En Deuda con los pueblos indígenas

EN DEUDA CON LOS INDÍGENAS

Pablo SUESS


I

Los imperios colonizadores, las naciones latinoamericanas y las Iglesias cristianas están en deuda con los pueblos indígenas. A la raíz de esta deuda está la conquista, como pecado primero, y la fraternidad negada, como consecuencia. “Fraternidad negada” significa justicia negada, alteridad destruida, reconocimiento recusado y proyecto de vida desarticulado. La Deuda Externa de los países latinoamericanos, que configura la negación de sus proyectos de vida, envuelve a los pueblos indígenas de la misma forma como a las masas populares.

La Deuda Externa no espera sólo un “perdón generoso” de parte de los países ricos, o una ronda de conversaciones con las élites. Un mero perdón sin rupturas con las estructuras que obligan -en nombre de la sobrevivencia- a contraer nuevas deudas, significaría sólo una atadura más sobre una herida no curada. Por este motivo, la cuestión de la Deuda Externa remite a la ruptura con estructuras de explotación y a la articulación de un nuevo proyecto de vida en el que quepan todos.

Un nuevo proyecto de naciones autodeter-mi-nadas, multiétnicas y no hegemónicas ofrece, a partir de las ruinas de la fraternidad negada, la oportunidad de vida para todos. Los pueblos indígenas, con su sabiduría milenaria y su resis-tencia de 500 años -a partir de 500 años de resistencia y sufrimiento- tienen mucho que ofrecer para esta ruptura con el proyecto de las élites y para la construcción del proyecto popular en las Américas.

II

El “Tribunal de la Deuda Externa”, realizado del 26 al 28 de abril de 1999 en Rio de Janeiro, trató de identificar la relación existente entre la Deuda Externa y la situación de injusticia y miseria. Hoy, América Latina presenta índices de pobreza (39%) e indigencia (17%) significativamente por encima de los índices de 20 años atrás. En el caso de Brasil, 40 millones de personas viven bajo la línea de pobreza. La deuda brasileña pasó de 148 mil millones a fin de 1994, a 235 mil millones en noviembre de 1998, mientras que en ese mismo período de tiempo fueron pagados cerca de 126 mil millones a los acreedores externos. La Deuda Externa de los países de la periferia, en 1998, representa un monto de 1950 mil millones de dólares. La deuda de los países más pobres y más endeudados ya está más que pagada por las amortizaciones y por la usura.

Los gobiernos latinoamericanos justifican esta danza de la deuda que permite contraer nuevos préstamos para pagar los intereses de los anti-guos. Dicen que, ante la “muerte súbita” que significaría la moratoria de la Deuda Externa, y el estrangula-miento lento y gradual a través del pago de intereses, “servicios” y amortizaciones de la Deuda, no hay alternativas. Identificados con las grandes empresas y los bancos, los gobernantes latinoamericanos han optado por la estatización de la deuda externa privada, socializando sus costos. Para satisfacer al FMI y al sistema finan-ciero global, han sacrificado una gran parte del presupuesto dedicada a los gastos de las políticas sociales, lo cual ha tenido como resultado el abandono de la salud, de la educación, de las políticas de empleo, de la vivienda popular, de la demarcación y garantía de las tierras indígenas y de las condiciones de su supervivencia en cuanto pueblos.

En vez de declarar la moratoria de la Deuda Externa, han declarado la moratoria del pago de las deudas sociales. Las víctimas de esa moratoria son los niños y las futuras generaciones, las mujeres y hombres trabajadores del campo y de la ciudad, los negros y los pueblos indígenas.

“Ruptura” y “reconstrucción”, como exigencia del proyecto de “Una Patria Grande sin Deudas”, exigen también la ruptura con conceptos hereda-dos, concretamente, con el concepto “deuda” y “deudores”.

Frente al pobre y al indigente, frente al Otro e inocente, el deudor es aquel que se apropió del poder hegemónico y acu-muló riquezas. En un Continente de pobres, la riqueza acumulada es deuda.

III

Al apuntar a una ruptura cultural, los pueblos indígenas apuntan a la ruptura más amplia posible con el proyecto político y socioeconómico en curso. La cuestión indígena cuestiona objetivos y priori-dades de la ciencia, de la filosofía polí-tica, de la práctica económica y de nuestra propia visión del mundo. Los pueblos indígenas nos ayudan a pensar nuestra identidad y a relativizar nuestras fronteras.

Lo que está en discusión, en este final de siglo, es el agotamiento de un ciclo civilizatorio, quizá, la hegemonía del proyecto de la civilización occidental en su conjunto, que no consigue ya garantizar una vida para la mayoría de los seres humanos ni la integridad del planeta tierra. La ruptura cultural, pensada a partir de los pueblos indígenas, es la articulación de la resistencia contra el tedio mortal de la monocultura, del monólogo, de la hegemonía y del privilegio. El rescate de la biodiversidad es al mismo tiempo el rescate de una deuda cultural y planetaria.

Cuando los pueblos indígenas vuelven los ojos para el pasado y el futuro del continente ame-rindio, no ven sólo los 500 años de la América Latina. No se sienten obligados a mirar a Atenas, a Jerusalén o a Roma. Miran a Tikal, en Guate-mala, donde encuentran templos-pirámides de los pueblos mayas, que desde 2500 años antes de Cristo dejaron sus huellas en esta región. Dirigen su mirada a las culturas de Tlatilco (México, 1000 años antes de Cristo), de san Agustín (Colombia, 6-12 siglos d.C.), a la cultura azteca de Tenoch-titlán y a Tahuantinsuyu, el imperio de los incas, que se extendió de Ecuador hasta Chile (desde 1150 d.C).

Pueden mirar también el arte de la cerámica de las grandes civilizaciones de Marajó, de Santarém, de Tapajós en la Amazonia brasileña. La urna funeraria marajoara nos cuenta de la fe de estos pueblos en una vida más allá de la muerte. Los pueblos indígenas pueden enorgu-lle-cerse de sus chamanes y pajés, de sus guerreros, santos y héroes. Quien viene de las Américas tiene una larga historia para contar.

Pero América Latina desconoce la mayor parte de la historia de Amerindia. Al desconocer las culturas y religiones indí-genas, el cristianismo pone en juego su propia esencia, que es el amor. En la Biblia, el conoci-miento más profundo es descrito como amor. Las Iglesias tienen una deuda para con las religiones indígenas, una deuda que exige un pago más allá de la pastoral social. La ruptura con la monocul-tura religiosa apunta para un macroecumenismo de solidaridad y reconocimiento.

Los pueblos indígenas nunca fueron deudores de América Latina. Al contrario. Son acreedores de una Amerindia con identidad propia y sin deudas.

SCHADEN, Egon, "Las religiones indígenas de América del Sur", en: Las religiones en los pueblos sin tradición escrita, Ed. Siglo Veintiuno, México, Madrid, Colombia, 1982; col. Historia de las Religiones, vol. 11, pp. 355-415.

SUESS, Paulo, "Religiões dos povos indígenas", en: Guia para o diálogo inter-religioso, Estudos da CNBB 52, São Paulo, Paulinas, 1987,pp. 67-78.

SUESS, Paulo, "A causa dos povos indígenas", en: Banquete da Vida. Curso de Verão XII, São Paulo, Paulus, 1998, pp. 54-63.

 

Pablo SUESS

São Paulo, Brasil