Identidad particular y vivencia mundial
Identidad particular y vivencia mundial
José Ignacio González Faus
Decía el teólogo Nicolás de Cusa que Dios es “la armonía de contrarios”. Es una gran definición porque nuestra realidad está absolutamente repleta de contrarios, de dialécticas, de bipolaridades... que, por lo general, no son armónicas sino enfrentadas o en busca de una armonía imposible. La historia humana, si la miramos con un poco de perspectiva, transcurre muchas veces por oscilaciones de un extremo al otro de esa dialéctica: hay épocas más de derecha y más de izquierda; más masculinas o más femeninas... Y cada época ve como muy convincente aquella parte de la realidad que está viviendo, porque su mentira nunca está en aquello que afirma, sino en afirmarlo de una forma tal que excluya al otro polo. Dentro del campo cristiano, Pascal ya señaló muy agudamente que las herejías no son herejías por lo que dicen sino por lo que dejan de decir (y a veces dejan de decirlo necesariamente, no por olvido sino por la forma excluyente en que afirman lo que dicen).
Cuando yo era joven, se puso de moda la inquina contra todas las patrias, quizá como reacción tras la experiencia de la idolatría alemana de los nazis. Hubo gentes jóvenes que rompían sus pasaportes y se declaraban ciudadanos del mundo, sin más. Aquella corriente nos hizo mucho bien a gentes de mi generación porque nos abrió al valor de lo humano sin aditamentos: los seres humanos estamos mucho más unidos por el vínculo de ser humanos que por el hecho de ser de tal o cual país o cultura..
Pero aquella corriente era otra vez una parte sola de la verdad: pues lo humano común a todos no existe así en esa forma abstracta de humano, sino a través de mil concreciones diversas: africano, esquimal, brasileño japonés, y otras mil. Y nosotros no podemos pretender realizar a fondo nuestra humanidad, si no es a través de la particularidad concreta en que nos hemos encontrado. Se empezó a decir entonces que la mejor manera de ser universal es que yo sea salvadoreño hasta el fondo o catalán hasta el fondo etc. Esta es la moda del momento, y tiene también su verdad, aunque muchos la falsean porque entienden la expresión “hasta el fondo” en un sentido excluyente.
Debajo de estas oscilaciones hay, como casi siempre, factores económicos: con la excusa de la llamada globalización se está imponiendo en el mundo una falsa universalidad que sólo es una uniformidad de los mercados, pero no una verdadera universalidad de los mercados. Para empezar, en ese mercado tan global usted habrá de pagar sólo en dólares, y encontrará Cocacola hasta en el recodo más recóndito de Africa o de América Latina. Pero es casi imposible que pueda encontrar usted en Nueva York un jugo de pitahaya o un maracaná, etc. Buena parte de la actual reacción localista es un gesto de autodefensa contra una falsa uniformización que hace que muchas gentes se sientan privadas de identidad. Porque la patria no vale por ser la mejor ni la más hermosa... sino porque la patria, con la lengua y la cultura que en ella se vehiculan, nos da a los seres humanos algo que necesitamos mucho y sin lo cual no seríamos nada ni nadie: nos da unas raíces o una tierra en la que poder arraigar, única manera de crecer.
La patria nos da también unas personas concretas y relativamente “prójimas” donde comenzar a practicar el amor al hermano/a, al tenerlo cercano y concreto, escapando así a la tentación frecuente en muchos supuestos revolucionarios de amar sólo a los seres humanos en abstracto. Todo esto es verdad. Pero cuando esta postura es reactiva amenaza con caer en la misma unilateralidad antes denunciada: una patria que se afirma contra otros y sólo en ella, que no es una pista de despegue hacia lo verdaderamente universal, sino un depósito de agravios que me dispensan de interesarme por los demás o al menos por aquellos que no sienten como yo.
Durante un tiempo sospecho que viviremos una época de afirmación de lo local, como reacción contra la uniformación unilateral que pretende imponer el Imperio. Se ha dicho también que esa nueva afirmación de lo local debería llamarse “glocal”, para incluir en la localidad la apertura a lo global. Porque hoy las dificultades para muchos localismos no vienen sólo del Imperio, sino de las nuevas condiciones que se han creado en la economía mundial: en concreto, las migraciones y la movilidad de las empresas. Nacionalidades con lengua propia (y quizás antaño oprimida) deben entender que, en estos momentos, surgen otras dificultades para las lenguas minoritarias que ya no vienen del poder central. Cuento sólo ejemplos que yo he conocido. El africano, ucraniano o rumano que llega a Cataluña es normal que al principio hable castellano porque aún no sabe dónde se quedará y, si tuviera que salir de Cataluña, le sería igualmente útil el poco castellano que aprenda. Sólo si tras unos años ha echado raíces en Cataluña, comienza a ir aprendiendo catalán. La empresa que se planteara abrir una planta vg. en Euskadi se echaría atrás si el presidente de esa comunidad le exigiera el uso del euskera. Y la chica que estudió casi sólo en euskera y luego salió a otro lugar de la península para hacer una especialidad en enfermería que no podía hacer en su tierra lo pasará mal si sabe tan poco castellano que apenas entiende clases y textos.... Desde entonces he dicho muchas veces a los nacionalismos que hoy su gran enemigo ya no es la capital, sino El Capital. Pero curiosamente, muchos grandes nacionalistas que no ocultan su inquina hacia “la capital” no están dispuestos a albergar ninguna antipatía contra el Capital, porque ellos quieren para su comunidad local estar entre los más desarrollados tecnológica y económicamente. El resultado puede ser que se equivoquen de enemigo. Esto al menos ocurre en mi país; en otros, las cosas serán distintas. Y por eso no puedo pretender hablar “ex cathedra”.
No sabemos cómo se irán resolviendo estas tensiones en que las identidades particulares se ven amenazadas no por fuerzas exteriores (que también las sigue habiendo) sino por la misma variedad con que hoy se van configurando las sociedades occidentales. De hecho en Europa han surgido en casi todos los países brotes alarmantes de racismo contra los inmigrantes y en ocasiones han encontrado un preocupante eco electoral. Esos racismos, como todo lo violento, son simplemente una señal de miedo. Sin embargo, quien conozca la historia sabrá que muchas identidades particulares no han nacido ni crecido como plantas de invernadero, sino que se han configurado como fruto de mil mezclas y contactos. Los niños y gente joven se acostumbran más fácilmente a esa multiplicidad que sus padres o abuelos que cuajaron de otra manera. Y no por eso crecerán sin identidad.
El grito que hay que dar siempre es el de multilateralidad contra unilateralidad. Y la condena de todos los racismos, que pueden ser tanto grandes como pequeños (aunque aquellos tengan más poder y éstos a veces no pasen de románticos). En el futuro es posible que muchos acabemos teniendo una “identidad de aluvión” que a lo mejor nos hace humanamente más ricos. La historia irá diciendo si los humanos sabemos conducirla.