El feminismo: una ética para la vida
El feminismo: una ética para la vida
María Teresa Blandón Gadea
El feminismo como ética, como teoría crítica y como acción política, cobra sentido en el esfuerzo constante de resignificar las experiencias vitales de las mujeres, poniendo en cuestión el pensamiento patriarcal que durante siglos ha presentado a las mujeres como seres inferiores, débiles, incapaces, peligrosos, carentes de voluntad propia y hasta de capacidad de elaborar sus propios razonamientos.
En su empeño de construir pensamiento crítico, el feminismo ha desplegado una ética de la sospecha desde donde analiza y cuestiona los discursos que legitiman el predominio del poder masculino sobre las mujeres en todos los ámbitos de la vida.
La construcción de identidades en clave binaria; la constitución de un orden familiar que reproduce el poder del padre; la división sexual de trabajo que obliga a las mujeres a dedicar sus principales energías al cuidado de los otros, expropiándolas de su tiempo y de toda clase de recursos y oportunidades; una moral sexual que pone los cuerpos de las mujeres a disposición de los hombres negándoles su propio deseo; el monopolio de los hombres sobre el espacio público y la toma de decisiones, forman parte de las múltiples dimensiones que han sido objeto de profundas elaboraciones filosóficas, conceptuales, políticas y metodológicas.
El feminismo constituye una interpelación al pensamiento patriarcal que proclama el predominio del poder masculino sobre las mujeres y otros cuerpos feminizados, a la vez que expresa la insubordinación de las mujeres frente a tales mandatos.
En este empeño de deconstruir estructuras de poder que se construyen con base al género, el feminismo ha debido superar la histórica alienación de las mujeres, recuperando sus historias de resistencia y desplegando una «ética de la sospecha» que nos ha permitido poner en cuestión la ideología patriarcal.
La teoría feminista ha logrado develar las claves que históricamente han reproducido y legitimado el sexismo y la misoginia, que articulados con otros sistemas de dominación como el racismo colonialista y el neoliberalismo, condenan a millones de mujeres a vivir en los límites de la dignidad.
El feminismo ha cuestionado los fundamentos teológicos de las religiones patriarcales que hablando en nombre de lo sagrado reproducen la dominación masculina; las premisas androcéntricas de las democracias occidentales que niegan derechos plenos a las mujeres, ubicándolas como ciudadanas de segunda y tercera categoría; la complicidad de las ciencias sociales con la histórica invisibilización de las mujeres y sobrerrepresentación de los hombres; la patologización de los legítimos malestares de las mujeres y el encubrimiento de los abusos de poder cometidos en contra de las mujeres; la brutal expropiación y explotación del trabajo de las mujeres para beneficio de otros, entre muchas otras dimensiones.
Gracias al feminismo ha sido posible reconocer los hilos visibles e invisibles de las redes de poder que hablando en nombre de lo sagrado, del amor, de la familia, de la patria, de la moral y las buenas costumbres, conminan a las mujeres al silencio y la resignación, como estrategia discursiva para que las mujeres terminen aceptando el lugar subordinado que les ha sido asignado.
Si bien el recorrido del feminismo latinoamericano ha sido producto de diversas influencias y ha transitado por diversas etapas en términos de construcción de nuevas narrativas sobre las relaciones entre hombres y mujeres, para el feminismo del siglo XXI es cada vez más evidente la profundidad y complejidad de los históricos procesos de articulación de las lógicas de dominación en donde confluyen el patriarcado, el racismo y el neoliberalismo, que someten y excluyen no sólo a las mujeres, sino a todos aquellos cuerpos que no encajan en los estereotipos de la modernidad occidental.
El feminismo en América Latina y Caribe se ha constituido en los últimos siglos, no sólo en una teoría capaz de explicar el origen y recorrido de la historia de sometimiento de las mujeres y de sus resistencias, sino en un potente movimiento social con arraigo en las luchas de las mujeres campesinas, obreras, indígenas, afrodescendientes, lesbianas, trans, jóvenes, intelectuales, académicas, artistas, expresión de las múltiples identidades que nos constituyen.
Estas mujeres en su diversidad de experiencias y pluralidad de voces que actúan colectivamente en defensa de la equidad y la igualdad entre mujeres y hombres, se han articulado en colectivos, asociaciones, centros y redes de alianza que dan sentido a lo que hoy conocemos como movimiento de mujeres y feminista en la región.
Forman parte de los cotidianos y grandes desafíos identificados en el movimiento feminista latinoamericano y del Caribe:
• Continuar generando la más profunda indignación y rechazo a todas las formas de violencia que sufren cada día millones de niñas, adolescentes y mujeres de todas las edades, en cuya base están unos imaginarios sociales acerca de la masculinidad como dominación a las mujeres y la feminidad como sometimiento al poder masculino.
• Cuestionar todos los mandatos que hablando en nombre de Dios-padre, de la ciencia o del mercado, reducen los cuerpos de las mujeres a úteros reproductores.
• Ante la nueva ofensiva de los fundamentalismos religiosos que tiene como principal objetivo impedir los cambios favorables a la igualdad y a la equidad, el feminismo latinoamericano y caribeño ha asumido el desafío de construir nuevas visiones y prácticas espirituales que fortalezcan la consciencia y la libertad para elegir en todos los ámbitos de la vida.
• Defender la maternidad y la paternidad voluntaria como expresión de la libertad y autodeterminación, pero también como acto consciente y profundamente responsable con la reproducción y cuidado de la vida.
• Denunciar el empobrecimiento al que han sido condenadas millones de mujeres –y de hombres– como consecuencia de la instalación de los intereses de los grandes capitales en el funcionamiento de los mercados y del Estado.
• Aportar nuevas miradas y propuestas que pongan en el centro de los debates sobre pobreza y desarrollo, la preeminencia del cuidado y sostenibilidad de la vida, lo que supone un planteamiento radical de la comprensión patriarcal de la economía y la política.
• Continuar denunciando las falacias de las democracias occidentales, cuya racionalidad continúa anclada a una visión sexista, clasista y racista, que excluye y discrimina a las mujeres, a los pueblos indígenas y afrodescendientes, a la gente empobrecida del campo y la ciudad, entre otros cuerpos colocados en los márgenes.
• Construir nuevas nociones de democracia que nos remitan al poder de los individuos y las comunidades en su más amplio sentido, de elegir los modelos de sociedad que más se adecuen a los intereses del bien común y de la búsqueda de la felicidad.
• Construir nuevas y radicales nociones de democracia y ciudadanía, que partiendo del reconocimiento de la diversidad de sujetos, proponen un nuevo contrato social capaz de invertir la actual pirámide de poder que confiere toda clase de privilegios a las élites económicas, políticas y militares.
• Denunciar la existencia de gobiernos autoritarios, misóginos y corruptos que hablando en nombre del progreso y del desarrollo e incluso de la equidad de género, han mantenido inalterables políticas de corte neoliberal que excluyen a millones de mujeres, niños y niñas, pueblos indígenas y afrodescendientes en la región.
• Avanzar en la construcción de narrativas capaces de movilizar las consciencias de hombres y mujeres en la búsqueda de la justicia social y de género, multiplicando los diálogos y la construcción de alianzas con otros movimientos sociales con quienes compartimos cosmovisiones y utopías.
A manera de conclusión se puede afirmar que la radicalidad de la crítica y de los cambios que propone el feminismo al conjunto de nuestras sociedades, se expresa en el cuestionamiento a todos los poderes opresivos que hablando en nombre de Dios, de la cultura, de la tradición y de la ley, reproducen un orden de género asimétrico, jerárquico y violento.
El feminismo latinoamericano y del Caribe, en sus diversas expresiones, ha producido cambios de enorme importancia para el conjunto de nuestras sociedades, que van desde la vida cotidiana, hasta el cuestionamiento de todos los sistemas de poder que reproducen las desigualdades.
El acumulado histórico de un movimiento social que al defender la emancipación de las mujeres, plantea la liberación de los hombres de todos los mandatos que los alejan de su humanidad, constituyen el aporte feminista a este cambio de época.
María Teresa Blandón Gadea
Managua, Nicaragua