Fieles en el día a día
Fieles en el día a día
Pedro Casaldáliga y José María Vigil
Un espíritu revolucionario siempre encuentra, de una manera u otra, la tensión entre utopía y realidad. La utopía es siempre tan u-tópica, tan «sin lugar aquí», tan en «otro lugar», que incluso se resiste a tomar lugar en nuestras vidas. Paradójicamente, es más fácil entregar la propia vida en un gesto heroico en aras de la utopía, que entregarla en la fidelidad diaria, en la oscuridad del anonimato y de las pequeñas cosas de cada día. Es más fácil amar las Grandes Causas a distancia, que encarnarlas en nuestro compromiso diario. Son más fáciles los grandes gestos solemnes de cara a la galería, que la fidelidad a los pequeños detalles diarios vividos en la oscuridad de la cotidianeidad anónima.
«Es más fácil conquistar la libertad que administrarla cada día», decía Bolívar. Es más fácil ganar una revolución, que continuarla con una mística sostenida en los años siguientes. Es más fácil una insurrección heroica, que la «revolución diaria» en la sociedad y en cada una de nuestras vidas.
La espiritualidad liberadora no es un espíritu de libertinaje, de anarquía. Esa sería una falsa liberación. La nuestra es una espiritualidad disciplinada, incluso por causa de la Revolución a la que quiere servir. Se vive en el día a día. Disciplinada en los horarios: dando su tiempo a cada cosa, al trabajo, al descanso, a la convivencia, a la oración…
Cuanto más utópicos seamos, cuanto más impulso y potencia tenga nuestra mística, más necesitará de cauce, de márgenes, para no dispersarse derramadamente inútil…
Es imposible la autenticidad sin una disciplina y un autocontrol que vayan programando nuestra vida y sus actividades… Los mejores revolucionarios han sido ejemplo de disciplina y autocontrol. La libertad y la fiesta pueden ser fácilmente malentendidos, excedidos, extremados, indebidamente. Disciplina, orden, método, planificaciones, evaluaciones, fidelidad en lo menudo, constancia, tenacidad… son rasgos de nuestro espíritu. Es el «realismo» de las personas «auténtica y coherentemente utópicas».
«La utopía tiene su calendario». Afrontar el día a día es vivir en la realidad concreta de la lucha por las utopías, es tener la capacidad de soportar sin escándalos insuperables y sin cansancios derrotistas la miseria y la ruindad, presentes en todas las obras humanas cuando se ven de cerca en la arena de lo real, sin idealizaciones. Sólo tiene verdadera esperanza el que no se escandaliza ni se desanima ante el día a día.
La fidelidad en el día a día, en el plano individual, es también el sentido de coherencia personal, de la unidad de la vida personal, la superación de toda esquizofrenia de doble cara o doble moral.
La ascesis del control de sí, de la madurez psíquica, de la armonía de relacionamiento con los demás en los diversos círculos (familia, equipo de trabajo, movimiento popular, sindicato, compromiso político, en el trabajo pastoral, en la militancia sindical o política, en el ecumenismo, en el descanso, en el ocio…) se considera cada vez más hoy día como un requisito necesario para la veracidad personal de todo militante, para la autenticidad de toda persona, para la santidad de todo cristiano. Mantenerse abierto a la crítica y crecer en esta verdadera ascesis que es la crítica comunitaria, así como exigir de sí mismo la realización coherente de la democracia en el modo de trabajar y de convivir con el pueblo, con el propio equipo, etc., son verdaderas experiencias espirituales.
Es también la ascesis de la armonía, del equilibrio: por no saber vivir armónicamente el día a día, muchos militantes han destruido su familia, su afectividad, su equilibrio personal, su utopía política, y algunos militantes cristianos han destruido también su propia perspectiva de santidad…
La fidelidad real en el día a día implica la superación del autoengaño en que viven aquellos que sienten gran indignación ética ante las injusticias nacionales o mundiales, aquellos que sienten profunda «compasión» para con los oprimidos lejanos, e incluso se comprometen generosamente en un determinado campo de trabajo donde se proyectan, pero simultáneamente no tienen sensibilidad de compasión hacia los más cercanos, no perciben sus propios deberes hacia los que les rodean en el propio círculo: la familia (esposa, esposo, hijos, padres, abuelos), la propia comunidad (el cuidado de las cosas colectivas, la participación responsable en los trabajos comunitarios, el no ser carga para los demás, la colaboración vecinal, la higiene, el cuidado del medio ambiente…), el prójimo real diario (los impuestos, las obligaciones fiscales, las leyes de tráfico…).
Ciertas vidas monásticas clásicas, ciertas formas de enclaustramiento, que tuvieron su valor en otras épocas, no siempre serían hoy la mejor manera de responder a la solidaridad humana y a las responsabilidades sociales. No basta con retirarse a la soledad para vivir con Dios y lidiar con el Diablo. Hay que afrontar el desafío del bien y del mal también en la solidaridad con los hermanos. (No negamos con esto la validez de vocaciones específicas para la contemplación radical, en solidaridad siempre, como vocaciones orantes, como testimonios de la trascendencia, hoy más necesarios que nunca, en medio de un mundo opaco e inmediatista…).
En el día-a-día es donde es más difícil superar las incoherencias personales, la contradicción entre la utopía, los ideales, la generosidad, los gestos nobles y heroicos, por una parte, y por otra los egoísmos en la convivencia (matrimonial, familiar, comunitaria o en el trabajo…), la corrupción, la falta de responsabilidad en lo pequeño, la debilidad en cosas tan humanas como la gula, la inmadurez sexual, el alcohol… En nuestra conducta en el día-a-día es donde se hacen patentes a los que nos rodean las propias actitudes fundamentales viciosas que nos pasan con frecuencia desapercibidas a nosotros mismos (afán de protagonismo, personalismo, orgullo, utilización de los demás, irresponsabilidad…).
La armonía personal pide la coherencia interior estructural de la persona: se trata de una profunda armonía y cohesión entre la opción fundamental de la persona, sus actitudes fundamentales, y sus actos concretos. Sólo cuando hay coherencia entre estos tres planos se da armonía, autenticidad, veracidad en la persona. Y esto en todos los planos: individual íntimo, privado, familiar, vecinal, económico, militante, público… El testimonio sería la señal mayor de veracidad. El martirio sería el supremo signo de veracidad.
El utópico, el revolucionario, el santo marcado por el espíritu liberador, es coherente, lleva la fidelidad desde la raíz de su persona hasta los detalles mínimos que otros descuidan: la atención a los pequeños, el respeto total a los subordinados, la erradicación del egoísmo y del orgullo, el cuidado de las cosas comunes, la entrega generosa en los trabajos no remunerados, la honestidad para con las leyes públicas, la puntualidad, la atención a los demás en la correspondencia epistolar, la no acepción de personas, la insobornabilidad… La delicada fidelidad diaria es la mejor garantía de la veracidad de nuestras utopías. ¡Cuanto más utópicos, más cotidianos!
Dice un proverbio que «todo ser humano tiene su precio», es decir, que a un precio u otro (por una cuota mayor o menor de dinero, poder, protagonismo, comodidad, sexo, fama, adulación…) toda persona acaba, un día cualquiera, cediendo, vendiendo su conciencia, su dignidad, su honestidad… La corrupción es una plaga mayor en nuestros países, a muchos niveles. Las denuncias y la impotencia ante la corrupción es un estribillo repetido hasta la saciedad en casi todos nuestros países. El hombre y la mujer nuevos, llenos de espíritu, son realmente insobornables, aun en lo pequeño y en los días grises.
El día-a-día es el test más fiable para mostrar la calidad de nuestra vida y el espíritu que la inspira. Ahí es donde hay que hacer verdad aquellas consignas: «Ser lo que se es. Hablar lo que se cree. Creer lo que se predica. Vivir lo que se proclama. Hasta las últimas consecuencias y en las menudencias diarias».
Ésta del día-a-día viene a ser una de las principales formas de «ascética» de nuestra espiritualidad. El heroísmo de lo diario, de lo doméstico, de lo rutinario, de la fidelidad hasta en los detalles oscuros y anónimos. La fidelidad en el día a día viene a ser uno de los principales criterios de autenticidad. Porque «no son los mismos los que tienen el mensaje de liberación y los que liberan realmente».
Dime cómo vives un día ordinario, un día cualquiera, y te diré si vale tu sueño del mañana.
La utopía no es quimera. Debe afrontar la «increíble inercia de lo real» (Guardini), «la insoportable levedad del ser» (Kundera).
El Kairós sólo se puede vivir en el kronos. En el kronos estalla, y se ha de ir acogiendo hoy, cada día.
El libro puede ser recogido en:
https://eatwot.academia.edu/JoséMaríaVIGIL/Libros-Books
Pedro Casaldáliga y José María Vigil
Capítulo de su libro «Espiritualidad de la liberación»