Iglesia y Pueblos indígenas

La Iglesia y los Pueblos Indígenas
25 años del CIMI: 1972-1997
 

Benedito Prezia


La actuación de las misiones en nuestro continente y la postura de las Iglesias cristianas, hicieron que un grupo de antropólogos reunidos en Barbados en 1971 pidiese que todos los misioneros abandonasen las áreas indígenas. En un contundente documento afirmaban que «la obra evangelizadora de las misiones religiosas en A.L. corresponde a la situación colonial imperante», y que la actividad catequizadora es «un mecanismo de colonización, europeización y alienación de las poblaciones indígenas». Y concluían: «lo mejor para las poblaciones indígenas, y también para la integridad moral de las mismas Iglesias, es poner fin a toda actividad misionera» (Declaración de Barbados).

En aquella época, la situación de las poblaciones indígenas era dramática. En Brasil, por ejemplo, la falta de una política más definida y la actuación de ciertas misiones estaban llevando a la extinción a varios grupos. Ese fue el caso de los indígenas Tupari, que de 500 personas que eran en 1952, fueron reducidos a la mitad por una epidemia de gripe al acercarse a ellos los misioneros franciscanos, que implementaban un gran proyecto desarrollista. Diez años después eran solamente 50 personas. Al comienzo de los años 70, un estudio estimaba la población indígena en Brasil en torno a las 97.000 personas, es decir, un 0’1% de la población brasileña, mientras que en 1500 (cuando llegó el primer europeo) eran cerca de 3 millones de personas.

Cuestionados también por el Concilio Vaticano II, algunos misioneros decidieron responder a estas críticas mostrando que la Iglesia podría ser una señal de esperanza para los pueblos indígenas. Así, el 23 de abril de 1972 crearon el Consejo Indigenista Misionero, el CIMI, que se quería guiar por cinco puntos básicos: la lucha por la tierra, la defensa de la cultura indígena, el apoyo a la autodeterminación, la encarnación en la cultura indígena y la concientización de la Iglesia y de la sociedad envolvente. Se daban cuenta de que no tenía sentido anunciar el Evangelio a pueblos que estaban siendo destruidos física y culturalmente.

Denuncia

La primera fase de la actuación del CIMI fue de denuncia. Denuncia en los periódicos, en una época en la que la censura del régimen militar controlaba los medios de comunicación. De gran impacto fue el documento Y-juca-pirama: el indio, aquel que tiene que morir, donde se mostraban las consecuencias de la política desarrollista de la ocupación de la Amazonia, que veía en los indígenas un obstáculo a lo que llamaba «progreso».

Esto produjo persecuciones y prohibiciones de entrada en las áreas indígenas a misioneros como Dom Pedro Casaldáliga, al P. Antonio Iasi y Egydio Schwade. Esta postura profética dejó sus mártires, sobre todo religiosos, como el salesiano Rodolfo Lunkenbein (15.7.76) y el jesuita João Bosco Penido Burnier (11.10.71). Más tarde, cuando los conflictos con la tierra y la madera volvieron a explotar en las áreas indígenas, nuevos misioneros sellaron con la muerte su compromiso, como la hermana agustina Cleusa Rody (28.4.85), el comboniano Ezequiel Ramin (24.7.85 y el jesuita Vicente Cañas (abril del 87), cuyo cuerpo fue encontrado intacto cuarenta días después de haber sido asesinado por matones de una hacienda.

La voz de los sin voz

Si la Iglesia misionera se volvió profética hablando en nombre de los pueblos indígenas, el gran mérito del CIMI fue devolver la voz a los indígenas mismos. Era una deuda histórica, pues los misioneros fueron responsables del silenciamiento indígena al quitarles la religión y la cultura.

Con las Asambleas de los Jefes Indígenas, realizadas a partir de abril de 1974 con el apoyo del CIMI, los indígenas volvieron a hablar y a tener sus organizaciones hasta entonces prohibidas. Fue un gran descubrimiento, como dijo el líder xerente Sampré en la Asamblea de 1975: «Hermanos, soy hermano del mismo color y del mismo masacre. Sólo conocía sacerdotes que predicaban sermones. No conocía sacerdotes que defendieran a los indios. Aquí he visto el derecho (nuestro) que ellos nos hacen descubrir. Esta reunión es una fuerza para la planta que está seca y debe crecer».

Este renacimiento también tuvo su precio. Varios líderes fueron silenciados por las balas de los dueños del poder, como el pankararí Angelo da Silva, el xakriabá Rosalino da Silva, el pataxó João Cravim y el guaraní Marçal Tupa’i. Impotente ante tanta violencia contra los líderes indígenas, el mismo Marçal denunció ante el Papa Juan Pablo II en su viaje a Brasil en 1980 la acción de los que más tarde le quitarían también a él la vida: «...Nuestros líderes son asesinados fríamente por aquellos que roban nuestro suelo. Somos una nación expoliada, que está muriendo poco a poco, sin encontrar el camino».

Fue ese camino lo que la Iglesia misionera les ayudó a encontrar. Ellos, que eran poco más de 90 mil a inicios de los años 70, volvieron a crecer y a tener sus propias organizaciones. En 1985 ya eran 220 mil personas, y hoy, doce años después, son unos 320 mil. Han crecido no sólo en número, sino sobre todo en conciencia y en organización. Poseen actualmente cerca de 100 entidades, dos de ellas de ámbito nacional: el Consejo de Articulación de los Pueblos y Organizaciones Indígenas de Brasil (CAPOIB), y la Nemboaty Guasú Guaraní (NGG), que reúne a los guaraní de las diversas regiones de Brasil. Hay también organizaciones regionales, como la Coordinación de las Organizaciones Indígenas de la Amazonia Brasileña (COIAB), u organizaciones profesionales, como la Comisión de los Profesionales Indígenas del Amazonas, Roraima y Acre (COPIAR), o de categorías como la Asociación de las Mujeres Indígenas de Río Negro (AMARN).

Se dio también un crecimiento en la conciencia étnica. En el nordeste había en 1971 once pueblos, con una población de 12.565 personas, que no conservaban casi la lengua original. Hoy, con nuevos grupos que se reconocen como indígenas, son 27 pueblos y cerca de 35.000 personas.

Al servicio de la Causa Indígena

Para desarrollar mejor su trabajo, a partir de 1980 el CIMI pasó a tener asesorías específicas, apoyando a los pueblos indígenas sobre todo en la lucha por la tierra, la educación y la salud.

La lucha por la tierra se tradujo en la implantación de asesorías jurídicas que han actuado sobre todo en los procesos de demarcación de las tierras indígenas. En cuanto a la educación, en las áreas donde el CIMI está presente, las escuelas pasaron a dar la alfabetización infantil en la lengua materna y en portugués, formando profesores bilingües que poco a poco fueron asumiendo sus propias escuelas. En el área de la salud se desarrolló un intenso trabajo de inmunización de las enfermedades endémicas. La prevención de las enfermedades, así como la garantía de la tierra, algunas alternativas de subsistencia han sido factores fundamentales para el aumento de la población indígena en Brasil. La medicina tradicional también fue valorizada, así como los pajés (sacerdotes indígenas) tan combatidos por los misioneros en el pasado, pasaron a ser respetados, habiendo apoyado incluso el CIMI encuentros de pajés.

Diálogo religioso

Si los indígenas aumentaron en número y en conciencia, esto se debe sobre todo al cambio de la práctica misionera. La inculturación, realizada por las Hermanitas de Foucauld de forma aislada e intuitiva ya desde los años 50, pasó a ser vivida por casi todos los misioneros a partir de la creación del CIMI.

De esta manera, la evangelización explícita fue siendo sustituida poco a poco por el diálogo interreligioso, que a través de la vida compartida trata de entrar en el corazón de aquellas culturas. Por eso decía un misionero: «Nunca les hablé explícitamente de Jesucristo, porque veo en su vida, en su organización, en su vivencia religiosa, todo lo que me gustaría decirles que hicieran; la Buena Nueva, el Evangelio... ya lo están viviendo. En muchos aspectos, mejor que yo».

Actualmente no se trata de transformarlos en cristianos, sino de hacer que mantengan los valores cristianos contenidos en sus culturas, como el compartir, la solidaridad y el culto a la vida. Entre ellos no hay pobres ni niños abandonados. Cuando destruimos su mundo y sus valores, sólo les queda la muerte. El suicidio de jóvenes que está teniendo lugar entre los guaraní Kaiowá muestra que se les quitó la razón de vivir.

En un mundo dominado por el neoliberalismo, sus culturas son una señal y una salida hacia una sociedad alternativa. ellos mismos lo reconocen, como afirmaron en una reunión que definió la creación de la Década de los Pueblos Indígenas en 1993: «Las culturas que encarnan nuestros pueblos emergen como voz de esperanza de un futuro más equilibrado y justo».