Héctor Gallego, 25º aniversario.

HÉCTOR GALLEGO
Mártir del campesinado oprimido d América Latina
25º aniversalio
«Si yo desaparezco, no me busquen: sigan la lucha»

Teófilo CABESTRERO


25 AÑOS DESPUES, el mejor memorial de Héctor Gallego está en los campesinos de Santa Fe, Veraguas, Panamá; ya que, en sus tres años de sacerdote (1968-1971) Héctor se sembró en ellos como semilla de liberación que muere y resucita. Basta hilvanar un poco las voces de esos campesinos, para ver evangelizar y morir y resucitar al sacerdote colombiano Héctor Gallego, a quien “desaparecie-ron” una noche cuando contaba 33 años de edad.

Su práctica evangelizadora

“Cuando Héctor llega a San-ta Fe y nos visita en la montaña, observa nuestra mise-ria y opresión. Ve padecer a los niños enfermedades cura-bles; a los campesinos, limpiar los potre-ros de los terratenien-tes, cose-charles el café, cuidarles el gana-do; de 6 de la madrugada a 6 de la tarde, con sol o lluvia por el sueldo miserable de 50 ó 75 centavos de dólar. Y comprar carísimo en las tiendas de los terratenientes, mientras nues-tros productos se los llevan ellos a precios bajísimos; y el ganado de los ricos suelto comiéndose nuestros cultivos. Las autorida-des del distrito eran los mismos terratenientes o sus familiares, y nunca hacían justicia…

Las primeras visitas de Héctor culminan a los 3 meses (mayo del 68) en un cursillo con 30 ‘responsables’ de las comuni-da-des. Convivencia cristiana con textos bíblicos que siembran una idea de liberación y cambio; conocer nuestros valores y orga-nizarnos como comunidad en cada lugar.

En sus giras, Héctor par-tici-pa de nuestros trabajos. (Cuan-do se perdía en la montaña sin cami-nos, traía los pies desga-rrados, venía con hambre; era pobre de vestido y calzado; co-mía de último, y siempre an-daba alegre con nosotros). Dedi-ca un mes a cada distrito, y al final hay una convivencia de día y medio con los responsables. Ahí vemos la realidad; el mensaje del Evange-lio de Cristo nos muestra que esa realidad está en contra-dicción con dicho mensaje, y tomamos un com-promiso de cambio para que la realidad sea como dice el Evan-gelio de Cristo. Termina la convi-vencia en Asamblea Gene-ral de las comu-nidades del distrito, y con la Misa Dominical.

Esa evangelización es su empeño: crear ‘comunidades de cambio’ frente al individualismo dominante. Hace seminarios de Biblia para los sacramentos y la vida cristiana; y el cambio (conforme al Evangelio) se busca a través de la organización con la unión fraternal. Héctor impul-sa la organización de la juven-tud; de las amas de casa; la educa-ción de adultos; las coope-rativas campesinas de produc-ción y tiendas; y mueve a los jóvenes a prepararse en oficios agropecua-rios y en adminis-tración de cooperativas...

También contacta grupos universitarios y organizaciones, buscando la unidad de los que ansían la justicia. Como coordi-nador del equipo de evangeliza-ción de la Diócesis, quería exten-der las ‘comunidades de cambio’ a todo Veraguas y a otros luga-res; decía que un movimiento de cambio nunca progresa aisla-do”.

Su pasión y muerte

“Cuando el movimiento va tomando fuerza en Santa Fe, por la organización y solidari-dad, ya los campesinos deja-mos de trabajar como esclavos de los ricos. Ya el campesino anali-za y actúa unido para de-fen-derse de las intimidaciones; formamos una cooperativa pa-ra ayudarnos a vender y com-prar a mejor precio. Rompemos con la situa-ción anterior.

Entonces, los ricos y las auto-ridades locales y nacionales culpan al Padre Héctor Gallego de esos cambios y del desarrollo de nosotros. Y es así que los cuerpos represivos del gobierno, de acuerdo con los terratenien-tes y caciques de Santa Fe, hacen planes contra Héctor. Lo intimidan primero con insultos. El 29 de junio de 1970, van al rancho parroquial a golpearle. En julio de aquel año, lo llevan preso al cuartel militar de Santiago de Veraguas y le hacen un interrogatorio con preguntas capciosas, en el que participa el General Torrijos.

La noche del 23 de mayo de 1971, cuando Héctor duerme, prenden fuego a su rancho de palmas y caña. Se salvó por muy poco de morir quemado; del rancho, pertenencias y pape-les, sólo quedaron cenizas; y la Seguridad no investiga a los sospechosos, sino al Padre Héctor...

Se aparecen entonces por Santa Fe, personas extrañas informándose sobre Héctor y sus movimientos. El día 7 de Junio, llegaron dos personas a la casa del matrimonio Clotilde y Jacinto Peina, donde dormía Héctor…

Esos señores, Magallón y Walker, con otra persona de Santa Fe, vuelven el 9 de junio pasada la media noche. Desde fuera de la casa, hablan a Héctor que está acostado como todos en la casa. Ellos le dicen que traen orden superior de llevarlo a Santiago. Héctor les responde que no puede salir a esas horas, que a las 8 de la mañana él se presentará en el Cuartel de Santiago. Varias veces lo mismo, y, por último, le dicen que sí, pero que algo han de hablarle, que saliera un mo-mento. Héctor se vistió, abrió la puerta con su buena conciencia y lo atraparon. Para subirlo al carro lo golpea-ron, porque pegó un chillido desesperado”.

Nunca se ha sabido qué hicieron con Héctor Gallego. ¿Murió días después en las tor-turas? ¿Lo arrojaron al mar desde un helicóptero? El tribunal que, veintitrés años después, condenaba a varios implicados en el secuestro, no logró luz alguna sobre la agonía de Héc-tor ni sobre su cadáver. ¿Será para que cumplamos mejor su último deseo?

Su testamento

“Cuando Héctor nos contó con tristeza el interrogatorio que le hicieron en julio de 1970, preso en el Cuartel de Santiago, nos dijo con lágrimas en los ojos: Es hora de que ustedes piensen cómo van a llevar adelante el programa de liberación. No hay mucho tiempo. Ustedes saben cómo me están persiguiendo, y que en cualquier momento me pueden hacer algo. Son ustedes responsables de mantener el programa de evangelización que encauzará la liberación de todos, en especial en Santa Fe. Si yo desaparezco, no me bus-quen, sigan la lucha porque lo impor-tante es la salvación de todos de la esclavitud causada por los explotadores, y por esto hay que morir si es necesario; éste es el compromiso último del cristia-no.”

Su resurrección

Hoy más que nunca, tene-mos el sagrado deber de luchar por la construcción de una socie-dad justa y libre donde emane el amor fraternal y el trabajo sea para todos, y haya salud igual para todos, pero de ver-dad; donde la educación esté al alcance de todos, y la propiedad y los medios de producción estén al servicio de todos.En esa lucha nos encontrare-mos”.