El socialismo y el cristianismo necesitan del feminismo

El socialismo y el cristianismo necesitan del feminismo

María López Vigil


* Cuando en 1978 terminamos de escribir «Un tal Jesús» tuve la oportunidad de conocer personalmente a Juan Mateos, experto en las lenguas griega, hebrea y aramea que nos conectan con el mensaje original de Jesús de Nazaret. Le pedí que, con conceptos actuales, caracterizara el «proyecto político» de Jesús. Se detuvo un momento y me respondió, sin dudar: «socialismo anárquico». Socialismo -me dijo- porque Jesús siempre apeló a la comunidad. Y anárquico porque siempre cuestionó el poder y enfrentó a los poderosos.

* No se construye comunidad con desigualdades. El igualitarismo del «socialismo real» que conocimos no sólo fue una falacia, sino que fracasó. Aquel socialismo, el que luchaba contra el «poder capitalista», organizó una nueva casta poderosa: la de los funcionarios, administradores e intérpretes de los deseos del pueblo.

* Hoy nos toca pensar sobre el poder y sobre la igualdad desde nuevas perspectivas. Desde una perspectiva feminista. Creo que la inequidad más profunda que existe en América Latina es la de género, sin que se me olvide que nuestro continente tiene el récord mundial en desigualdad social. (Doy por supuesto que entendemos «género» no sólo como «cosa de mujeres», sino como todo lo que tiene que ver con la desigual relación entre mujeres y hombres por razón de su sexo).

* Creo que la desigualdad más antigua -y por vieja la más arraigada- que enfrentamos hoy los seres humanos, la más injusta y la más compleja de superar, no es la que separa a pobres y ricos -como nos acostumbró a pensar la Teología de la Liberación-, sino la que separa a hombres de mujeres.

* Veo a diario que las historias de las mujeres son generalmente historias en las que ellas cuentan el poder que tuvieron para hacer unas cosas y el poder que se les negó para hacer otras. Casi toda la historia de cualquier mujer se construye ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, en, entre, hacia, para, por, según, sin, sobre, tras... el poder. Todas las preposiciones sirven, todas tienen que ser declinadas para entender la historia de las mujeres, tras milenios de una cultura que las ha subordinado.

* Creo, veo y siento, además, que la raíz más oculta y añosa de esta desigualdad está en la religión. En una milenaria interpretación del cristianismo, que ha hecho de Dios un Varón; que sepultó en el olvido las revolucionarias actitudes feministas de Jesús y los «rasgos femeninos» de su personalidad y de su proyecto. Un cristianismo que no toma distancia del sesgo profundamente machista y patriarcal que atraviesa toda la Biblia; y que ha otorgado a los varones sacerdotes el monopolio de la representación divina. Tal profusión de símbolos masculinos vinculados a «lo sagrado» tiene consecuencias sociales y políticas, se refleja en cómo entendemos el poder y la comunidad, y en cómo construimos el socialismo.

* La Teología de la Liberación asumió el análisis marxista de manual que circulaba y predominaba entre las izquierdas latinoamericanas. En este marxismo simplificador todo se explicaba desde las contradicciones de clase. En la Teología de la Liberación, Dios estaba de parte de los pobres, pero era un Varón. En una expresión tan innovadora como fue la Misa Campesina Nicaragüense, Dios es arquitecto e ingeniero, no es artesana ni vendedora en el mercado. Y lo «vemos» en las gasolineras chequeando las llantas de un camión y patroleando carreteras, pero no lavando o cocinando, mucho menos dando de mamar.

* ¿Y María? Ciertamente, ahí está siempre la madre de Jesús, divinizada, en una «coartada de la Diosa ancestral», que vuelve respondiendo a las necesidades de la psique humana. Sin embargo, en una sarta de malabarismos dogmáticos, María ha sido convertida en un inimitable modelo de mujer despojada de su sexualidad: madre siendo virgen y esposa siendo ajena a las relaciones sexuales con su esposo... Por eso, «pura». Y por eso, sólo imitable en su sumisa «entrega» a Dios.

* Hace unos años descubrí que «donde Dios es Varón, los varones se creen dioses», y entendí que la raíz religiosa del machismo no sólo genera desigualdad sino también violencia, más aún si imaginamos a Dios como un juez todopoderoso y castigador, un providencial señor que diseña y controla nuestras vidas, un rey con voluntad y planes inescrutables.

* Hoy estamos aprendiendo a rectificar tan graves miopías. Pero no podemos conformarnos con poco. Con invocar a Dios como «Padre y Madre» o con desechar algunas palabras y expresiones sexistas, mucho menos abusando del «todos y todas», «los y las», o peor aún, intercalando por todas partes las nefastas @.

* No se puede ser socialista sin ser feminista. Y ser feminista, como ser socialista, es un desafío descomunal. Exige pensar, mirar, actuar y hablar de otra manera. Con qué frecuencia, por ejemplo, hablamos de la inseguridad ciudadana como una característica actual de la violencia estructural en nuestros países. Y hasta la achacamos al capitalismo neoliberal...Pero, ¿tomamos en cuenta que estudios de la ONU han demostrado que el lugar más inseguro para las mujeres latinoamericanas es su propio hogar? Según Naciones Unidas, la violencia contra las mujeres representa la primera causa de mortalidad e invalidez entre las mujeres del mundo entre 15 y 45 años y provoca más muertes que los accidentes de tráfico, el cáncer y las guerras.

* Con qué frecuencia, por ejemplo, hablamos de la omnipresente impunidad en nuestros sistemas de justicia y en nuestras sociedades. Pero, ¿captamos con el mismo énfasis la impunidad en la que permanece la mayoría de las agresiones físicas y sexuales de los hombres contra las mujeres y las niñas al interior de los hogares latinoamericanos, donde el maltrato, el abuso sexual y el incesto son una auténtica epidemia, que afecta a una de cada 4 mujeres, que se atreven a reconocer que sufrieron abuso sexual en la infancia?

* Esta impunidad -la más cotidiana- es la de secuelas más duraderas, la más silenciada, la más «naturalizada». Con qué facilidad toleramos en nuestros dirigentes -al frente de gobiernos, partidos o sindicatos, en el socialismo del siglo XX y ahora en el del siglo XXI-, que luchen contra el poder injusto en los espacios públicos, pero que abusen de su poder masculino en los espacios privados. Con qué «naturalidad» aceptamos que sean «candiles de las calles y oscuridades de sus casas». El feminismo nos enseña que «lo privado es político».

* La «perspectiva de género» debe partir del cuerpo, de la sexualidad. En el cristianismo tradicional nada es más minimizado, temido, despreciado y rechazado que el cuerpo y sus instintos -especialmente, el de la mujer-, y nada más sacralizado que el cuerpo muerto.

* Todas las mujeres vivimos en una «inseguridad existencial» que nace de la inseguridad que nos provoca el propio cuerpo, a la vez apetecido y rechazado en la cultura patriarcal. Esa sensación no la conocen los hombres, que han aprendido, desde que nacen, que de su cuerpo y de su sexo se deriva poder y con su sexo y su cuerpo pueden dominar. Esta cultura, que inseguriza a todas y envalentona a todos, hace aún más cautivos a los hombres que a las mujeres, porque se ven obligados cultural y socialmente a expresar constantemente su virilidad, a menudo desde su genitalidad. Está ahí también una de las raíces del abuso sexual.

* Desde una perspectiva de género, todos los caminos nos llevarán a los temas de la sexualidad. La discriminación de género tiene sus bases en la interpretación que hacemos del cuerpo, del sexo, de la sexualidad. La teología tradicional no habló de «eso», y cuando lo hizo sólo fue para reprimir y condenar. La Teología de la Liberación no lo tuvo en cuenta. Pero si queremos construir sociedades socialistas, en donde transformemos las inequitativas relaciones de poder, debemos aprender a hablar de la sexualidad.

* Hay esperanzas. Por primera vez la humanidad habla de las relaciones de género con más libertad y con más franqueza. Que ahora aparezcan con más frecuencia hechos de violencia contra las mujeres no significa que estos hechos son nuevos, que antes no ocurrían. Significa que existe por todo el mundo un despertar de la conciencia de las mujeres. Significa que cada vez hay más «mujeres sin miedo a la violencia de los hombres y más hombres con miedo a las mujeres sin miedo», como lo analiza Eduardo Galeano.

* Hay mucho camino por andar. Para avanzar hay que leer mucho, hay que informarse, hay que cuestionar las propias ideas con las ideas de quienes están más avanzadas y avanzados que nosotros. Hay que imaginar. En la magnífica película «Solas», de Benito Zambrano, escuchamos que «las personas deberían vivir dos veces, una como pobres para saber lo que sufren los pobres y otra como ricos para disfrutar de la vida». Creo que tal vez deberíamos vivir dos veces: una vida como mujeres y otra como hombres. Aprenderíamos mucho, creceríamos como Humanidad.

* El feminismo es una profunda forma del humanismo, porque busca superar el antagonismo y la inequidad más arraigada en la historia de la humanidad. El feminismo es una nueva cultura. Está causando sismos en el piso cultural en el que estamos parados desde hace miles de años. El feminismo -que alimenta tantos movimientos de mujeres, también la reflexión de varias de nuestras teólogas- es una propuesta integral de cambio para nuestras sociedades. Es tan abarcador e integral que nos permite hacer algo revolucionario, caminar hacia la utopía, cada día de nuestra vida.

 

María López Vigil

Managua, Nicaragua