¿ES POSIBLE ELIMINAR LA VIOLENCIA? (PARTE I)

 

Ivone Gebara

Les invito a todos a refl exionar sobre el sentido de la violencia en nuestras vidas y a preguntarnos si, de hecho, es posible eliminarla por completo. Les pregunto sobre la violencia contenida en los movimientos sociales llamados “no violentos” relacionados con los llamados procesos violentos de agresión a pueblos y grupos. Advierto que es importante no identificar la violencia solo con las guerras o con las agresiones policiales, o de latrocinio amplio y sin restricciones que permite el capitalismo y que es tan común hoy en día. Propongo no identificar la violencia solo como la violencia racial, de género, étnica, de clase, buscando solo contrarrestar esas formas como si pudiéramos eliminar las muchas formas de violencia que nos caracterizan.
Solo tenemos que caminar por las calles entre el tráfico, a menudo caótico, para sentir nuestro cuerpo y nuestras mentes agredidas por un sinnúmero de comportamientos procedentes uno de otros. Basta con estar distraída y caminando tranquilamente para que, de repente, alguien nos arrebate la cartera o el bolso, nos tire al suelo y, además de hacernos daño, nos llene a nosotros de una rabia misteriosa. He escrito y hablado a muchos públicos que la violencia está constituida por nuestra vis, es decir, por nuestra fuerza vital exacerbada por lo que le añadimos, o sea, la partícula ‘esencia’. Esa partícula indica
los excesos, la desmesura, el cáliz derramado de vino o sangre, indica la eliminación de las vidas u opiniones que parecen interponerse en el camino de mis propios intereses inmediatos. Y, de hecho, parece que nos mandan más nuestras ‘esencias’ que nuestra vis.
En realidad, no vivimos y no existimos sin fuerza vital. Esta afirmación se extiende a todo lo que existe. Se trata de la fuerza vital colectiva presente en el planeta y más allá, sin embargo, puede interpretarse de forma humana, individual, racionalizada y, a través de ella, crear una interpretación llena de dualismos que, aparentemente, se oponen y se eliminan. Aprendemos a conocer nuestro mundo a través de oposiciones, de separaciones, de divisiones, a través de sí y de no, bueno y malo, bello y feo, rico y pobre, etcétera.
Esta forma dualista persiste en casi todas las culturas, especialmente las herederas del antiguo pensamiento griego reinterpretado de muchas formas a lo largo de los siglos. Hoy en día, la extensión de la destrucción del planeta, y a partir de ahí, de todos los seres que viven en él, alcanzó su apogeo a través de muchas formas de eliminación mutua. Se habla de la autodestrucción de los seres humanos, de muchos seres vivos e incluso del planeta a través del calentamiento global y de los muchos calentamientos humanos que comen y destruyen las fuerzas vivas de la Tierra.
En esta situación dramática, pregunto si no podríamos cambiar poco a poco nuestra forma de conocimiento y de acción, proponiendo que, en vez de oposiciones, que intentemos conocer el mundo a través de formas de inclusión, de interpenetración, revelando nuestras estructuras cognitivas interdependientes. Aprenderemos hasta que punto el planeta está habitado por una amalgama de seres, de pueblos y situaciones que se encuentran y se separan en un continuo proceso evolutivo. Tal perspectiva no es nueva, pero siempre estuvo presente en algunos procesos cognitivos, aunque sin imponerse de forma única. Ahora vuelve de una forma más adaptada a nuestros tiempos y como una forma de conocimiento necesaria para la preservación de muchas formas de vida.
El nuevo/viejo camino se impone, porque las formas dualistas dividen y, al dividir, la parte vencedora domina, provoca exclusiones, convulsiones y muerte. Cuanta más oposición, más estrechamiento de los poderes de dominación de nuestro mundo, más entrega de nuestra conciencia a las formas cognitivas que se imponen como únicas y absolutamente necesarias.
Acogemos estas formas cognitivas sin pensar en ellas, como si fueran algo inmutable en nosotros. Y, por eso, convertimos el dualismo oposicionista en forma única de conocimiento humano, de modo que acabamos dividiendo los buenos de un lado y los malos de otro.
Naturalizamos esta forma de cognición, afirmamos que expresa la propia naturaleza humana y que siempre será así. Introducimos esta perspectiva dualista o “dualizadora” del pensamiento hasta en las creencias religiosas y afirmamos que, al final de los tiempos, Dios pondrá a los buenos en un lado y a los malos de otro. Algunos irán al cielo y otros al infierno, que produce una moral a menudo dogmática y poco respetuosa con la diversidad humana.
El dualismo es una forma cognitiva violenta, porque siempre acaba excluyendo y declarando la victoria de uno sobre el otro. Determina culpables e inocentes. Dualistas que somos nos olvidamos de que el lado derecho sostiene el revés, y que conocemos el mal que nos afecta porque está dentro de nosotros y queremos el bien porque este ‘algo bueno’ también mora en nosotros.
¿Cómo me doy cuenta de que algo es malo o bueno para mí? Me doy cuenta de diferentes maneras e intensidades. A veces porque algo me provoca un malestar físico, por ejemplo, cuando me excedí con una bebida alcohólica, o con una comida super grasienta, otras veces porque fui perjudicada porque me robaron algo valioso, otras veces porque perdí un empleo, otras veces porque perdí un amigo querido, otras veces porque otro país se apoderó del mío y así sucesivamente. Me doy cuenta de lo bueno cuando me siento victoriosa, apreciada, amada en diferentes situaciones de la vida. Sin embargo, la vida no se trata sólo de oposiciones… La vida, y todas las cosas que la constituyen, también nos constituye a nosotros. Nos convertimos en la cerveza que bebemos y los amigos que tenemos, y el título que obtuvimos, la tierra en la que vivimos. Nos convertimos en el crimen que cometemos, el pan que no compartimos, la bofetada que infligimos, el odio que habita en nosotros. En realidad, todo se mezcla en nosotros y nos hace quienes somos.
Por eso tenemos que pensar en eliminar, o al menos disminuir ‘las esencias’ en nosotros, o sea, los excesos que nos hacen destruir nuestra vida y la vida de otros. Los excesos aparecen en las posesiones, en los poderes y en la valoración jerarquizada que hacemos de nosotros y de los demás. Así se produce en nosotros el proceso de endurecimiento emocional, de ceguera ante realidades distintas del limitado campo visual de nuestro ser interior, del que nos enamoramos y nos hacemos esclavos de visiones y de posesiones pasajeras, como si nuestra vida fuera a eternizarse junto con las posesiones que el óxido y las polillas pueden destruir.
¿Podemos eliminar la violencia en la vida y en la vida humana en particular? No lo creo. Sin embargo, podemos, a través de amplios procesos educativos, revisar las naturalizaciones que hicimos, abrirnos al pluralismo y perspectivismo de las posiciones, reelaborar nuestras visiones interiores, relativizar nuestras certezas, dudar de nuestras certidumbres para acercarnos cada vez más a la sostenibilidad de las mezclas del mundo.