El éxodo a las ciudades ¿o anti-ciudades?

El éxodo a las ciudades
¿o anti-ciudades?
 

José COMBLIN


En 40 años 200 millones de latinoamericanos salieron del campo y se fueron a vivir a la ciudad. Pocos quedaron en el campo. Y sin embargo, todavía son 100 millones los que se preparan para irse también a vivir en donde ya están sus hermanos. ¡Qué aventura! 200 millones de personas luchando y trabajando sin tregua para conquistar un pedacito de terreno, recoger ladrillos, o madera o materiales de basura para levantar paredes, buscar tejas o cartones o cualquier material para techar, y durante años mejorar poco a poco su tugurio, favela, villa-miseria, pueblo libre... cualquiera que sea el nombre. Luchar con la alcaldía, con la policía, con los jueces, con los propietarios... para conquistar el derecho de vivir en la ciudad.

¿Ciudad? ¿Será una ciudad?, ¿o un campamento?, ¿o un campo de concentración? El que penetra en las áreas periféricas de Lima, o de Santiago, o de cualquiera de las grandes metrópolis latinoamericanas, piensa: así será el infierno. Aquí está el infierno. ¿Pueden vivir personas en esta basura?

Pues sí, allí vive gente. ¿Cómo logran vivir en tales condiciones? ¡Cuántas reservas de energía tendrá el ser humano para poder sobrevivir en tales condiciones!

Everaldo viene del campo y llega a Recife. Hace pocos días. Recibe la visita del jefe del barrio. ¿Quién es el jefe en las ciudades hoy día? El narcotraficante, por supuesto. El jefe le comunica las instrucciones para poder permanecer en el barrio y le da el salvo-conducto. Everaldo se asusta. Andando por la calle se pregunta cómo podrá educar a sus hijos: aquí los niños sólo juegan juegos de guerra: la policía contra los traficantes, y los traficantes entre ellos. Sólo hablan de violencia, armas, matar y morir. La única realidad que los niños conocen.

Pues en la ciudad lo que domina es el tráfico de las drogas, de las armas, de todo lo que es clandestino. Borrachera, corrupción de las autoridades y de la policía, depresiones nerviosas, crímenes, angustias, asaltos de ancianos para robarles su jubilación miserable...

Además, basura en los caminos, polvo, lodo, aguas sucias, niños jugando en la basura, gritos, peleas en las casas... Sin contar a los niños asesinados, o los jóvenes que se matan porque pertenecen a bandas diferentes. ¿Será solamente Rio de Janeiro? ¡No! Todas las grandes ciudades son así.

Sólo hay dos profesiones que crecen sin cesar: el comercio de drogas y la policía particular, más numerosa que la policía pública, en la que nadie confía.

¿Y la Iglesia? ¿La Iglesia lo sabe? Sólo empieza a saber. Algunos. No el conjunto.

Estamos en 1955. Rio de Janeiro, ¡“la ciudad maravillosa”! Congreso eucarístico internacional. Un triunfo de la Iglesia, un triunfo del organizador, el arzobispo auxiliar de Rio, Helder Câmara. Obras y gastos faraónicos. Cortaron una montaña para sacar del mar un barrio nuevo, el “aterro de Flamengo”, en donde se hace la explanada para la misa de conclusión. Sólo un problema: los obispos que celebran al altar tienen ante los ojos una vista sorprendente: las favelas, exactamente al frente. Después de la misa, el anciano cardenal Gerlier (Lyon, Francia) se acerca a Helder Câmara y le felicita por la organización impecable del congreso. Y añade: “¿Por qué Ud. no coloca todos sus talentos de organizador al servicio de los pobres? Todas estas favelas son un insulto al Creador”. Para Helder Câmara esta palabras fueron su camino de Damasco. Dio una vuelta completa. Helder respondió al cardenal: “este momento es el cambio en mi vida. En adelante todo lo que pueda, lo colocaré al servicio de los pobres”. Así la Iglesia descubrió la ciudad.

En aquel tiempo había 150 favelas en Rio. Helder Câmara pensaba que en 10 años la Cruzada San Sebastián, fundada por él para enfrentar el problema de las favelas, podría terminar sus trabajos. Los 400.000 favelados habrían recibido una habitación digna del ser humano. Hoy día, después de casi 50 años, las favelas son innumerables y allí viven 4 o 5 veces más habitantes. Peor: el fenómeno se extendió a todas las ciudades, no sólo a las grandes, sino también a las medianas.

Ahora bien, al lado existen los paraísos de las clases ricas. Barrios privilegiados protegidos, limpios, urbanizados según el modelo de las ciudades norte-americanas, mejor dicho de los suburbios norte americanos de New Jersey, Los Angeles o de la carretera 123 de Massachussetts. Mejor todavía: están surgiendo ciudades-paraíso cercadas de muros como en la edad media para que sólo puedan entrar las personas que tienen pasaporte especial o por lo menos “buena apariencia” (que no sean morenos). Allá los privilegiados tienen sus shopping-centers que son los santuarios construidos para celebrar el culto al dios de la ciudad: el Dinero. El culto consiste en comprar y consumir de acuerdo con la nueva filosofía: “consumo, luego existo”; es el punto de partida de todo conocimiento.

Si se pregunta a la clase media de São Paulo: “¿cuál es el mejor símbolo de la ciudad?” Contestan: la avenida Paulista. Ahora bien, la avenida Paulista es la Wall Street de São Paulo. Allí triunfa en sus grandiosas catedrales el dios Dinero en sus diversas manifestaciones: City Bank of New York, Bank of Tokyo, Banco do Brasil, Bradesco, Itaú, etc, hipóstasis todas ellas del mismo dios único y verdadero, el dios Dinero -¡que reine eternamente!-.

Las personas que allá viven nunca han visto la otra parte de la ciudad. Le tienen horror sólo a pensar en su existencia, lo que a veces los periodistas recuerdan cuando hubo una matanza hecha por la policía. Cuando en sus carros pasan en la cercanía de los barrios populares, la gente de bien se cubre el rostro con la mano para no ser afectado por la energía negativa que sale de estos barrios sucios. Para ellos un solo remedio: ¡más policía y más prisiones!

¿Cuál es la salida? ¿Quién dará humanidad a las poblaciones de nuestras anti-ciudades? Nadie vendrá a ayudar a sus habitantes. Ellos mismos tendrán que buscar sus soluciones. Los mismos excluidos y oprimidos tendrán que dar solución. Solución a la violencia: organizando su propia policía popular. Solución a la falta de alojamientos: conquistando tierras, derechos, materiales de construcción. Solución a la falta de salud: organizando sus dispensarios. Solución a la falta de educación: organizando la educación de los niños. Solución a la falta de empleo: organizando trabajos voluntarios y exigiendo colaboración de las autoridades. No hay ningún problema que las clases ricas o las autoridades públicas vayan a solucionar: éstas no pueden, porque todos los recursos son necesarios para mejorar la vida de los poderosos. Nunca sobrará nada para los pobres. Estos por sí mismos tienen que luchar y trabajar, como hacen desde hace 40 años.

Los Santos del siglo XXI serán varones y mujeres, seglares, que dedicarán todas sus energías, todo su amor para construir no ya la ciudad de ladrillos sino la ciudad de ciudadanos; de campesinos expulsados de la tierra y perdidos en los campamentos... habrán conseguido hacer ciudadanos libres y activos que vivirán en verdadera comunidad.