El Éxodo del campo al campo

El Éxodo del campo al campo
Empedernidos, eternos caminantes...
 

João Pedro Stédile


Desde que aquí arribaron los colonizadores europeos, la historia del pueblo latinoamericano es una historia de emigrantes. Pero, ¡qué extraña historia! Al fin y al cabo vivimos en un enorme continente territorial y, pese a que somos muchos millones, América Latina registra una de las menores densidades poblacionales de todos los continentes. O sea: ¡hay tierra para todos!

Entonces, ¿por qué tuvimos que pasar 500 años caminando de un lado para otro, siempre expulsados? Un éxodo eterno de generación en generación. Y cuando parecíamos ya acomodados, surgía de nuevo un señor todopoderoso que, una vez más, nos expulsaba.

Esta constante migración está necesariamente vinculada a los modelos económicos que las élites implan-taron en nuestros países. El modelo económico es el modo como las clases dominantes procuran organizar la producción y las relaciones sociales en la sociedad.

Desde la invasión de Colón hasta mediados de 1930, nuestras sociedades coloniales siguieron los dictámenes de las metrópolis. Y aquí se implantó el denominado modelo agro-exportador. Y, en algunos países, el modelo minero-exportador. O sea, le tocaba a nuestro continente producir sólo mercancías que interesaban a las élites de la metrópolis y no los bienes necesarios para nuestro pueblo. Fueron así obligados a producir sólo cobre, plata, hierro, diamantes, oro. En otros lugares sólo azúcar, algodón, café, cacao, cuero, tabaco.

Y, ¿cuál era el papel del pueblo nativo en ese modelo? Aprisionado, masacrado y trasladado como esclavo a las minas o a las grandes plantaciones. A los residentes, una única sentencia: ¡muerte! Por eso hizo falta mano de obra. Fueron entonces a buscar otra parte de nuestro pueblo: millones de africanos traídos prisione-ros del otro lado del Atlántico. Y estando ya en nuestro Continente, de nuevo trasladados, vendidos de un lado para otro, como simples mercancías. Separados de la cultura, de la familia, de cualquier raíz. Y más tarde fueron a buscar una parte más de nuestro pueblo: los pobres campesinos excluidos de Europa. Ya no había lugar para ellos allá. El pobre siempre es un estorbo para el desarrollo. La única alternativa era emigrar hacia América, antes de morirse de hambre.

1930-1980

El modelo agro-minero-exportador entró en decaden-cia. Ya no cabía la esclavitud. Surge una nueva élite. Las burguesías industriales derrotan a las oligarquías rurales e implantan un nuevo modelo económico: la industriali-zación. Más del 80% de nuestro pueblo vivía todavía en el medio rural. Pero ahora, en las ciudades, hace falta una mano de obra barata para la industria. ¡A emigrar nuevamente! Expulsados de la tierra o atraídos por la ilusión de ser mejor explotado, millones fueron nueva-mente obligados a salir de sus casas. De 1930 a 1980, América Latina invirtió completamente la ubicación de su pueblo. Casi todos los países pasaron a tener menos del 30% de la población en el medio rural. Un éxodo espantoso. Millones de familias abandonaron sus comunidades rurales y salieron hacia las ciudades. América Latina se urbanizó en 50 años, en la misma proporción que Europa y EEUU lo hicieron en 250 años...

El éxodo rural no fue un proceso natural de aglome-ración social: fue una expulsión. Y para las élites dominantes no era un problema inflar las ciudades con mano de obra regalada: era un objetivo. Marx había descubierto -y los capitalistas lo aprendieron- que cuanto mayor fuera el ejército industrial de reserva y la búsqueda del trabajo, menores serían los salarios pagados y mayores los beneficios. Es fácil constatarlo, porque en la mayoría de nuestros países hasta hoy el salario mínimo mensual no pasa de 120 dólares. Mientras, en los países capitalistas más avanza-dos alcanza 1.500 dólares para las funciones más simples.

Nuestras ciudades se hincharon. En pocas décadas, modestas ciudades como São Paulo, Lima, Rio de Janeiro, Bogotá, Managua, México, Santiago, Buenos Aires, Salvador... se transformaron en metrópolis inhabitables.

En Brasil, la causa mortis principal de las personas entre 15 y 40 años es el asesinato. Y el número de homicidios por fin de semana en las grandes ciudades sobrepasa el volumen de muertes de las guerras modernas. El pueblo se mata, ¡sin saber porqué!...

Un nuevo modelo en proceso de implantación

Sin embargo, el modelo de industrialización no distribuyó riqueza, no sacó a nuestro pueblo de la pobreza, no desarrolló nuestros países. Entró en crisis también. Las élites adoptaron entonces otro modelo: abrir nuestros mercados y subordinar totalmente nuestras economías a los intereses del capital financiero interna-cional. Finalmente “nos hemos convertido en mercados emergentes y las inversiones del capital internacional pueden desarrollar nuestros países”, dicen los tecnócratas de turno. Soñando sólo con Miami y París...

¿Y qué destino reservan para nuestro pueblo? Emigrar nuevamente. Dicen que la agricultura no tiene futuro, que está atrasada, que produce “sólo” materias primas y alimentos. El futuro es la informática. Los intereses. La Bolsa. Y en ella no caben los pobres y los campesinos. Bajo el amparo del capital financiero, las élites predican ahora que debemos aplicar el ejemplo norteamericano para desarrollar la agricultura: grandes propiedades exportadoras y algunos pequeños agricultores subordinados. Es la agroindustria. Y en ese modelo cabe solamente un 8% de la población, que puede entonces continuar en el medio rural.

Pero, ¿y los demás? Las élites ofrecen una pasaje de autobús, de tren, una cesta básica... Está en boga nuevamente en América Latina una nueva y creciente ola de emigración, que va a transformar nuestras ciudades en infiernos terrestres.

Ya no hay lugar para los pobres, ni en el campo ni en la ciudad. ¡Somos simplemente excluidos!

Muchos lo abandonan todo. Se arriesgan a infiltrarse en el paraíso norteamericano, para ser todavía más explotados. Otros cambian de patria. Los brasileños buscan Paraguay y Bolivia. Los paraguayos y los bolivianos buscan Buenos Aires. Los centroamericanos suben desesperados hacia el Norte; ¿quién sabe?, ¡algún día puede que lleguen a la Meca de Miami! Los uruguayos, todavía más atrevidos, parten hacia la distante Australia. Los panameños ilusos sueñan todavía en tener trabajo en el canal usurpado por los gringos.

Otros millares se transforman en “mulas” para transportar la droga, consumida ávidamente por la clase media norteamericana, hecha Sodoma y Gomorra.

Muchos pobres desengañados no creen ya en nada. Por lo menos buscan en la multiplicidad de las sectas pentecostales un pase mágico hacia el sillón en el cielo o la promesa de librarse del alcoholismo.

La tenacidad

Hay entre los indígenas de los bosques brasileños un refrán antiguo para explicar soluciones casi imposibles. Dicen que en esas circunstancias: “Si corres, te pilla; si no, te come”. ¿Qué hacer entonces? En esos casos -enseñan- sólo hay una solución: “¡comerse la fiera!”

Esta es la lección que millares de pobres y de "sin-tierra" de Brasil, de Chiapas, de Paraguay, de Guatemala, de Perú, de Ecuador, de Nuestra América, han aprendido. No hay otra salida. Es necesario “comerse la fiera”. O sea: re-ocupar nuestras tierras. Enfrentarnos al latifundio. Es necesario enfrentar el modelo neoliberal. Y por eso se multiplican las ocupaciones masivas de tierra, asustando la soberbia de las élites. Y ya hay ocupaciones de fábricas, escuelas, terrenos abandonados, edificios... El clamor por “ocupar, resistir y producir” resuena por los campos y praderas improductivas, como una señal de tenacidad y rebeldía.

¿Y para qué reconquistar la tierra? ¿Sólo para volver a ser campesinos? No. Como decía el poeta del Araguaia: Tierra es... más que tierra. Tierra es ciudadanía. Tierra es poder. Tierra es cultura. Tierra es territorio. Tierra es echar raíces. Luchar contra la emigración. Dejar de ser animales que se desplazan de corral en corral al arbitrio del señor de las tierras.

Tierra es vida. Tierra es autonomía. Tierra es trabajo. Tierra es futuro. Tierra es criar los hijos con dignidad. Tierra es salud. Tierra es sabiduría. Tierra es igualdad de derechos.

Ciertamente, los pobres de América Latina reescribi-rán la historia. Tarde o temprano nos levantaremos. Ocupare-mos todas las tierras. Improductivas. Esclaviza-das. Ocuparemos nuestro país. Seremos de nuevo una nación. Reocuparemos nuestra cultura. Nuestras raíces. Nuestros sueños. Nuestros ideales. Y mostraremos que las élites minoritarias no tienen futuro, porque no saben soñar. No saben lo que es solidaridad.

 

João Pedro Stédile

Líder del MST