Esta Patria Grande en Éxodo

Esta Patria Grande en Éxodo

Pedro CASALDÁLIGA


Para este paso de milenio, los entendidos vienen anunciando un fenómeno mundial de migración con visos de apocalipsis. Dentro de los respectivos países, del campo a la ciudad, de la ciudad al campo, desesperadamente, de un país para otro país, de un continente para otro continente. La pobre Humanidad, ahora supertécnica y todopoderosa, enloquecidamente perdida dentro de su propia casa...

Esta AGENDA LATINOAMERICANA’99 asume este año como eje central de reflexión y de compromiso la migración, bajo el símbolo consagrado del éxodo.

Hablamos más concretamente de esta Patria Grande, de Nuestra América, en éxodo. Pero, evidentemente, podemos pensar y sentir y comprometernos, refiriéndonos -raza humana ante todo y siempre- a toda esa Patria Grande que es la tierra ya definitivamente mundializada, para bien o para mal, según caminen nuestros corazones y nuestras políticas.

Sin duda, la migración, el éxodo, son expresiones y vivencias ambivalentes. Tienen su cara negativa y su rostro positivo también.

La migración, normalmente, es forzada. La mayoría de los migrantes salen de su tierra, de su hábitat, por algún tipo de necesidad imperiosa, pues no se deja la casa sin desgarro. Ahora bien, la migración, como éxodo, es la salida de una esclavitud, que podrá ser hambre, desempleo, epidemia, sin-futuro. Es entonces un «paso» de liberación. En esos casos la migración es un primer derecho que ninguna ley de extranjería puede bloquear. Sobreviviente del naufragio de una de esas «pateras» o barcas inestables que trasladan clandestinamente emigrantes del norte de Africa para Europa, Brahim, ante la tragedia de sus compañeros muertos en la travesía, protestaba: «Nadie puede poner fronteras a nuestra hambre». En los siglos medios de esa vieja Europa, que ahora rechaza a los emigrantes del tercer mundo, la simple condición de «peregrino» tenía un valor sagrado de pasaporte... La peregrinación-huida de la desesperación y la miseria impuestas, debería merecer ese derecho y ese respeto en la persona de todo emigrante.

En su expresión positiva, el éxodo como parábola de liberación representa la salida de cualquier tipo de esclavitud; quizás una salida de sí primero, del propio egoísmo; de la cansada rutina; del fatalismo o del consumismo que se rinden a los diferentes capataces y faraones para seguir fabricando los ladrillos del lucro y de la explotación. Una salida libertadora, pues, que ciertamente supondrá el paso arriesgado, doloroso, persistente, por el desierto de la búsqueda y de la esperanza. El éxodo es así la lucha por la tierra prometida, una tierra otra, otra sociedad, otra vida. Para una persona, para una familia, para todo un pueblo, para toda la Humanidad.

En esta AGENDA LATINOAMERICANA’99 recogemos los varios éxodos que se vienen padeciendo y/o forjando por categorías sociales. Podríamos alargar la enumeración abarcando, como decía, a la Humanidad entera, toda ella hoy más que nunca migrante, en éxodo. Ya se ha dicho repetidamente que más que una época de cambios, esta nuestra época, final de un siglo tan fascinante como cruel, es un verdadero cambio de época.

A propósito, muy sabiamente, ahuyentando toda alucinación milenarista, una vieja comadre campesina de este nuestro Araguaia me decía hace poco, hablando del año 2000: «Obispo, no es el fin de las eras, no, sino el fin de una era». Vamos a empezar una era más, y seguimos, porque la historia fue, es y será, y nosotros seguiremos haciéndola día a día. No podemos ceder a la tentación de milenarismos frustrantes o evasivos, porque tan humanos y tan divinos son los vulgares 1999 y 2001 como el jubilar 2000 redondo. Claro que vamos a celebrar el jubileo de la venida de Dios en la carne y en la historia de Jesús de Nazaret, hermano compañero de nuestra propia carne y de nuestra propia historia. Y exigiremos, en un clamor universal, el cancelamiento de la deuda externa y de las diferentes deudas sociales; la conversión de las personas y de las estructuras; un cambio de sociedad; y, ¿por qué no?, un cambio de Iglesia, un profundo cambio de la vivencia religiosa en el mundo. Alguien ha pedido con razón a las Iglesias -y podemos pedirlo a todas las religiones- que anuncien y vivan una especie de «escatología en acción», el total éxodo permanente. La iniquidad de las deudas que queremos cancelar es tan inicua en el año 2000 como en el 1990, o en el 2003 ya replegada la marea de las celebraciones. Jesús de Nazaret, en su primer discurso público dentro de la sinagoga de su pequeñita patria nazarena, plenificó el antiguo jubileo de su pueblo y promulgó un jubileo universal, definitivo y permanente: «El Espíritu del Señor está sobre mí y me envía a anunciar... una era de gracia» (Lc 4, 16ss).

En la Biblia, el éxodo es el paradigma mayor, constante, estructural, de las relaciones de Dios con un pueblo que debería ser un sacramento de liberación para todos los demás pueblos. El éxodo es el gran gesto -»¡ahora vais a ver quién soy!»- del Dios que es, por definición, liberador de toda esclavitud.

Hoy día, incluso en sectores hermanos de la teología de la liberación y del movimiento popular, hay quienes reivindican cambio de paradigmas. Con razón, si se trata de cambio de paradigmas, en plural: motivaciones adicionales, otras estrategias, acentos quizá olvidados, alianzas nuevas... Pero sin razón -y claudicando-, cuando se intente cambiar el paradigma, en singular. Ni la izquierda ni la fe cristiana pueden renunciar al paradigma o a los paradigmas mayores. La justicia, la solidaridad, el compartir, la sobriedad, los derechos humanos, la igualdad y alteridad simultáneamente de las personas y los pueblos, la liberación integral, el Reino de Dios -¡el paradigma del propio Jesús!-... son el paradigma irrenunciable. Se dice, como arriando banderas y entusiasmos, arriando quizá la militancia, que ya no es hora de éxodo, sino de exilio. Es hora de exilio y de éxodo a la vez, creemos nosotros. Los profetas que hablaban en nombre de Dios al pueblo en exilio le recordaban siempre, alentándolo, apremiándolo, el paradigma movilizador del éxodo.

Continúa siendo verdad que «no tenemos aquí ciudad permanente» (Hb 13,14). Emigrantes somos todos. Pero es verdad también que esta tierra y esta historia son la única tierra y la historia única que aquí, en el tiempo, tenemos a mano. Una tierra que debemos mimar como la propia casa de todos. Y ahí sí que se impone añadir un nuevo paradigma a nuestra vida, a nuestra política, a nuestra pastoral. Durante siglos, milenios, hemos «dominado» la tierra; debemos finalmente aprender a «habitarla»; pasar de la simple despiadada economía a la «ecodomía» o construcción responsable y amorosa de la mismísima casa de la Humanidad. Hermosamente explana esta nueva vivencia ecológico-social Geiko Müller-Fahrenholz en su libro El Espíritu de Dios. - Transformar un mundo en crisis.

Viviremos esta tierra y esta historia en éxodo constante, en lucha incansable, en tensa alegre esperanza de liberación, acumulando osadamente éxodos menores y cambiantes, dentro del gran Éxodo a que nos conclama permanentemente el Dios de la Vida y de la Liberación.

Para esto compartimos con ustedes, hermanas, hermanos, nuestra AGENDA LATINOAMERICANA’99.