Hacia un movimiento de conciencia

Hacia un movimiento de conciencia social que cambie el mundo
 

José SARAMAGO


Nadie debería ignorar que los pueblos indígenas, no sólo de México, sino también de toda América, hasta el sur de Chile, han sido humillados, explotados, reducidos a una condición casi infrahumana, abandonados a su suerte. Los avances sociales que a lo largo de los años se han ido introduciendo en la sociedad mexicana, por ejemplo, ya que de ésta ahora se trata, no han beneficiado nunca, jamás, no sólo a los indígenas, sino tampoco a una gran parte de la población mestiza. Ciertas investigaciones han demostrado que el uso de las lenguas indígenas está disminuyendo, y eso se ha entendido en México como una muestra de progreso. Es decir, el aplastamiento, el laminaje de culturas y tradiciones milenarias durante estos 500 años transcurridos desde que llegamos aquí los colonizadores europeos no ha sido, ni más ni menos, otra cosa que un genocidio lento, el intento de eliminar progresivamente al indígena del espacio americano, y no sólo de México.

Y lo que está pasando aquí ahora no es sólo de ahora, porque no se puede olvidar que los levan-ta-mien-tos indígenas no son hechos que se remontan a 10 o 15 años atrás: ocurrieron siempre, en el siglo XIX ocu-rrie-ron, y en el XX ocurrieron, y siempre fueron aplastados reduciendo a los indígenas a la miseria, a la ignorancia, a todas las enfermedades posibles e imaginables, como si se estuviera esperando que el destino, la suerte o la fatalidad, como se lo quiera llamar, limpiara de una vez para siempre esa especie de lepra, desde el punto de vista del dominador, del explotador, que sería el indígena, y que de alguna forma estaría afeando la luminosa faz de México.

¿Qué es lo que ha pasado, qué es lo que está pasando?

Se puede decir: Marcos; sí, claro que sí, Marcos, pero no es sólo Marcos. Es todo un espíritu de resistencia verdaderamente sorprendente.

La resistencia de los indígenas siempre ha sido un fenómeno que quizás tenga aspectos incomprensibles para nosotros, pero es finalmente la resistencia de quien está y quiere seguir estando. Creo que más allá de los levantamientos y las luchas armadas hay algo mucho más fuerte: una especie de conciencia de sí mismo que tiene el indígena, y su sentido de comunidad. Cada uno de ellos es un individuo, pero un individuo que no puede vivir fuera de la comunidad. La comunidad es su fuerza, y eso explica que su resistencia haya creado este momento en que nos encontramos.

El hecho de que no se haya concretado el intento de eliminarlos que prevaleció 500 años sólo puede entenderse por esa capacidad de resistencia absolutamente extraordinaria que encontró no sólo una expresión solidaria entre ellos, sino también algo que hasta ahora no había sucedido: la solidaridad internacional. Marcos, que no se ve a sí mismo como líder, es una ventana a través de la cual se puede mirar todo lo que hay detrás, y lo que hay detrás es lo que importa, él no es más que eso, una ventana. Una ventana, una voz, un pensamiento.

Claro, puede decirse que Marcos se indianizó. No sé si se indianizó; el problema no está ahí, pero Marcos ha entendido lo que estaba pasando. Eduardo Galeano lo señala de manera luminosa cuando dice que Marcos llegó a la selva y no lo entendieron, más tarde volvió a entrar y se perdió en la niebla y a partir de ahí empezó a entender, porque empezó a escuchar. Y lo que está pasando es que esa voz que aparentemente sólo era la de Marcos se convirtió en la voz de los indígenas de México. Y súbitamente toda la sociedad mexicana se encuentra frente a una realidad que sí, que allí estaba, que daba por descontada y que si en 500 años no había cambiado mucho, por qué iba a cambiar ahora.

Lo que pasó es que todo ha cambiado. México se encuentra en una esquina de su historia y la conciencia social al respecto es tan fuerte, que bastó para justificar que aquella marcha de 3 mil kilómetros hasta el D.F. tuviese un carácter triunfal. Y más: en el fondo, los zapatistas representan la llave que el gobierno mexicano estaba necesitando para resolver sus propios problemas. Esto no significa que los zapatistas -está claro, y tenemos suficiente información para saberlo- se vayan a organizar en partido político; no lo harán. No. Porque la verdad es que México, partidos políticos ya tiene. Lo que le falta es un movimiento social que en estos momentos sólo puede ser encarnado por el zapatismo.

Hace un par de días Noam Chomsky dijo que el contagio zapatista puede imprimir un giro al mundo. No soy tan optimista, pero lo que está pasando en América, no sólo en México, puede ser decisivo para el futuro de esta parte del mundo. No tengo la menor duda de que existe una influencia clarísima del zapatismo segu-ra-mente en muchas otras partes, que se da por una razón muy sencilla: faltan ideas en el mundo y muchí-sima gente se da cuenta de que aquí, en México, en la selva Lacandona, nacieron ideas nuevas. No sabemos qué futuro podrán tener, pero son ideas nuevas. Y eso es lo que necesitamos.

Me gustaría ser tan optimista como Chomsky, pero hay un problema que tenemos que resolver: el problema de la democracia.

Lo que estamos llamando democracia -y el discurso alimentado al respecto por los políticos y los medios de comunicación, esa cierta retórica de la que todos hacemos más o menos uso- es en el fondo una falacia. No pasa de ser una fachada. Las instituciones están ahí, funcionan los parlamentos, los gobiernos, los tribunales, pero todo eso nada tiene que ver, y además nunca tuvo nada que ver en el pasado, incluso en la antigua Grecia, con esa idea, esa fórmula perfectamente admirable pero utópica, de la democracia como “gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”. Jamás ha sido así, y hoy mucho menos. Porque hasta ahora teníamos la ilusión de que el poder político era la democracia, así como la relación del ciudadano con las instituciones sobre todo mediante el voto y las elecciones. Pero si miramos la situación en que se encuentra el mundo hoy, es fácil darse cuenta de que los gobiernos no mandan, que el poder efectivo, real, ése que está condicionando la vida de 6 mil millones en el mundo, es el poder económico concentrado en las multinacionales. Yo digo: se puede quitar un gobierno y poner otro si los ciudadanos así lo deciden, pero no pueden quitar el poder a una multinacional.

Podría ser tan optimista como Chomsky si el movimiento zapatista, o movimientos similares -no necesariamente debe haber un zapatismo universal-, expresaran una conciencia colectiva mundial de la situación en que nos encontramos respecto de algo fundamental en la vida de una sociedad: la cuestión del poder, de quién lo tiene, por qué lo tiene, para quién y para qué. Y está clarísimo que el poder multinacional no se preocupa para nada de la suerte de la gente, sólo se guía por el lucro. No tiene otra explicación el hecho de que 3 mil millones de personas, la mitad de la población mundial, vivan con apenas 2 dólares diarios.

A veces digo que el planeta Marte me importa un bledo; quiero decir: tenemos que decidir las prioridades. Y desde mi punto de vista la prioridad absoluta es el ser humano. El cosmos está ahí hace no sé cuánto tiempo, un tiempo que escapa a la capacidad imaginativa sumada de los 6 mil millones de habitantes del mundo. ¿Para qué asaltarlo ahora? El cosmos podría esperar 50 o 100 años más y no pasaría nada, al cosmos no le importaría nada. No tiene sentido ir a Marte mientras una persona en la Tierra, una única persona en la Tierra, se esté muriendo de hambre. Lo verdaderamente obsceno no es la pornografía; lo que es obsceno es que se pueda morir de hambre. Entonces, soy menos optimista que Chomsky porque tenemos que resolver el problema del poder.

Creo necesario que se desarrolle ese movimiento mundial de conciencia y el zapatismo puede ser un elemento para eso y aun favorecer con su ejemplo la aparición de movimientos similares en otros países, que no busquen la conquista del poder político convir-tién-dose en nuevos partidos, que reproducirían el sistema en la misma dirección y con los resultados conocidos. Hay indicios de ese desarrollo, Seattle, Davos, Cancún, Washington, Porto Alegre...

Porque, ¿qué hacer cuando una multinacional patenta una planta que tiene propiedades curativas, que la gente estaba ya usando? Como si Dios hubiera destinado la explotación de esa planta a esa multinacional, al cabo de no sé cuántos miles y miles de años… y nadie protesta.

¿Y dónde queda la privacidad? Hoy lo que cuenta es la tarjeta de crédito, nada más, el número de la tarjeta de crédito; el nombre no tiene ninguna importancia.

Esto es expresión del problema fundamental que, a mi juicio, está subyacente en el discurso zapatista: es decir, no entrar en cuestiones de competitividad entre partidos políticos, sino hacer, de un fuerte nivel social de conciencia, algo que pueda cambiar el mundo. Su rumbo actual nos lleva al desastre.

 

José SARAMAGO

Premio Nobel

Portugal