El planeta como gran criterio ético

El planeta como gran criterio ético

Giannino Piana


Estamos en lo más duro de una crisis económica sin precedentes al menos desde la última posguerra. Una crisis que, habiendo explotado en EEUU, está poniendo de rodillas al mundo entero. Sus causas son muchas y diversas: desde la hegemonía de la economía financiera sobre la productiva, hasta las especulaciones criminales realizadas por los altos dirigentes de bancos y aseguradoras. Pero la verdadera razón, la más pro-funda, de la actual crisis, la que frecuentemente se tiende a callar, hay que buscarla más abajo. A lo que hemos asistido (todavía hoy) es al derrumbamiento de un sistema económico en el que sólo cuenta la maximización de la productividad y del lucro a cualquier costo, sea humano o ambiental.

La alarma ante esta situación no viene solamente de expertos de ética o de obreros sociales, que denuncian la brecha creciente entre Norte y Sur y el avance del desastre ecológico. Viene también de los mismos economistas -al menos los más lúcidos-, que no dudan en subrayar cómo lo que hasta ayer era considerado sólo éticamente inaceptable, hoy debe ser considerado también económicamente improductivo. Debe pues ser enjuiciada la ideología del «crecimiento a toda costa», alimentada por la presunción de un crecimiento indefinido que no ha sabido contar debidamente con el límite de los recursos (en muchos casos, no renovables) y con el crecimiento en espiral de la contaminación de los bienes fundamentales para la vida: el aire, el agua y la tierra.

Se hace necesario así un «cambio radical en la concepción de desarrollo», abandonando un modelo rígidamente -cuantitativo, en favor de un modelo -ecosostenible, que se conforme con los recursos ambientales disponibles y busque la promoción de la humanidad actual y de las generaciones futuras, a las que es obligado pasar un mundo habitable. Esto significa que la eficacia económica no puede (ni debe) ser valorada sobre la sola base de la cantidad de bienes producidos, expropiando radicalmente la naturaleza; debe, por el contrario, contemplar también otros parámetros, como la atención a la bondad intrínseca de cuanto es producido, su distribución equitativa y el uso comedido de los recursos naturales.

Necesidad de un sistema económico alternativo

Se impone por tanto la superación del tradicional binomio de «Estado y mercado». Los ensayos de economía planificada, que han caracterizado la experiencia de los países del socialismo real, han fracasado. Pero no menos fallido (aunque todavía ampliamente difundido) es el modelo capitalista que reduce todo al mercado, a un mercado sin reglas, olvidando que fines y valores no pueden basarse en él; que, por el contrario, no hay nada menos libre que un mercado neoliberal, en el que afloran inevitablemente -no puede ser de otra manera- formas de concentración monopolista. Lo que se exige pues es una siempre mayor participación de abajo en la gestión y control de los procesos económicos; una verdadera democratización del sistema económico, que tenga en cuenta como principal actor a la sociedad civil. Nos va en ello el futuro de la democracia, acosada hoy por la presencia de los poderes duros -el económico y el de la información, en primer lugar (estrechamente ligados con frecuencia)- que acaban por condicionar toda decisión humana.

Las profundas desigualdades existentes a nivel mundial y el consumo salvaje de los recursos, fruto de una actitud depredadora frente a la naturaleza, exigen que, volviendo a poner en el centro de la economía lo que debe tener la primacía, pasemos: de la prioridad del trabajo (y del ser humano trabajador) sobre el capital, a una visión de beneficio como bien común social integral; de la subordinación de la economía financiera a la productiva, a hacer posible un sistema que persiga una verdadera solidaridad entre los seres humanos y con el mundo ambiente.

¿Hay señales de esperanza?

A pesar de la convergencia entre ética y ciencia económica -preocupada esta última, como he dicho, por las devastadoras consecuencias ya presentes en el actual sistema (y que serán en el futuro todavía más relevantes)-, no parece que se vislumbren, en el ámbito de las opciones concretas, signos de una verdadera inversión de tendencia. La mayor parte de los operadores económicos de Occidente y más allá –basta pensar en cuanto está sucediendo en China– continúa persiguiendo niveles siempre más elevados de productividad, sin preocupación ninguna por el despilfarro de los recursos y por el aumento de las desigualdades que multiplican los conflictos. La alternativa a la que aludimos aparece pues, a primera vista, impracticable.

Lo cual no quita que hay señales, aunque sean pequeñas, de un orden diverso, que inducen a la esperanza. Asistimos de hecho en diversas partes del mundo al florecimiento de iniciativas productivas y comerciales, incluso financieras, que se desarrollan según una lógica diversa de la dominante: piénsese en los intentos por acercar los productores y los consumidores, sin intermediarios inútiles, el «comercio justo y solidario», la «Banca ética» (es significativo que el principal promotor de esta iniciativa haya recibido ¡el premio Nobel por la paz!).

Por otra parte, el malestar creciente en el que estamos y que la reciente crisis financiera ha contribuido en forma determinante a acentuar, ha dado paso, desde hace tiempo, a una serie de iniciativas (también éstas cuantitativamente minoritarias, pero no por ello menos significativas) en el mismo ámbito macroeconómico: del ejercicio de la responsabilidad social de Hacienda en la consideración del provecho social, hasta la participación de los trabajadores en las decisiones de la Hacienda, a través de la adquisición de un paquete común de acciones gestionado por el sindicato. Por más que todavía son tímidas estas señales, no dejan de mostrar el avance de una nueva conciencia, que no va a dejar de crecer por razón de la siempre mayor percepción de los fallos del sistema.

Nuevos estilos de vida y de acción política

La primera condición para que sea posible este nuevo rumbo, es el surgimiento de una plena conciencia de la gravedad de la situación, tal que ponga en marcha un proceso de cambio radical de los estilos de vida. La posibilidad de hacer nacer un nuevo modelo de desarrollo está ante todo ligada a actitudes y comportamientos depende del cese del despilfarro, y de la reducción de las necesidades y del consumo; en una palabra, a la adopción de un estilo de sobriedad o de austeridad funcional para vivir más ampliamente la solidaridad interhumana y mejorar la calidad de vida. Sólo partiendo de esta conversión de mentalidad y de costumbres será posible de hecho dar vida a una acción colectiva que se traduzca en una lucha seria contra las estructuras sociales y permita elaborar un proyecto alternativo.

Pero esto no basta. Es necesario además dar un papel de primer orden a la «política», que se encuentra en graves dificultades, ya sea porque ha venido a ser en muchos casos una variable dependiente de los poderes fuertes -el económico sobre todo-, o porque está prisionera de un estatuto provincial ligado a la realidad de los Estados-naciones, los cuales no pueden ya gobernar procesos que sobrepasan sus fronteras. La búsqueda del bien común, que es el fin de la actividad política, es hoy todavía más urgente que en el pasado, si se tiene en cuenta la complejidad de una sociedad como la nuestra en la que crece la fragmentación, por la multiplicación de pertenencias y la pluralidad de fuerzas en juego, frecuentemente antagonistas.

Actuar desde abajo de la sociedad civil, y una intervención reguladora de las instituciones públicas son, pues, las iniciativas paralelas de las que puede venir un radical cambio del sistema económico y social; cambio absolutamente necesario si se quiere detener la degradación del planeta y dar a la humanidad presente y futura oportunidades de liberación.

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-El día en que el ser humano comprenda que es hijo de la naturaleza, hermano de los bichos de la tierra, de los pájaros del cielo y de los peces del mar, ese día, comprenderá su propia insignificancia y, realista, será más humano, humilde y solidario. Quiero recordar a los más ricos que la solidaridad es una de las pocas cosas que justifican nuestras vidas. Que el dinero no clasifica a las personas. Que ricos y pobres, somos todos iguales, y frágiles. Que compartir es el verbo más bello que existe, y que guardarlo en el corazón y seguirlo, es, si Dios existe, lo que de nosotros esperaría.

Oscar NIEMEYER

-Arquitecto diseñador de Brasilia

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Última hora:

-El problema es sabido: continuamos perdiendo 12.000 km2 de selvas tropicales cada año, dice la ONU; por uso excesivo o inadecuado, 60.000 km2 de tierras entran en proceso de desertificación cada año; consumimos recursos naturales casi un 30% más de lo que la biosfera planetaria puede reponer. Aquí, en Brasil, la Amazonía continúa perdiendo miles de km2 cuadrados por año. En cualquier lugar, otras especies biológicas se ven expulsadas. Por tanto, no tenemos por qué espantarnos ante cuadros de desastres naturales...

Washington NOVAES

-Estado de São Paulo, 1º de mayo de 2009.

 

Giannino Piana

Milán, Italia