El éxodo de las subjetividades

El éxodo de las subjetividades

Carlos CASTILLO M.


El éxodo subjetivo de personas y pueblos

Ha ocurrido algo muy común y patente a la vista de todos. Hoy las personas de la gente común tiende a estar en crisis psíquica y social. Eso es lo que se ha dado en llamar crisis de la subjetividad personal y social. Es un éxodo que hemos de vivir, una migración, un camino largo y duro que ya estamos viviendo.

Los seres humanos con los que contó la Iglesia para abrirse a las tareas de compromiso social de los años 70 eran más sanos psíquicamente que los de la actualidad. Quizás de ahí el poco interés actual por lo social, y el enorme interés por la salvación individual. Si hoy se propiciara el cambio social -¡y cómo no promoverlo con tanta pobreza!- o se tendría pocos seguidores, o tendríamos que preguntamos por sus motivaciones, puesto que resultaría tremendamente extraño en estos tiempos de tan poca gente preocupada por la cosa social.

Se ha hecho lugar común que de la mente estemos más tocados en estos tiempos. Ese es nuestro éxodo: hemos de caminar hacia la tierra prometida de la salud síquica y social, de la sanación del sujeto individual y colectivo.

La subjetividad personal se encuentra encerrada en un extremo narcisismo sin horizontes, fragmentada en todas sus partes, sin referentes claros, inciertos. Por eso se ha llamado a este tiempo “tiempo de subjetividad”: las personas cultivan sin medida su propio jardín y recurren cada vez más a medios inadecuados para salir de sí mismos.

Los factores del éxodo subjetivo

Y es que parece haber una serie de factores fundamentales de cambio:

-uno primero, es que mientras la generación de los 70 luchó contra referentes rígidos establecidos, hoy las nuevas generaciones luchan contra la carencia de referentes: buscan un orden, un padre y una ley que nunca tuvieron. En efecto, mientras las generaciones de hace treinta años buscaban el compromiso social, ahora las nuevas buscan la afirmación personal, condición necesaria para sólo después encontrar el paso a lo social y político.

-segundo, la recomposición del sujeto humano disgregado y desintegrado, es decir, la regeneración personal del sujeto individual a través de una personalidad sólida y creativa parece la principal urgencia de esta época, que requerirá de todo un cambio cultural que comience por instaurar referentes sólidos. Y esta solidez no se obtiene por medio de la práctica sacrificada y espartana del servicio a los demás sin haber tenido la formación humana previa que se debe tener en los años tempranos del sujeto, tan descuidados por la actual disolución de la familia –cosa que se tuvo básicamente en los sujetos del 70-. Si no se logró tenerla en los primeros años, la reconstrucción del sujeto exigirá un proceso especial dedicado y específico, aunque sea fuera de la edad adecuada, y no por medio de una sustitución que más bien traslada el problema para más tarde. Lo normal será dotar adecuadamente a cada generación de la formación humana básica que requiere. Lo urgente es crear bases de normalidad.

-tercero, la disolución de las formas de subjetividad social que aseguraban al sujeto individual referentes, estilos de vida, costumbres, relaciones e identidad. El desarraigo actual es consecuencia de la inexistencia de instituciones y formas de relación sólidas, o, como ahora se dice, de la existencia de organizaciones en disolución o extremadamente flexibles, donde todo puede suceder.

La descomposición sobre todo de la política como medio de organización de la sociedad al alcance de todos para participar y orientar los destinos de las naciones y el destino mundial ha derivado en la ineficiencia para responder a las demandas de los ciudadanos del mundo. A más complejidad de la sociedad, la política se hizo mas retórica. Se reclama una política más cercana, más al alcance del ciudadano medio. Pero ese reclamo presupone la desnaturalización de la política: los sujetos individuales dispersos no reclaman un político sino un padre. Y ése es el drama de lo político, que es cada vez más una función social en la que se borran las diferencias específicas y los ciudadanos dejan de ser libres para hacerse ciudadanos siervos, masivamente relacionados por los medios de la tecnopolítica, pero carentes de todo poder. Una política más cercana y a la vez más lejana, menos participativa, más indirecta, más teledirigida.

-Cuarto, la reconstrucción del sujeto social y político por eso es una tarea pendiente en el mundo de hoy. Se podrán dar movimientos políticos surgidos de la necesidad inmediata o del caudillo emergente en medio del vacío y orfandad política; pero eso no es política, eso son movimientos sociales. Esta reconstrucción de lo político es más larga de lo que se piensa, y pasa definitivamente por la reconstrucción de sujetos sanos capaces de decisiones éticas y sacrificadas en aras del conjunto de la sociedad. Eso tardará todo el tiempo que demore tener una media social de personas sanas. El problema clave es cada vez más claramente cultural.

La gran tarea de fin de milenio: restañar heridas.

De allí que la gran tarea de fin de milenio será restañar heridas y enjugar lágrimas para reconstruir personas y pueblos. Sólo después de un largo período en que éstas intenten salir al servicio social y generar una nueva cultura de vida se podrá forjar las bases de una nueva forma de hacer política. El rechazo a la política hoy se explica así. Y más vale aceptar el reto primero de la subjetividad personal, aunque la psique de cada persona se presente como “un barril sin fondo” y el reto de la subjetividad social tarde en reconstruirse.

Respecto de estas dos crisis se abren enormes desafíos para el militante, creyente o no. Por una parte organizarse para sanar de las heridas. Ya lo están haciendo grupos, organizaciones, iglesias, ONGs: organizaciones habitadas por el consuelo, la compañía infatigable en el sufrimiento humano, resucitadoras de la esperanza. Esto presupone también en el terreno social la organización de instituciones de convocación, para que la gente no ande perdida y errante. Ante el signo anónimo y angélico de las torres postmodernas de cristal intercomunicadas por un espacio de flujos sin historia, surge el signo inconmovible de la hospitalidad, de la convocación a compartir, de la historia que gana las mentes y los corazones a la solidaridad. Esto que es simple signo, si se lleva en forma generalizada y comprometiendo a vastos sectores de la sociedad, especialmente los jóvenes, tendrá una enorme repercusión cultural y política, por el tipo de valores que sedimenta.

Cultivar los nuevos valores culturales desde diversas instancias –grupos, organizaciones sociales, iglesias- supone crear espacios para una mística suscitadora de creatividad para un compromiso que regenere el sujeto y el mundo. Especialmente las iglesias han mostrado su enorme capacidad para regenerar los sujetos. En este momento en que es más a largo plazo el cambio necesario –y urgente- de las estructuras injustas de la exclusión, estos cambios no se podrán dar sin sujetos responsables y maduros que los conduzcan. Y la humanidad doliente de nuestros días no está en condiciones de asumir tal carga a menos que desarrolle una capacidad de soporte, creatividad y vitalidad sobrehumanas. La tarea de formación personal en las iglesias sobre todo, es la que nunca faltó, la que las iglesias más cuidaron y la que hoy se echa más en falta por la magnitud de los desafíos.

Pero esta tarea es de todo militante, creyente o no. El mundo que tenemos no sólo produce crisis de sentido en la vida de los sujetos. (Esto sería el problema ya viejo del existencialismo de inicios de siglo). Hoy el problema es la real y definitiva aniquilación del sujeto, no sólo por falta de sentido sino por desaparición real del sujeto humano, de la conciencia, de la estructura personal. La muerte del sujeto humano y de la naturaleza, y la posibilidad de desaparición del género humano es la cuestión central. No la falta del sentido de la vida sino la falta de vida o mejor, la destrucción progresiva de la vida.

Todo militante, creyente o no, está llamado a asumir la perspectiva regeneradora de la vida de los sujetos. Si no hay sujeto hay que regenerarlo. Sólo con un sujeto regenerado se puede emprender luchas, denuncias y protestas. Sanar el sujeto personal y social es una gran tarea de creatividad regeneradora, similar a la que los primeros cristianos emprendieron ante la quiebra del mundo romano. Una tarea “resurreccional”, guiada por la capacidad de creer en que una fuerza así desata tales fuerzas creadoras contenidas que el mundo puede cambiar sustancialmente o ser sustituido por el nuevo que hemos ido creando.

 

Carlos CASTILLO M.

Lima, Perú