El sistema sucesor del capitalismo. Elementos para su teoría
EL SISTEMA SUCESOR DEL CAPITALISMO
Elementos para su teoría
David SCHWEICKART
Una de las lagunas fundamentales en la izquierda de nuestros días es la ausencia de una idea de lo que podría ser el sistema que suceda al capitalismo. Aunque los críticos del capitalismo abundan, son muy pocos los que se atreven a responder cuando se les pregunta sobre la alternativa que proponen al capitalismo. Cada vez más activistas han abandonado el sueño, antes compartido por marxistas y no marxistas, de un auténtico socialismo democrático capaz de erradicar las profundas irracionalidades e injusticias del capitalismo. El objetivo actual es más simple: o bien tiende a ser claramente defensivo, tratando de resistir los asaltos neo-liberales contra posiciones progresistas antes tenidas como seguras, o bien se orienta a conquistar para un país en concreto las reformas conseguidas bajo el capitalismo. Pero ambos objetivos se mueven dentro del horizonte y del contexto del capitalismo.
Curiosamente, y justo cuando los progresistas están abandonando el sueño socialista, es cuando disponemos de la evidencia suficiente, teórica y empírica, para demostrar que un socialismo económicamente viable y éticamente atractivo es posible. No sólo eso: si observamos el mundo desde la perspectiva de este concepto del sistema-sucesor, se ve muy diferente a como si lo miramos solamente a través de la ideología del capital. Usando aquella perspectiva descubrimos una serie de problemas que nos guían en la dirección indicada por aquel concepto, al tiempo que veremos posibilidades adicionales que nos pueden llevar incluso más lejos en nuestros planteamientos. Miles de hechos, antes aparentemente desconectados entre sí, serán comprendidos en el marco de un esfuerzo global para ir más allá de los confines del capitalismo hacia un nuevo orden mundial, genuinamente democrático.
Un elemento clave en la teoría del sistema sucesor del capitalismo es el disponer de un modelo económico necesariamente simplificado pero suficientemente concreto de modo que se pueda estar seguro de que existe un tipo de socialismo económicamente mejor que el capitalismo y preferible desde una perspectiva ética. Llamo a este modelo “Democracia Económica”. Mi libro Against Capitalism, traducido recientemente al español con el título, quizá mejor, de Más allá del Capitalismo, explica y defiende detalladamente este modelo. Su estructura esencial, que sin duda se hará muchísimo más compleja en la práctica y que tendrá abundantes diferencias en las diferentes zonas geográficas, resulta fácil de describir. Del mismo modo que la estructura básica del capitalismo también es fácil de formular.
Son tres las instituciones que definen el capitalismo: 1) propiedad privada de los medios de producción (pudiendo estar tanto en manos de individuos como de corporaciones), 2) un más o menos libre mercado, y 3) trabajo asalariado. El clásico modelo socialista (tal y como se realizó en la ex-Unión Soviética) abolió las dos primeras instituciones pero mantuvo la tercera. La “Democracia Económica”, sin embargo, mantiene la segunda y modifica drásticamente la primera y la tercera.
El elemento clave en la “Democracia Económica” es la autogestión del trabajo, es decir la negación del trabajo asalariado. La última y mayor autoridad sobre las operaciones de cualquier empresa económica proviene del trabajo, de los trabajadores, que eligen un consejo de trabajadores que, a su vez, elige a los que estarán al frente de la empresa. Existe una enorme cantidad de datos empíricos que demuestran que las empresas gestionadas por los mismos trabajadores son eficientes, a menudo más eficientes incluso que sus competidoras capitalistas. Un ejemplo en este sentido es el gran complejo de cooperativas obreras que existen en Mondragón, una ciudad industrial del País Vasco en España.
Las empresas autogestionadas por los trabajadores compiten unas con otras en la economía de mercado. “Democracia Económica” es una forma de mercado socialista. Sin embargo, los trabajadores no son los dueños de las empresas. Se las alquilan al Estado. El pago de la renta tomará la forma de una tasa fija sobre el valor de los activos bajo el control de la empresa. Esos impuestos constituirían un fondo social de inversiones destinado a ser totalmente reinvertido en la economía nacional. Cada región y cada comunidad en cada región tendrá derecho a recibir sus beneficios anuales provenientes del fondo de inversiones, generalmente dependiendo de su participación per cápita. Este elemento de la “Democracia Económica”, que se denomina “control social de las inver-siones”, elimina la necesidad de las regiones o comunidades de competir por el capital, una de las más destructivas formas de competición bajo el capitalismo, y da a la sociedad un cierto control colectivo sobre su desarrollo económico. La economía dejaría de ser rehén de los deseos e instintos de la clase capitalista.
Se puede demostrar, con todo el rigor que los economistas estimen necesario, que semejante modelo sería económicamente viable. Este modelo económico sería también considerablemente más igualitario y democrático que el capitalismo. También sería más racional en su desarrollo y tendría menos tendencia a las recesiones y a la inestabilidad que conllevan.
El modelo facilita la comprensión (de un modo que no puedo explicar detalladamente aquí) de fenómenos como las cooperativas y las empresas propiedad de los trabajadores que proliferan por todo el mundo, los experimentos con la distribución de beneficios y la mayor participación de los trabajadores en el contexto del capitalismo, los éxitos y los fracasos de Yugoslavia y otros experimentos de mercado socialista en la Europa del Este, las reformas del mercado en China, Cuba y Vietnam, el fracaso de la planificación central soviética y los defectos estructurales de la socialdemocracia.
El modelo predice el futuro fracaso del neoliberalismo. Sugiere una agenda de serias reformas y nos permite entender cómo el conjunto de luchas progresistas que tienen lugar hoy en día –por los derechos humanos, por los derechos de las mujeres, contra el racismo y la homofobia, por la protección del medio ambiente, contra la pobreza y en favor de los pobres, por la auténtica democracia– son parte de la lucha global por la liberación de la humanidad.
David SCHWEICKART
Profesor de Filosofía de la Loyola University, Chicago, USA