El maíz, fundamento de nuestra cultura
El maíz,
fundamento de nuestra cultura
Clodomiro Siller
El origen de las costumbres y tradiciones de México está ligado a la agricultura, y en particular al cultivo del maíz, lo que convierte al grano en el fundamento de nuestra cultura. Se considera que las primeras plantas cultivadas fueron el chile, el jitomate y la calabaza, por la relativa facilidad de su diseminación. Con el perfeccionamiento del cultivo del maíz que duró varios milenios se aprendió que al lado de él debían sembrarse otros productos, especialmente el frijol y la calabaza, para equilibrar los nutrientes que uno y otro le quitan y reintegran a la tierra.
Al convertirse en la base de la dieta del mexicano y a la vez ser un cultivo difícil y azaroso por depender de las lluvias de temporal, tras cuya falta vendrían las sequías y la hambruna, se ha desarrollado en torno al maíz un complejo cultural que perdura hasta nuestros días.
En la época prehispánica existió un dios del maíz, Centéotl, y a su lado se reverenciaba al del agua, Tláloc, al Sol, al rayo y al trueno, a la madre Tierra, Coatlicue, como elementos de un sistema integral cuyo funcionamiento correcto aseguraba la supervivencia de la sociedad.
Las ceremonias religiosas tenían por fin marcar cada fase del ciclo agrícola y el extraordinario avance en la astronomía estuvo ligado a la necesidad de un calendario y formas de predicción metereológica. Las experiencias que se fueron acumulando en los terrenos científico y tecnológico permitieron a los aborígenes diseñar sistemas de tratamiento, almacenamiento y transporte de granos, selección de semillas para mejoramiento genético y sistemas de terrazas y riegos.
Los mitos prehispánicos de la creación del Universo y del hombre, que siguen vivos en la gran mayoría de los grupos étnicos contemporáneos, coinciden con ciertas variantes en que han existido cinco soles. Es decir, el mundo actual se erige sobre la destrucción de cuatro soles anteriores como resultado de las encarnizadas luchas entre dioses y fuerzas de la naturaleza. El mundo se crea cuando el sacrificio de un dios lo convierte en Sol. Los primeros hombres eran gigantes que se alimentaban de bellotas, frutas y raíces. A su destrucción surge el segundo sol y los hombres, al cabo de varias catástrofes, quedan convertidos en monos que comen piñones de los pinos.
Surge después como Sol el dios de la lluvia, Tláloc, pero es destruido por el fuego y perecen los hombres o quedan convertidos en pájaros que se alimentan de la semilla acecentli o maíz de agua. El cuarto Sol le es encomendado a la hermana de Tláloc, que se destruye por una inundación que provoca la transformación de los hombres en peces, y de éstos sobreviven quienes comen el teoxintli, que corresponde a una planta antecesora del maíz.
El quinto Sol, el que rige hoy al mundo, se crea con el sacrificio de dos dioses, de donde surgen el Sol y la Luna, y con la sangre donada por todos los dioses y una masa especial se forman los primeros hombres. Para alimentarse, Quetzalcóatl se transforma en hormiga, descubre al maíz oculto y lo entrega a los hombres y a los dioses.
Una variante importante, consignada en el Popol Vuh, de origen maya, es la de la creación del hombre: los primeros humanos fueron venados y aves, los segundos, hombres de barro, los terceros hombres de madera, y los cuartos fueron creados con granos de maíz amarillos y blancos para dar a lugar a los hombres de hoy.
Con la Conquista, y en el terreno de la religión, ocurrió un fenómeno muy particular en México, que consistió en la sustitución de un panteón de dioses por otro de santos, de unas prácticas y ritos por otros, para dar lugar a un nuevo sistema de creencias que conserva elementos de cada uno, identificables en el análisis pero inseparables en la realidad. La diosa Tonantzin fue sustituida por la Virgen de Guadalupe, San Isidro Labrador remplazó a Tláloc, Jesucristo representó al Sol y a Quetzalcóatl. Las dos religiones compartían gran similitud de ritos y símbolos que facilitaron el sincretismo o fusión de ambas.
El tiempo, la organización de la familia, las épocas del año, se ordenan en torno al maíz y su ciclo productivo. El año real se inicia con los preparativos del terreno para la siembra y concluye con la cosecha. Cada tarea, cada momento se marca por ceremonias, algunas para propiciar buenos resultados, otras en prenda de gratitud. Este fenómeno se da en todos los climas, se ajusta a las condiciones del lugar y se extiende a amplios sectores de la población rural campesina e indígena. Así, un número importante de fiestas, los rituales y la rutina del trabajo diario, al igual que la cocina y la gastronomía e incluso algunas artesanías, giran en torno al maíz y dan consistencia al núcleo de nuestras tradiciones y costumbres.
El respeto por el maíz parece ilimitado. Aparte de los mitos que ya reseñamos, los campesinos, al referirse a él le hablan con reverencia y en un lenguaje ritual, muchas veces dirigiéndose a él como ‘su alteza’. Para los mayas tzotziles y tzeltales de Chiapas, como para tantos otros grupos étnicos, la tierra y el maíz tienen vida propia y se les habla como a un miembro más de la familia; nunca se dejan, por ejemplo, los granos tirados en el suelo, puesto que se pueden molestar y ofender, y al sembrarlos no van a germinar, a crecer y menos a producir. Entre algunos grupos étnicos las partes de la planta tienen los mismos nombres de las partes del cuerpo humano.
Al seleccionar las mejores semillas de un año para el otro, se suele hacer la primer ofrenda a la propia semilla con café, aguardiente y flores, y se le reza. A la hora de sembrar se pone una cruz en el centro de la milpa o se marcan las cuatro esquinas, se encienden velas, se colocan flores y se recitan otros rezos. En ocasiones, los indígenas rocían el campo con un licor elaborado por ellos, matan un animal pollo o guajolote (pavo) y vierten la sangre en el campo.
De esta manera el primer ritual se celebra en la milpa. Tras iniciarse propiamente el ciclo entre marzo y abril, se solemniza el 15 de mayo la fiesta de San Isidro Labrador, que absorbió las funciones de Tláloc y Chac como dioses de la lluvia; en ella, cientos de pueblos y comunidades campesinas desfilan en las calles con la imagen a cuestas, o la llevan sobre una carreta, un camión o un tractor. Pasan yuntas adornadas con mazorcas para semillas, al igual que con flores, listones y mosaicos, y también con semillas. Les acompañan grupos musicales y hay danzas especiales como las de los Vaqueros, Arrieros y Pastoras. Otra fecha importante con el mismo sentido y más arraigada en comunidades indígenas es el 3 de mayo, día de la Santa Cruz, ligado al antiguo dios Xipetótec, el Desollado, y a la renovación vegetal, en que se hacen fiestas como la del Maíz Joven entre los huicholes de Jalisco y la Danza de los Tlacololeros (“los que siembran el maíz en el monte”) en Guerrero; o simplemente se danza llevando marzorcas en señal de petición (Chiapas).
La planta de maíz se utiliza integralmente y sus usos son múltiples: del cabello de mazorca se hace un té diurético recomendado para los problemas de riñón y vejiga; de la mazorca tierna y el grano seco se procesa una gran variedad de alimentos hay más de 600 formas de preparación ; el tallo, hojas y granos sirven como forraje para los animales; la hoja seca, como envoltura para alimentos, figuras y juguetes; el olote como combustible, aunado al grano para usos industriales como almidón, aceite, alcohol, miel, disolventes; y la raíz y horcones, como abono.
En fin, los mexicanos somos, ante todo, hombres del maíz.