Hacia la internacional humana
Los rumbos del siglo XXI
José COMBLIN
El siglo tiene 3 años. Es poco, pero los acontecimientos ya permiten prever los rumbos que el siglo va a tomar tanto en la sociedad como en las Iglesias. El porvenir es más previsible en la sociedad humana total que en las Iglesias, pero algo se puede imaginar también en cuanto a ellas.
El gran acontecimiento que está dibujando el juego entre las naciones en el siglo XXI, fue la guerra de Irak. Este acontecimiento tiene efectos decisivos en la geopolítica, en la economía mundial y en la evolución cultural de la humanidad.
Primero veamos el nivel geopolítico. En primer lugar la guerra de Irak fue la primera aplicación, y, por lo tanto, la confirmación en los hechos, de la nueva doctrina estadounidense. Hasta 2002, oficialmente, Estados Unidos no había reemplazado la doctrina Truman por otra doctrina geopolítica. La doctrina Truman, definida en 1947, daba como meta a la política americana la contención (el “containment”) del comunismo. Es decir: tenía por prioridad impedir cualquier expansión del comunismo más allá de las fronteras establecidas de hecho en 1947. La doctrina Truman legitimó la guerra de Corea e innumerables intervenciones militares en todos los continentes. Con la disolución de la Unión soviética, el comunismo dejó de ser una amenaza grave, y ni siquiera Corea del Norte molesta mucho los planos imperiales de Estados Unidos.
En septiembre de 2002, en diversas manifestaciones, el presidente Bush anunció una nueva doctrina geopolítica. Ésta afirma la necesidad de «guerras preventivas» contra cualquier amenaza posible, no sólo real, sino posible al liderazgo mundial de Estados Unidos. No se trata de responder a una agresión, sino de hacerla imposible. Estados Unidos no podrá tolerar la formación de ninguna potencia que pueda amenazar su predominio. Fue la proclamación oficial del imperialismo norteamericano para que nadie tuviera dudas. La guerra de Irak mostró que la doctrina sería aplicada. Fue un mensaje dirigido a todas las naciones del mundo.
En esta forma, Estados Unidos promete garantizar la paz mundial. Como todos los imperios, el imperio estadounidense se legitima por la promesa de una paz mundial, permanente y universal. En América Latina la conquista de las tierras de los indígenas se justificó siempre por la “pacificación”: la misma conquista era acto de pacificación, según la ideología imperial de los conquistadores.
En Irak, Estados Unidos vino a traer la paz, aunque que esta paz no sea aceptada por la mayoría de sus habitantes. Es una advertencia dirigida a los pueblos árabes o musulmanes en general. Los primeros destinatarios son Siria, Irán, Pakistán, pero también los pueblos de Arabia Saudita o de Egipto.
Ocupando militarmente Afganistán e Irak, contando con una docena de bases militares en la región, Estados Unidos puede controlar todo el Medio Oriente y Asia central. Podrá instalar gobiernos vasallos en la mayoría de las repúblicas de la región e intimidar a los demás.
Por supuesto, los pueblos de la región no aceptarán tan fácilmente esta situación de dependencia, y Estados Unidos va a tener que ejercer una represión permanente en todo su imperio, lo que hará manifiesta la contradicción entre el imperialismo y la democracia. La principal oposición vendrá del pueblo del mismo Estados Unidos.
La guerra de Irak cambia los equilibrios económicos mundiales y crea más bien un desequilibrio radical. Con la conquista de Afganistán e Estados Unidos es dueño de casi todo el petróleo del mundo. Ya había conquistado las reservas petroleras de África, en Angola, Gabón, Nigeria, Guinea. Ahora domina todo el Medio Oriente y Asia central, o sea, las antiguas repúblicas asiáticas de la Unión Soviética.
Con esta conquista del petróleo consta que la gran vencida de la guerra de Irak es Europa. Europa está eliminada del petróleo y va a depender económicamente de Estados Unidos. Algunos gobiernos europeos estaban conscientes de lo que estaba en juego, y, por eso, trataron de evitar la guerra. No lo consiguieron. La conclusión es que Europa perdió el acceso al petróleo del Medio Oriente después de haber perdido en Afganistán el acceso a Asia central. Dejó de ser una amenaza posible al dominio económico de Estados Unidos.
El nivel cultural es más importante para nosotros. En efecto la guerra de Irak ha profundizado la oposición entre dos culturas, la cultura occidental y la cultura musulmana. Y en esta oposición cultural el elemento más importante es la religión. De parte del gobierno estadounidense está claro que se trata de una posición religiosa: los actuales dirigentes de Estados Unidos tienen alma de cruzados y se consideran los representantes de Dios en su lucha contra el «eje del mal». Una parte del pueblo estadounidense es secularizada y no cree en las cruzadas. Los pueblos europeos son mucho más secularizados y no pueden siquiera entender una cruzada. Sin embargo, la situación objetiva es ésa, aunque los pueblos occidentales sean inconscientes de que son vistos como pueblos cristianos. En la mente de los musulmanes está claro que se trata de una guerra de religión, una nueva cruzada, una nueva invasión del Islam por el Occidente cristiano.
Esta situación va a incomodar a las Iglesias cristianas que no se reconocen en el gobierno de Estados Unidos. En adelante ellas van a tener cada vez más dificultad para dar a entender a los musulmanes que no apoyan esa cruzada. Los pueblos juzgan por lo que es inmediatamente visible y obvio, y no hacen matices. El diálogo entre cristianos y musulmanes será más difícil. Los cristianos que viven en medio de pueblos islámicos van a ser más perseguidos, y en las naciones occidentales los musulmanes serán tratados más y más como sospechosos, por su solidaridad con los pueblos musulmanes que protestan contra la dominación del imperio. Entramos en una dialéctica de creciente oposición. Será un gran reto: ¿cómo rehacer lazos de amistad y aceptación recíproca entre cristianos y musulmanes?
América Latina
América Latina se pregunta: ¿cuál será su lugar en la nueva configuración imperial? ¿Cuál es el lugar que le reserva Estados Unidos? ¿Cuál es el lugar que va a aceptar? Estados Unidos tiene un plan: el ALCA. ¿Hasta qué punto van a obligar a los gobiernos latinoamericanos a aceptar ese plan? Es lo que veremos en breve.
En 2003, aparecieron algunas señales de cambio en la política de las naciones de América Latina. En primer lugar se dio el inicio del gobierno de Lula en Brasil. ¿Hasta qué punto Lula logrará limitar las ambiciones de Estados Unidos? Todavía no está claro. El nuevo gobierno argentino entra en un movimiento de resistencia antineoliberal, después de 12 años de capitulación que llevaron el país a un estado de miseria inconcebible. Chávez se mantiene en Venezuela. Gutiérrez asumió el gobierno de Ecuador con grandes esperanzas por parte de los indígenas, aunque ha entrado en el mismo camino de la prudencia de Lula, evitando provocar al león.
Oficialmente el FMI cambió: reconoció algunos errores y admitió que los resultados de sus políticas no son lo que esperaba. En la práctica continúa insistiendo en lo mismo. Dice que el reto es luchar contra la pobreza y la desigualdad. Pero en la práctica continúa imponiendo políticas que engendran pobreza y desigualdad. ¿Hasta qué punto los nuevos gobiernos latinoamericanos y las opiniones públicas que los apoyan podrán enfrentar el FMI? Son las incógnitas de este año.
Está claro que crece la oposición al sistema neoliberal en los movimientos sociales, entre los intelectuales, incluso entre los economistas. El Forum Social de Porto Alegre en enero de 2003 fue una manifestación significativa. Pero también fueron significativas las restricciones del gobierno de Lula con relación a los temas del Forum. En todo caso Estados Unidos puede ejercer más presiones sobre los gobiernos que los mismos electores a los que el actual sistema electoral permite engañar con tanta facilidad. Los medios de comunicación no dan a la opinión publica informaciones exactas sobre las consecuencias del ALCA. Por eso, la oposición al ALCA todavía es débil.
La mayor amenaza a la independencia de América Latina está en las fronteras de Colombia con sus vecinos, en donde la alianza de la guerrilla con el tráfico de drogas constituye una fuerza que el gobierno colombiano no ha logrado vencer. Estados Unidos quisiera liderar una coalición latinoamericana para reducir esa fuerza. Lo que asusta, es que este combate al narcotráfico puede ser el pretexto para una conquista de toda la Amazonía por las fuerzas militares de Estados Unidos. Veremos si la presión norteamericana crece, o se mantiene todavía a un nivel moderado.
En la Iglesia católica, el pontificado de Juan Pablo II se prolonga sin renovarse. Los católicos y muchos otros admiraron al Papa que se atrevía condenar la guerra de Irak con tanta claridad. Sin embargo en lo que se refiere a la vida interna de la Iglesia, está cada vez más claro que la Iglesia está profundamente dividida, y que se divide más cada año.
Por un lado, hay una Iglesia triunfante. Es la Iglesia de los movimientos, del marketing católico, la Iglesia que conquista poderes y visibilidad. Ésta es la que recibe todo el apoyo y todo el estímulo de Roma.
Por otro lado hay una Iglesia que se siente siempre más rechazada por la Iglesia triunfante. En esta Iglesia crece la impresión de que las respuestas del mundo católico a los cambios mundiales, sobre todo los cambios culturales y religiosos, quedan siempre postergadas. Y crece la convicción de que nada de nuevo aparecerá ya en este pontificado.
Por eso, muchas voces ya se levantan para pedir un nuevo Concilio ecuménico. Son cada vez más numerosos son los que creen que sólo un Concilio puede de nuevo poner a la Iglesia católica en movimiento. Sólo un Concilio puede abrir puertas y ventanas al mundo exterior dentro de una fortaleza cada vez más encerrada en sí misma. Con su política de contención de toda respuesta al mundo actual, el Papa produjo una parálisis general. Roma se repite indefinidamente sin saber si la humanidad escucha. Aumenta el sentimiento de que la Iglesia no sabe dirigirle la palabra al mundo actual y habla como si estuviera todavía en el pontificado de Pío XII. Con una diferencia: en el pontificado de Pío XII todavía se daba la sumisión de la totalidad de los católicos. Hoy en día la situación es otra. Muchos ya no se someten ciegamente como antes. Quieren saber, quieren entender, quieren valorar lo que piensan los demás, los hombres y mujeres de buena voluntad. Creen que ellos también han recibido el Espíritu Santo: significativa es la expansión del movimiento «Somos Iglesia». Quieren una obediencia informada y consciente.
Dos temas de Juan XXIII reaparecen con fuerza: que ya no estamos en una época de condenación, sino de misericordia; y que hay que distinguir la verdad revelada de siempre y la forma como la presentamos hoy día. Pues muchos creen que la forma como la Iglesia habla hoy no permite una verdadera comunicación.
En laIglesia católica en América Latina, esta situación no aparece tan claramente, y por eso puede ser más grave a largo plazo. Los episcopados han sido reducidos al silencio de los claustros. No se manifiestan en el mundo. Esta situación no se comenta mucho porque los episcopados han sido reemplazados en la dirección de las Iglesias locales por los movimientos seglares que han recibido tanto apoyo de Juan Pablo II: Opus Dei, Focolarini, Legionarios de Cristo, Communione e Liberazione, Neo-catecumenado… y muchos otros movimientos internacionales o nacionales de menor peso. Muchos obispos vienen de estos movimientos.
Estos movimientos están todavía en plena ascensión y van conquistando posiciones de poder en la sociedad, en la política, en la economía, en la cultura. Esta ascensión de los movimientos crea la impresión de que el poder de la Iglesia está en plena expansión. En Brasil hay que añadir el extraordinario crecimiento de los movimientos carismáticos.
Todos estos movimientos son tradicionalistas, o integristas, en su orientación. Están centrados en la clase media, o sea la clase superior de la sociedad. Están prácticamente ausentes del mundo popular, no tienen contacto con él. Por eso, estos movimientos son espiritualistas y muchos no dan valor a la acción social y política de los cristianos, excepto en forma de asistencialismo.
El documento sinodal Ecclesia in America había marcado a la Iglesia dos objetivos: la educación superior y los medios de comunicación, que, de hecho, son las dos fuentes de poder en la sociedad actual. En estos dos sectores los movimientos han tenido éxitos espectaculares, lo que les confiere una cierta visibilidad social. Ésta es más limitada que lo que ellos piensan, porque alcanza un público católico tradicional y penetra poco en el cuerpo de la sociedad, pero, por lo menos, le da al clero una sensación de fuerte presencia en la nación.
Todos los movimientos afirman que su proyecto es evangelizar, pero todos tienen algo en común: buscan la evangelización por medio de la integración en los mismos movimientos y todos buscan la evangelización con medios de poder. No se acuerdan ya de lo que se había dicho en otros tiempos del poder evangelizador de los pobres. Con un poder social, político, económico y cultural renovado, creen que van a ser capaces de formar una nueva clase dirigente que evangelizará la sociedad. Ésta es la renovación de las ilusiones del clero durante 200 años: creyó que la Iglesia iba a rehacer una clase dirigente católica y que una clase dirigente católica iba a transformar la sociedad evangelizándola.
Los movimientos no están solos en la Iglesia, aunque tengan una posición privilegiada. Hay también otras fuerzas. Están los religiosos. Ellos han sido postergados en este pontificado. Muchos religiosos no se convencen de la validez del proyecto dominante de hoy, que es la reconquista del poder. No aceptan la prioridad dada a la política de poder y permanecen fieles a la opción por los pobres.
Una minoría en el episcopado y en el clero quiere también permanecer fiel a las opciones de Medellín y Puebla. Esta Iglesia de Medellín y Puebla no está muerta. Se siente marginada en el presente pontificado, pero todo puede cambiar de nuevo si un nuevo Papa abre la puerta a nuevas orientaciones. Lo que es propio de América Latina es la sumisión total y absoluta, casi infantil, no sólo a la persona del Papa sino a todos los funcionarios de la Curia y a todos documentos que se presentan como voluntad de Papa.
Hay en todos los países muchos laicos que se sienten marginados, y no logran identificarse con las actuales orientaciones del clero. Ellos esperan una nueva oportunidad para reafirmar las opciones hechas después de Vaticano II y renovar su compromiso con la Iglesia de la opción por los pobres. Hay un inmenso capital humano que la Iglesia podría movilizar de nuevo, si no estuviera tan ligada a los movimientos espiritualistas o integristas. El episcopado podría recuperar la conducción de la Iglesias locales que perdió casi completamente.
En América Latina, no se observa la reacción de laicos en posición crítica con relación a la jerarquía, como en Europa. Lo que existe, es el silencio, de miles de laicos que eran comprometidos y se retiraron sin decir nada. No critican, y, por eso no llaman la atención, y algunos pueden engañarse y creer que nada pasó, cuando realmente lo que pasó es muy grave. Hay toda una generación que mira con nostalgia al pasado; no creen que las opciones que habían hecho fuesen sin valor, ni que el nuevo modelo de Iglesia que se está implantando sea mejor.
Es verdad que el número de ateos aumenta, pero uno puede preguntarse si ese ateísmo no es esencialmente un rechazo del modelo de Iglesia y de cristianismo más visible hoy día.
En el mundo popular, durante los años de régimen militar, en la mayoría de los países, la Iglesia había acumulado un capital de simpatía y de confianza en el mundo de los pobres. Este capital todavía existe, pero no se puede dejar pasar mucho tiempo, ya que las nuevas generaciones van a perder el recuerdo de esa simpatía.
Las Iglesias pentecostales continúan creciendo. Van adquiriendo más poder social y político, por ejemplo en Brasil. Ante esta constatación, un prelado católico decía que si bien la Iglesia católica estaba perdiendo en cantidad, estaba ganando en calidad. Es indiscutible que el nivel medio de los católicos ha subido bastante en el mundo popular. Esto se debe principalmente a toda una generación de comunidades eclesiales de base.
Sin embargo, si la calidad de las comunidades populares de la Iglesia católica ha mejorado, no se puede minimizar el problema cuantitativo. Las Iglesias evangélicas también han mejorado. No hay que hacer opción entre calidad y cantidad. La calidad puede ser extendida a una mayor cantidad. El problema de la Iglesia católica es la debilidad de su presencia física en el mundo popular, la falta de pastores presentes en medio del pueblo. Es en el mundo popular donde los sacerdotes, religiosos y religiosas son más escasos. Y esta situación no mejora con el clero joven que viene.
Ahora bien, en el mundo popular sólo crecen las comunidades que tienen líderes verdaderamente populares. Para explicar e crecimiento de los pentecostales y el relativo estancamiento de las comunidades católicas basta con una mirada hacia los sacerdotes y los pastores. En la diferencia entre ellos está la explicación de la diferente eficacia.
Sin embargo, en los subterráneos hay muchas experiencias misioneras escondidas, de pequeños grupos que no tratan de llamar la atención y tratan de expresar el evangelio en una forma más sencilla, más comprensible y menos formal, mas auténtica. Ellos constituyen una fuerte reserva de fuerza evangélica. Estos grupos buscan una respuesta al reto de la sociedad latinoamericana que parece tan inmutable. Creen que el fermento del evangelio podrá un día provocar una ruina del modelo de sociedad establecida. Creen que la inercia de la Iglesia es una de las grandes fallas que impiden una transformación real de la sociedad.
En América Latina está cada vez más claro que todo está bloqueado y nada avanza porque las élites no quieren perder sus privilegios, no quieren compartir, ni tienen ninguna solidaridad con el mundo de los pobres. No faltan discursos bonitos, pero en cuanto se trata de plata, los discursos se acaban. No hay manera de romper esta barrera que oponen las clases dirigentes a cualquier intento de reforma. Hasta el momento no se ha encontrado ninguna fuerza social capaz de reducir esta resistencia de los privilegiados. Sin embargo la gran mayoría se presentan como cristianos. Los dominadores se presentan como representantes fieles de la religión. Ante esta situación, uno no puede evitar la pregunta: ¿cómo las Iglesias cristianas aceptan esta situación? ¿Creen que realmente no se puede hacer nada? ¿Creen que el cristianismo debe permanecer en las conciencias individuales y dejar intacta la sociedad establecida, aunque sea injusta?
¿La Iglesia católica no podría hacer algo más? ¿No podría liderar un movimiento de contestación de todas las Iglesias cristianas? Desgraciadamente, el ecumenismo casi ha desaparecido y ha perdido su capacidad de intervención en la sociedad. No hay una liga de los cristianos por un mundo diferente.
La mayoría de los católicos fue desmovilizada por los movimientos espiritualistas que no valoran la acción en la sociedad humana y buscan conversiones individuales. Manifiestan buena voluntad en sus discursos pero no movilizan a sus adeptos en una gran campaña de denuncia y llamada a las clases dirigentes para que acepten y hagan abandono de sus privilegios, como la nobleza en la revolución francesa.
Hay una minoría escondida que espera su hora, espera los signos de tiempos nuevos. Sabe que sin un cambio en la jerarquía nada podrá tener mucha eficacia. Pero creen que todavía la jerarquía puede cambiar si cambia la cabeza.
Si la voz de la Iglesia se limita a emitir documentos o a hacer discursos, no puede tener eficacia. Sólo una movilización de millones de personas puede cuestionar a los responsables de la situación de la sociedad actual. Ésta sólo será posible con la aprobación de la jerarquía. No se le pide que esté en la delantera, sino simplemente que abra el camino