empezar en casa, dándoles la oportunidad de argumentar desobediencias cada día.
Sin embargo, hay veces que no es suficiente desobedecer. Cuanto mayores son las violencias, mayores las noviolencias necesarias para desarmarlas. Para decir basta al malvado habrá que insistir tercamente por medio de acciones creativas, pensadas para sacudir conciencias. Jesús de Nazareth lo practicó en una acción de caos en el Templo de Jerusalén, harto de ver la explotación y abuso religioso de mercadear con el amor de Dios oprimiendo a los pobres con sacrificios como condición para ser perdonados. Pero también dio tres ejemplos clave que encontramos recopilados en Mt 5,38-41, situaciones de desobediencia por exceso para presionar la conciencia del opresor hacia la humanización. Walter Wink hace una genial interpretación:
«Si alguien te pega en la mejilla derecha, vuélvele también la otra» (Mt 5,39b). No se trata de una estupidez sumisa para continuar la agresión: ¡Jesús también había vivido la opresión romana! El texto de Mateo ―que refleja mejor que Lucas el original― nos dice que abofetea la mejilla derecha. La mano izquierda era considerada impura, y abofetear la mejilla derecha tenía que hacerse con el reverso de la mano derecha, un tipo de bofetada que pretendía humillar. Si podía demostrarse, ¡tenía que ser compensado con el salario de 400 días! Solo se arriesgarían a hacerlo si no existían testigos, y en condiciones de superioridad. ¿Qué se puede hacer? Jesús propone presentar la otra mejilla ―la izquierda―: este ofrecimiento provocativo solo facilitaría otro golpe si el agresor/a lo hiciera con el reverso de la mano izquierda ―impura, estaría admitiendo que lo que hace es bajo y perverso―, o bien con la palma o puño de la mano derecha ―cualquiera de los dos asumía un combate entre iguales―. La acción noviolenta tiene una doble intención: restar control al agresor ―puesto que la violencia deja
de darle el poder― concediendo unos instantes de conversión para cuestionarlo, y tomar la iniciativa reclamando dignidad humana como igual, en palabras de Casaldáliga, humanizando a la humanidad.
«[…] y al que quiera llevarte a juicio y tomarte la túnica, déjale también el manto» (Mt 5,40). No se trataba de un juicio cualquiera, sino de evidente extorsión. Los abusivos impuestos romanos provocaban la asfixia de los pequeños campesinos. De nuevo parece que la versión de Mateo es la auténtica: el extremo de la injusticia es tomar a la víctima la túnica ―ropa interior― en lugar del manto ― más caro, tela exterior― porque así burlaban las leyes de Ex 22,25-26 y Dt 24,12-13 que impiden retener el manto después de la puesta de sol. La respuesta de Jesús es chocante: entregar también el manto. No tirarlo a los magistrados, sino entregarlo con dignidad junto a la túnica, quedando obviamente desnudo. La desnudez era en la cultura semítica del s.I ―y en otras muchas― una acusación a quien la miraba, un escándalo y un reclamo de dignidad, ya que no se le podía ni reconocer el rango social a través de la ropa. El grito de dignidad por interpelar la injusticia del tribunal, y la capacidad de tener iniciativa ―que afirma sin palabras: todavía soy persona―, están concentrados en esta acción.
«Si alguien te obliga a llevar una carga durante una milla, haz con él dos». (Mt 5,41). Llevar una carga («hacer angaria») era antiguamente una práctica humillante que hacían los animales, utilizados como medio de transporte rápido relevándose en largas distancias. Aparte de la animalización, esta práctica vejaba a la población. Jesús propone aquí volver a desobedecer por exceso: llevar la carga una milla más. Esto provoca que el romano pierda el control del abuso, y lleva esta ley depravada hasta el ridículo: ¡el romano podía ser castigado si lo forzaba más allá de una milla! Además, después de esto se lo pensaría dos veces antes de forzar a alguien más y perder el control.
En conclusión, la propuesta de Jesús es clara: ante leyes u órdenes injustas y opresivas es necesario responder con acciones noviolentas creativas que, desobedeciendo por exceso, busquen interpelar la conciencia hacia la dignidad humana, una erosión que tarde o temprano es capaz de conseguir su propósito. El objetivo no es vengarse ni vencerlo, sino insistir hasta recuperar a la persona victimaria actualmente «enferma» de crueldad, ciega y sorda al Reino de Dios.