Hacia una actitud ecológica profunda
Hacia una actitud ecológica profunda
Agenda Latinoamericana
Afortunadamente, es claro que la preocupación ecológica se está extendiendo en la sociedad, pero hay que evitar quedarse en una actitud superficial.
Hay dos actitudes
a) Una es la de los «ambientalistas». Actúan como bomberos, apagando fuegos: hoy piden que un parque sea declarado nacional, mañana protestan contra la construcción de una represa, pasado mañana contra una mina... Está bien lo que hacen, y es necesario hacerlo, pero no basta, no resuelve los problemas; simplemente cura síntomas, pone parches, pero permite que problema principal, la causa continúe ahí.
La actitud superficial identifica los problemas ecológicos en aquello que impide el funcionamiento de la «sociedad moderna desarrollada» (agotamiento o contaminación de los recursos, desastres...). Confía en que las soluciones tecnológicas podrán mantener los daños dentro de límites soportables. No se le ocurre cuestionar el mito del desarrollo ilimitado, del crecimiento económico constante... Es decir, está dentro del sistema, es deudora de la misma mentalidad que ha causado el problema ecológico. Propone una política de soluciones que no cortan el mal, sino que lo prolongan... Decía -Einstein que un mal no se puede arreglar con una solución que está dentro de la misma mentalidad que causó el problema. La actitud ecológica ambientalista -también llamada reformista o superficial- está bien intencionada, pero no es la solución.
b) Otra actitud es la radical, que quiere ir a la raíz de los problemas. Las varias corrientes ecológicas que aquí se agrupan coinciden en identificar esa raíz en -las ideas y representaciones que han posibilitado la depredación de la naturaleza y han llevado al mundo occidental hacia la autodestrucción. Proponen luchar por un cambio en las ideas profundas que sostienen nuestra civilización y configuran nuestra forma de relación con la naturaleza, relación que nos ha llevado al desastre actual y a la previsible catástrofe.
La actitud ecológica radical implica una crítica a los fundamentos culturales de Occidente. Cuestiona fundamentalmente: la primacía absoluta que damos a los criterios económico-materiales para medir la felicidad y el progreso; la creencia en la posibilidad de un crecimiento constante e ilimitado tanto en economía como en comodidades y en población humana, como si no hubiera límites o no los estuviéramos ya sobrepasando; la creencia de que la tecnología y el crecimiento solucionarán todos los problemas; la ignorancia crasa de la complejidad de la vida en este planeta, y el absurdo de una economía que todo lo cuantifica menos los costos ecológicos...
Este concreto -viejo paradigma, esta forma tradicional de pensar, que tiene raíces filosóficas y hasta religiosas, es lo que nos ha puesto históricamente en guerra contra la naturaleza, contra la biodiversidad, contra los bosques, los ríos, la atmósfera, los océanos... Sólo cambiando esa vieja forma de pensar nos podemos reconciliar con el planeta. Ésta es la actitud llamada «ecología profunda» (cfr pág. 46), eco-sicología, ecología fundacional, radical o revolucionaria.
Comparación entre las dos actitudes ecológicas
La segunda actitud, la radical, trata de buscar:
No sólo los síntomas (contaminación, desastres), sino las causas (modelo de relación con la naturaleza).
No sólo el bien de los humanos, sino el bien de la vida, de toda vida, por su propio valor intrínseco.
No sólo acciones paliativas, sino cambio de ideas, de presupuestos filosóficos, estilos de vida, valores éticos, autocomprensión de nosotros mismos... o sea, mentalidad nueva, «cambio de paradigma».
No tanto cambiar la naturaleza, cuanto cambiarnos a nosotros mismos (una ecología también «interior»).
No considerarlo todo en función del ser humano (antropocentrismo), sino poner a la vida en el centro (biocentrismo) y al ser humano entre los demás seres (valoración conjunta de todos los seres).
Reconsiderar nuestra «superioridad» humana, superando nuestra clásica infravaloración de la naturaleza (considerándola «materia» inerte, mero repositorio de objetos y recursos...), y dejando de considerarnos sus dueños y señores absolutos.
Una actitud ecológica integral
No basta, pues, una actitud de «cuida-do» de la naturaleza (no dilapidar, ahorrar, calcular e integrar a partir de ahora los costos ecológicos...). Eso está muy bien, pero hace falta mucho más. Es necesario llegar a redescubrir a la Naturaleza...:
-como nuestro ámbito de pertenencia,
-como nicho biológico, como una placenta,
-como camino de desarrollo y camino espiritual,
-como revelación mayor para nosotros mismos.
Es una nueva forma de entender no sólo al cosmos, sino a nosotros mismos dentro de él, una verdadera «revolución copernicana». Un «nuevo paradigma».
Un «cambio de lugar cósmico» y otros cambios
Igual que la teología de la liberación habla de la necesidad de cambiar de «lugar social» (aquel sector o polo de la sociedad desde el que uno siente que vive y experimenta la historia, desde el sistema o desde los pobres), el nuevo paradigma de la ecología profunda nos pide también un cambio de «lugar cósmico». La mentalidad clásica tradicional nos hizo sentirnos como -fuera de la naturaleza (distintos), y -por encima de ella (enteramente superiores)... No nos considerábamos «naturaleza», sino «sobre-naturales», venidos «de afuera, y de arriba». Únicamente el ser humano tenía alma, mente y espíritu... Y la historia, en un plano superior al de la naturaleza, comenzaba siempre con el ser humano, considerando irrelevante y hasta ignorando la historia cósmica de casi 13.700 millones de años anterior a nosotros...
En el paradigma de la ecología profunda pasamos a sentirnos cosmos, a saber que somos -literalmente, sin recurso a la metáfora- «polvo de estrellas», naturaleza evolutiva, Tierra, que, en nosotros, llega a sentir, a pensar, a tomar conciencia de sí misma, a admirar y a contemplar...
La actitud ecológica profunda nos lleva a aceptar una serie de transformaciones asociadas:
-auto-destronamiento: bajarnos del endiosamiento en que nos habíamos situado, y superar la ruptura y la incomunicación con la naturaleza;
-superar el antropocentrismo, el mirarlo todo en función del interés del ser humano, pasando a considerar la centralidad de la vida, el «biocentrismo», desde el que todas las formas de vida tienen valor por sí mismas;
-asumir nuestra historia cósmica evolutiva, sabiendo que somos su resultado final, la flor que lleva en sí misma en síntesis toda la historia de este caos-cosmos que se está desplegando ante nosotros gracias a la nueva cosmología, el «nuevo relato» que las ciencias nos están presentando, y no sólo una historia doméstica encerrada en los 3000 últimos años, a la que nos habían acostumbrado las grandes religiones;
-revalorización de «lo natural», es decir, superación del prejuicio de que un «pecado original» lo estropeó todo primordialmente, e hizo pecaminoso y «enemigo del alma» al mundo, al sexo, al placer... y recuperar la seguridad de que el principio de todo fue más bien una «bendición original»...
-redescubrir una idea y una imagen de Divinidad que no necesite de más «transcendencia» metafísica que de inmanencia en la materia, y que no quede en ningún caso separada de la realidad, en un 2º piso.
Una visión holística
Todo ello es una visión nueva, no antropocéntrica, sino holística: miramos ahora desde el todo (naturaleza), en vez de desde la parte (ser humano). Y creemos en la primacía del todo sobre la parte. El ser humano necesita de la Naturaleza para subsistir, la Naturaleza se las arregla muy bien sin el ser humano. El humanismo clásico postulaba que el ser humano era el único portador de valores y significado, y que todo lo demás era materia bruta a su servicio... Ha sido una visión gravemente equivocada, que nos ha puesto en contra de la naturaleza, y que ha de ser erradicada.
No se trata sólo de «cuidar» el planeta porque nos interesa, o porque está amenazada nuestra vida, o por motivos económicos, ni para evitar la catástrofe que se avecina... Todos estos motivos son válidos, pero no son los únicos, ni los principales, y aunque no estuvieran ahí, seguiríamos necesitando una «conversión ecológica» de nuestro estilo de vida, de nuestra mentalidad, incluso de nuestra espiritualidad. Necesitamos «volver a la Casa Común», a la Naturaleza, de la que, indebidamente, nos autoexiliamos en algún momento -todo apunta a que fue al comienzo del Neolítico, con la revolución agraria y urbana-.
Captar estos motivos más profundos, descubrir la ecología como «eco-sofía», como camino de sabiduría para nuestra propia realización personal, social y espiritual, es haber llegado a descubrir la «ecología profunda» como dimensión humana ineludible, para vivir en plenitud la comunión y la armonía con todo que somos, sabiéndolo y saboreándolo.