El vuelo de Ícaro: el reto del cambio climático
El vuelo de Ícaro: el reto del cambio climático
Dani Boix i Masafret
La humanidad ha combinado, combina y parece que seguirá combinando el orgullo y la necedad, obteniendo, como es esperable, resultados desastrosos e incluso en algunos casos trágicos. El funcionamiento del planeta y la existencia de límites en los recursos naturales son sistemáticamente ignorados. Hemos construido una sociedad antropocéntrica y egoísta con una economía que, simplemente, no considera ni lo uno ni lo otro. Y no será por falta de evidencias históricas sobre las consecuencias de esta absurda manera de afrontar los problemas.
Cuando los europeos llegaron a la Isla de Pascua (Rapa Nui) se encontraron con una población que subsistía muy precariamente, pero en contradicción con esta realidad, la isla presentaba numerosas evidencias de la existencia en el pasado de una cultura rica y elaborada. La misteriosa desaparición de dicha cultura se ha atribuido a una mala gestión de los recursos naturales. Según algunas interpretaciones, todo empezó con una sobrepoblación que tuvo lugar unos 200 años antes de la llegada de los europeos. La problemática por la escasez de alimento fomentó la competición e incluso los conflictos bélicos entre diferentes grupos de pobladores. Una de esas competiciones consistió en erigir el moái mayor (estatuas gigantes simbólicas cuyo significado es aún incierto y que parecen ser representaciones de sus antepasados). Dicha competición supuso una demanda muy grande de madera utilizada para transportar las estatuas de las canteras a su ubicación final. Así, se desforestó gran parte de la isla con lo que se agravó aún más la situación hasta llegar al ocaso de dicha cultura.
Aunque éste es un buen ejemplo para tomar nota sobre los límites de los recursos y las consecuencias cuando éstos no son considerados, es de suponer que los habitantes de la Isla de Pascua no predijeron el desenlace de la guerra de símbolos moái. Por eso, es aún más preocupante cuando un desenlace desastroso es previsible y llega a ocurrir porque se ignoran recurrentemente los síntomas que ponen sobre aviso de la situación. Parece lógico pensar que si se dispone de información y conocimiento para identificar señales de un proceso que puede finalizar en catástrofe, se realicen con la máxima premura y esfuerzo actuaciones encaminadas a evitar el previsible desenlace. Pero la humanidad, si bien es una especie inteligente, no siempre se rige por un comportamiento lógico. En los tiempos de civilización globalizada en que vivimos, algunos retos que tiene planteados la humanidad son de escala planetaria, y entre ellos, por su urgencia y por la envergadura de sus consecuencias, destaca el cambio climático. Conocemos cómo se ha generado, hemos monitorizado los cambios y, finalmente, se ha modelizado el proceso y sus consecuencias. A pesar de ello somos incapaces de afrontarlo consecuente y decididamente. Los avisos de la comunidad científica son silenciados ante intereses mundanos de una minoría que sólo quiere ver su particular balance de ganancias a corto plazo.
¿Existen evidencias científicas que validen que el proceso de cambio climático está teniendo lugar, y que en buena parte nuestra actividad es la responsable? El porcentaje de científicos que mantienen dudas al respecto ha disminuido significativamente año tras año, siendo en la actualidad un grupo muy pequeño. A pesar de ello, tenemos que reconocer que dentro de la reducida minoría de personas que aún niegan la existencia de un calentamiento global causado por la actividad humana, hay algunas que ostentan cuotas de poder muy relevantes (y deberían, por consiguiente, tener cuotas equivalentes de responsabilidad y cordura). Pongamos por ejemplo el flamante presidente de EEUU, el Sr. Donald Trump, que considera el cambio climático un invento del gobierno chino para que la economía americana sea menos competitiva. Lo peor es que en el poco tiempo que lleva de mandato ha favorecido descaradamente la construcción de infraestructuras que, además de perjudicar a los habitantes de la zona afectada, pretenden ayudar a la industria basada en la combustión de petróleo, generadora de la problemática del calentamiento global.
No es el objetivo de este escrito exponer todo el conocimiento científico sobre el cambio climático. Existen montones de documentos rigurosamente elaborados con una participación científica plural que lo ponen de manifiesto. Sirva de ejemplo los informes de evaluación realizados por el IPCC, Intergovernmental Panel on Climate Change (ganadora del premio Nobel de la Paz en 2007, www.ipcc.ch), que en 2014 publicó la quinta evaluación, y que en la actualidad está elaborando la sexta, que se prevé que finalice en el 2022. Me limitaré a comentar los últimos datos (2016-2017) que ha divulgado la OMM, Organización Meteorológica Mundial, que depende de la ONU:
a) Temperatura: según los datos de las instituciones norteamericanas que determinan las temperaturas mundiales (NASA y NOAA), enero del 2017 ha sido el tercer mes más cálido (por detrás de enero de 2016 y de 2007) desde el inicio de las medidas a mediados del siglo XIX. El pasado 2016 se registraron durante diversos meses las temperaturas más altas de la historia, siendo de 1ºC superior a la media global y de más de 4ºC en Alaska, Rusia y Groenlandia. De hecho, en el siglo XXI se han observado 15 de los 16 años más cálidos de la serie de mediciones. Este aumento de temperatura se ha relacionado con: la subida del nivel del mar que ha ocasionado la desaparición de cinco islas del archipiélago Salomón, los incendios inmensos en Canadá, y la destrucción de arrecife coralino en las costas australianas (se considera que se vio afectado hasta el 93% de la Gran Barrera Australiana de 2300 km).
b) Hielo polar: el pasado mes de septiembre (2016) el hielo ártico ocupó una extensión de un 34% menos respecto a la media del período 1979-2000. También para el hielo antártico se registró un mínimo histórico durante el pasado verano austral. Esta mayor fusión del hielo polar está comportando cambios en la circulación oceánica y atmosférica del planeta, afectando al clima de muchas partes del mismo y agravando los efectos del cambio climático.
c) Fenómenos climáticos extremos (huracanes, sequías e inundaciones): las sequías que afectaron a África y América y que pusieron en riesgo la alimentación de millones de personas y la primera tormenta de categoría 4 que tocó tierra en Haití desde hace más de 50 años (huracán Matthew), fueron fenómenos excepcionales que sucedieron en el 2016. Es relevante destacar que la OMM considera que actualmente se pueden demostrar los vínculos entre el cambio climático generado por los humanos y los fenómenos extremos. Además, advierten que el aumento de temperatura provocará una mayor frecuencia de olas de calor, inundaciones, sequías y ciclones.
Al margen de las evidencias científicas, en numerosas culturas, ya sea a partir de cuentos populares, fábulas aleccionadoras, relatos religiosos, leyendas históricas o narraciones mitológicas, se ha puesto el acento en la importancia de controlar nuestro orgullo y aceptar que, como todos seres vivos, estamos sujetos a límites. De todos ellos hay uno que me parece especialmente oportuno por los paralelismos metafóricos que se pueden establecer: es el mito del vuelo de Ícaro de la mitología grecolatina.
Ícaro era hijo de Náucrate (esclava del rey Minos) y del arquitecto Dédalo. Padre e hijo estaban prisioneros en Creta por orden del rey Minos, debido a la ayuda que Dédalo le prestó a Teseo para que éste pudiera salir del laberinto del Minotauro. Para poder huir del control del rey, Dédalo construyó alas con plumas y cera. Antes de empezar a volar, Dédalo advirtió a su hijo que no volara muy bajo, para evitar problemas de humedad en las alas, pero tampoco muy alto, ya que el sol fundiría la cera de las alas. Ícaro empezó a volar y, cegado por el orgullo, se elevó sin hacer caso al consejo de su padre. Tanto subió, que el sol fundió la cera, las alas se deshicieron e Ícaro murió en la caída.
Tenemos unos conocimientos científicos y técnicos que nos permiten hacer cosas impensables hace tan sólo unas pocas décadas. Estos conocimientos son nuestras alas de cera. Estamos avisados de que tenemos que cambiar la dirección de nuestro vuelo para evitar un mayor calentamiento del planeta o nos espera un batacazo monumental. ¿Nuestro orgullo y necedad, no nos dejarán cambiar la dirección hasta que la caída sea inevitable?
Dani Boix i Masafret
Fornells de la Selva, Cataluña, España