Feminismo y Teología de la liberación

Feminismo y Teología de la liberación

Hugo Cáceres Guinet


En los años 70, los más renombrados teólogos de la liberación no percibían claramente, y hasta negaban, que una de las vertientes de la teología latinoamericana debía seguir los cauces del feminismo y su agenda establecida desde fines del siglo XIX. Yo mismo llegué a escuchar a uno de los más prominentes teólogos latinoamericanos: «Ese asunto es de las gringas, en América Latina ése no es un problema». 40 años después el mismo teólogo no deja de afirmar que la teología feminista de la liberación (TFL) es hija de las luchas de nuestros pueblos, y que el «asunto de las gringas» lo es también de las mujeres urbanas y campesinas, mestizas y aborígenes de este Continente.

Como varón, más centrado y atraído por analizar las discriminaciones de carácter social y político, a mí también me ha costado algunas décadas de ceguera aceptar esta genuina expresión teológica. Después de todo, la TFL parte de la premisa de que el patriarcado es la estructura social en que se comete violencia y opresión contra las mujeres y se hacen invisibles sus contribuciones; ¿a qué varón le agrada escuchar esta verdad, aquí en el Continente donde somos responsables de que se haya acuñado el vocablo «machismo»?

Este desagrado inicial es difícil de superar y es, para los varones latinoamericanos, como una kénosis de la masculinidad hegemónica y de los privilegios que gozamos en casa, en la iglesia y en la sociedad. Si no estamos dispuestos a aceptar este incómodo punto de partida, la TFL continuará creando anticuerpos entre los hombres y no se articulará con otras expresiones de la teología de la liberación. Jesús lo expresó muy bien: «¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo, y no en la viga que llevas en el tuyo?» (Mt 7,3). ¿Con qué autoridad podemos acusar a las fuerzas opresoras sociales o eclesiales, si en casa o en la sacristía, nosotros mismos condenamos a las mujeres a ser ciudadanas de segunda clase?

No basta con reconocer que el machismo, el sexismo y la homofobia nos alcanzan a la mayoría de los hombres de este Continente; mientras los teólogos, los activistas sociales y las fuerzas políticas no aúnen sus fuerzas con la causa de las mujeres, todos los propósitos liberadores serán esfuerzos fragmentados.

Justamente es en su carácter de cohesionadora y potencializadora de muchas fuerzas populares donde debemos reconocer la contribución más valiosa de la TFL al total de las teologías liberadoras. La TFL ha establecido firmes conexiones con la teología indígena, los estudios de género, la ecoteología, y ha provisto de instrumentos de análisis a las teologías emergentes de las minorías sexuales. Es decir, ha probado que no era «asunto de gringas» sino asunto de todas las minorías que padecen grados de marginación y que han sabido cohesionarse con la misma indignación en lucha contra cualquier esclavitud moderna. En particular la TFL sigue inspirando a mujeres de grupos minoritarios a luchar contra varios frentes (varones poderosos, reconocimiento de identidades, marginación) quienes se han beneficiado grandemente de las rutas recorridas por sus hermanas hace ya varias décadas. El II Encuentro de Teólogas Indígenas (2013) que reunió a mujeres de las etnias aymara, quechua, miskitu, kaingang, kichwa, puruhá y quitucara, afirmaba:

«…somos mujeres vinculadas a la tierra, como símbolo de ancestralidad, lucha y vida. Como parte de nuestra historia nombramos nuestros sentimientos: esperanza, resistencia, dignidad, orgullo, alegría y solidaridad. Nos sentimos aún controladas y cuestionadas por el poder dominante; a veces con sentimientos de culpa, que generalmente nos vienen de los espacios eclesiales y sociales, que generan indignación y rabia contra el sistema que nos marca límites, y al que confrontamos sin miedo ni prejuicios».

Son impensables las afirmaciones de estas minorías con voz propia sin la andadura previa de teólogas feministas en las facultades de antropología, sociología y ciencias religiosas. Es importante reconocer que en estas intuiciones teológicas de grupos minoritarios se apela a rupturas necesarias que toda teología de la liberación reconoció como parte de sus propios preceptos. Las teólogas indígenas afirman:

«…estamos desafiadas a romper con la espiritualidad dualista y la teología racionalista, viviendo el proceso de la descolonización de nuestro ser y conectándonos con nuestra subjetividad fecunda. Desde esta interioridad lograremos afectar y trastocar las realidades de injusticia, exclusión, discriminación, y todas aquellas situaciones que atentan la Vida Digna».

Hermenéutica feminista y liberación androcéntrica

Encuentro que mis colegas mujeres biblistas de la TFL nos han hecho un tremendo favor al permitirnos liberar la exégesis occidental académica de sus parámetros masculinizantes. No sin resentimiento de los académicos varones, la presencia de biblistas mujeres fue haciéndose más visible y actualmente es percibida como imprescindible en el mundo académico internacional. Los principios hermenéuticos de la exégesis feminista liberadora fueron sistematizados por Elisabeth Schüssler-Fiorenza y permitieron descubrir cómo el rol de la mujer fue silenciado o escondido en los textos bíblicos tras una retórica machista. Esta primera influencia de la exégesis liberadora feminista vino inicialmente de EEUU, pero rápidamente continuó con voces propias latinoamericanas, insistiendo en que las lecturas eclesiales canonizan la experiencia masculina como única, con validez universal. Pronto las biblistas latinoamericanas hicieron suya la hermenéutica de la sospecha, lo que produjo frutos notables. No es de extrañar que la causa del feminismo encontrara un buen aliado entre las exégetas, quienes han trabajado arduamente –en un campo tradicionalmente masculino– para sentar las bases de una relectura bíblica desprovista y saneada de machismo para, posteriormente, establecer nuevos rumbos a otras ramas teológicas.

TFL y liberación ad-intra de las instituciones eclesiales

A diferencia de la teología de la liberación, la TFL no combate en primera línea contra las poderosas fuerzas políticas y sociales, sino que encuentra fuerzas esclavizadoras y opresoras en casa, es decir, en las propias instituciones eclesiales justamente de donde surgieron sus voces. El Congreso de Teología de Madrid de 2013, sobre Teología de la Liberación hoy, definió en su declaración la responsabilidad de las iglesias en la esclavitud femenina:

«Denunciar la negación de los derechos sexuales y reproductivos y la violencia sistemática contra las mujeres: física, simbólica, religiosa, laboral, ejercida por la alianza de los diferentes poderes: leyes laborales, publicidad, medios de comunicación, gobiernos, empresas... Tal alianza promueve y refuerza el patriarcado como sistema de opresión de género. En la discriminación y el maltrato de las mujeres tienen no poca responsabilidad instituciones religiosas. La TLF pretende responder mediante el reconocimiento de las mujeres como sujetos políticos, morales, religiosos y teológicos».

Esto no es sólo protesta para que la mujer logre autorización para predicar o acceder al sacerdocio, aunque estos temas permanezcan en la agenda feminista. La TFL hunde sus raíces en asuntos más fundamentales. Daphne Hampson planteó que el cristianismo es inevitablemente patriarcal e intrínsecamente destructivo de la mujer, y Rosemary Reuther puso sobre la mesa la inquietud: ¿puede un salvador varón salvar a las mujeres? Es decir, estamos escuchando planteamientos que ponen de cabeza tanto la eclesiología como la naturaleza misma del Hijo. Por lo tanto, la TFL ha surgido para quedarse por mucho tiempo, al menos mientras su agenda incluya no sólo reivindicaciones de género, sino una relectura de los orígenes del cristianismo, y nuevos postulados para la teología que destruyan la barrera que se erigió hace 20 siglos, para que podamos decir en el campo teológico: «entre ustedes no hay varón ni mujer» (Gal 3,28).

El reconocimiento del sujeto pastoral femenino en las iglesias, con equidad e inclusión, no es suficiente mientras no sea profundizado hasta el plano ontológico, por las propias mujeres. Curiosamente, la Iglesia católica, que exalta hasta más allá de lo humano a la Virgen María, tolera escasamente la inquietante presencia de la mujer cuando no encaja en el papel de madre o de virgen. Creo que estas reclusiones del sujeto femenino en su rol de madre o no madre, tienen la misma raíz en el miedo que condena el sexo por cualquier propósito excepto la procreación. De estas aprensiones pasamos a un punto pendiente de reflexión para la TFL, que es una mariología renovada que devuelva los derechos sexuales a María y que otorgue un padre humano a Jesús, es decir la superación del Credo de Nicea, ni más ni menos. La virginidad no es necesariamente algo santo, excepto en el mundo ascético dualista contrario al placer. Jesús no es necesariamente un salvador más eficiente por haber nacido sin un padre. Tarea titánica para la TFL, pero que, sin duda, no va a ser abarcada por las mentes masculinas.

La inicialmente incómoda presencia del sujeto femenino en la mesa del diálogo teológico, ha otorgado a la reflexión teológica latinoamericana nuevos cauces y, ciertamente, una agudeza que los varones apreciamos como un enriquecimiento y una oportunidad de integración.

 

Hugo Cáceres Guinet
Lima, Perú