Feminismo, educación popular y revolución

FEMINISMO, EDUCACIÓN POPULAR Y REVOLUCIÓN

Claudia KOROL


Cualquiera de los términos que titulan esta reflexión resultan profundamente subversivos, si creemos en ellos plenamente y los ejercemos. Todos tienden a una modificación profunda de la realidad que vivimos y sufrimos, dirigida a terminar con aquello que nos oprime, nos domina, nos excluye y discrimina.

Sin embargo, en muchas oportunidades, las palabras y los actos que ellos nombran se encuentran distanciados, alejados entre sí, hasta enfrentados. Y en esta distancia pierden radicalidad, se van tornando débiles para librar una batalla que, por el contrario, exige comprometerte toda las dimensiones del cambio necesario y posible para hacer la vida más bella y más humana.

El intento de esta propuesta es, en consecuencia, la necesidad de integrar estas dimensiones, y algunas otras igualmente fragmentadas en la lucha social, como son: identidad, ecología, clasismo, cultura popular (y hay más), de forma que pensemos nuevamente el mundo desde los que cotidianamente soñamos con transformarlo y sin embargo quedamos agobiados por una montaña de incomprensiones, malos entendidos y fronteras trazadas entre nosotros. Infranqueables fronteras políticas, ideológicas, prejuicios, tabúes, desconfianzas, que nos impiden reconocernos como parte de una única humanidad, lacerada por la cultura dominante.

Los tiempos postglobalización han agravado la opresión que sufrimos las mujeres, tanto en el terreno estrictamente económico como en el trastocamiento de valores que acentúa la agresión hacia nuestra identidad, transformada en mercancía para la mejor venta de gaseosas, jeans, o de un rato de placer.

La feminización de la pobreza es uno de los resultados mundialmente reconocidos que surgen de este desorden mundial. Y, paradójicamnte, el acceso al trabajo, al estudio, e incluso a la política de sectores de mujeres, producido indudablemente en la última mitad del siglo XX, no ha transformado esta situación, dado que la misma se rige por la lógica agresiva de la acumulación capitalista.

Como contrapartida del empobrecimiento que produce el capitalismo, comienza a producirse un nuevo fenómeno, que es la feminización de la resistencia. Con este término me refiero al lugar destacado que venimos teniendo las mujeres en las resistencias parciales a la opresión; protagonismo verificado en las madres que luchan por la vida de sus hijos, tanto en el enfrentamiento con las dictaduras, como en la actual batalla sorda contra políticas como las del «gatillo fácil» y otros métodos criminales con los que se pretende disciplinar a la juventud. Me refiero también al papel de las mujeres en las barriadas populares, organizando las comidas colectivas, los comedores, las ollas comunes, así como las tomas de tierras y de viviendas. Me refiero a las mujeres de los trabajadores que enfrentan la desocupación y el cierre de empresas. Un nuevo nivel de participación de la mujer, que se vincula casi siempre a la necesidad de dar respuesta a las duras exigencias de la vida cotidiana.

En este tema, el de la transformación de la vida cotidiana, y en los esfuerzos por la creación de la nueva mujer, entiendo que está la intersección del feminismo con la teoría y la práctica de la educación popular.

En diversos encuentros sostenidos entre mujeres, hemos verificado la aptitud de la educación popular para afirmar un proceso de reflexión colectiva que permita sistematizar nuestras prácticas tan dispersas y diversas, nacidas la mayor parte no de la conciencia pre-establecida de nuestra opresión como género, ni de una definición previa como feministas; sino desde el dolor, desde la necesidad, desde la esperanza que nos conmueve como madres, o como mujeres simplemente, día a día, y os impulsa a la lucha, que en primera instancia suele ser de sobrevivencia.

Esa búsqueda, al comienzo intuitiva, por defender nuestra cría, por alimentarla, por ayudarla a crecer... nos hace chocar una y otra vez con las dificultades que impone la dominación machista a la participación de la mujer en cualquier gestión social que nos saque del ámbito cerrado de la familia. El machismo es aliado de la explotación y de la dominación, ya que refuerza el sojuzgamiento y la esclavización de una parte de la humanidad, la de las mujeres, negadas desde esta cultura como protagonistas activas de la historia.

Es desde nuestra práctica nueva, incipiente, pero dura, de lucha por la vida, o más bien por sobrevivir, como gradualmente vamos tomando conciencia. Es una conciencia difusa, no suficientemente asumida, que choca incluso con el lugar que nos adjudica el sentido común, internalizado en nuestras propias percepciones del mundo, de que no podremos ser nosotras mismas, si no asumimos una lucha de carácter integral contra la dominación capitalista. Y que por ser integral tiene una dimensión específicamente cultural. esto implica la modificación de nuestras formas de entender el mundo, de relacionarnos entre nosotras y nosotros, de ejercer valores negados por el neoliberalismo, como son la solidaridad, la cooperación, el humanismo, el sacrificio, la entrega.

La educación popular, al permitirnos teorizar colectivamente sobre nuestras prácticas, nos posibilita encontrar pistas para una producción colectiva de conocimientos que nos ayuda a reconocernos, identificarnos, creen en lo que podemos crear, y al mismo tiempo, que potencia nuestra capacidad de cambiar la realidad, de transformarla, en un sentido de ruptura, de batalla contra la enajenación y contra toda forma de alienación de nuestra sensibilidad, y nuestro esfuerzo, en un sentido de revolución.

El feminismo de finales del siglo XX debe enfrentar los retos que propone la nueva cultura capitalista de dominación; y debe asumir sin prejuicios un lugar de avanzada en la lucha social, asumiéndose claramente como un feminismo de liberación; que se vincule claramente con todas las corriente s sociales, políticas, ideológicas que comparten la liberación del ser humano, hombre y mujer, y la creación de un hombre nuevo y de una nueva mujer, como condición para esa batalla.

Es a partir de este reconocimiento como va verificándose la conclusión de que la perspectiva de género requiere ser conjugada con una perspectiva que algunos y algunas llaman «de clase», aunque yo prefiero denominarla simplemente como una perspectiva revolucionaria. Un feminismo consecuente debe bregar por una auténtica revolución. Y una auténtica revolución deberá asumir consecuentemente una perspectiva de liberación de la mujer, de sus capacidades creativas, productivas, de su imaginación y de sus sueños.

Será seguramente una revolución nacida desde el fuego del hogar, desde los dolores del parto, desde la noche pasada en vela en espera de nuestros hijos, desde la sensibilidad aún no suficientemente desplegada de nuestras hermanas, desde el coraje y la rebelión para enfrentar la vida y la muerte, desde la dignidad que encierra un señuelo blanco, desde la memoria que guardan nuestras abuelas.

Será pues, más completa y más humana. No será realizada, claro, solamente por mujeres, pero tampoco podrá ser pensada, nunca más, sin nosotras.

 

Claudia KOROL

Buenos Aires, Argentina