IGNACIO ELLACURÍA Y RAIMON PANIKKAR: REFERENTES DE DIÁLOGO Y NO VIOLENCIA

 

JUAN JOSÉ TAMAYO

Ignacio Ellacuría: paz cimentada en la justicia y el diálogo
El teólogo y filósofo hispano-salvadoreño Ignacio Ellacuría, uno de los principales exponentes de la teología latinoamericana de la liberación, destacó por su función de mediador, negociador y pacificador durante la guerra que desangró durante casi dos décadas El Salvador, en la creencia de que la paz era posible cimentada sobre la justicia y a través de la no violencia activa.
Apenas una semana antes de su asesinato junto a el de cinco compañeros jesuitas y dos mujeres del servicio doméstico, Ellacuría recibió una carta del ministro de la presidencia de El Salvador invitándole a
hacer de mediador entre el gobierno y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
Unos años antes había mediado, junto con el arzobispo de San Salvador, monseñor Rivera y Damas, en la liberación de la hija de Napoleón Duarte, presidente del país.
No fue un negociador ingenuo ni fácilmente manipulable por el FMLN o las autoridades gubernamentales. Se mostró contrario a la solución militar por creer que no iba a solucionar el problema fundamental: la injusticia estructural en que vivía instalado El Salvador. Era partidario del diálogo y la negociación, en los que estuvo implicado directamente a través de no pocos encuentros con las dos fuerzas armadas. El objetivo de su propuesta negociadora era doble: conseguir que terminara la guerra y que desapareciera la violencia estructural.
En sus análisis de la realidad distinguía tres tipos de violencia: la estructural, la revolucionaria y la represiva. La estructural es la que está instalada en el sistema injusto, y es la violencia primera y más grave, ya que mantiene a las mayorías populares en condiciones infrahumanas de vida, atenta contra su dignidad y, con frecuencia, destruye el tejido de la vida. Esa violencia debe ser erradicada con medios eficaces. La violencia revolucionaria es una violencia derivada, que intenta responder organizadamente a la violencia originaria luchando por unas estructuras más justas y humanas. La violencia represiva es la respuesta del Estado y de las clases dominantes a toda protesta popular –violenta o pacífica–, recurriendo incluso a prácticas terroristas sin ningún escrúpulo de conciencia. La condena de manera categórica.                                                                                                                                Aun cuando reconoce la moralidad y coherencia cristiana de la violencia liberadora en situaciones muy concretas, la considera un mal y llama la atención sobre los peligros que comporta: puede agudizar la violencia de la parte opuesta; tiende a poner delante la conquista o la conservación del poder, convirtiendo a ambas en fin en sí mismo. Además, hay a veces tendencia a la venganza hacia personas
o grupos que antes detentaban el poder. Rechaza, sin excepción, el recurso a acciones terroristas, en que a veces incurren los movimientos revolucionarios, y excluye el odio y la venganza como móvil de la violencia.
El enemigo, asevera, no deja de ser una persona humana a quien hay que liberar de su opresor o represor violento. Las clases no son personas a quienes se pueda amar u odiar, pero se corre el peligro de proyectar el odio sobre las personas que pertenecen a ellas. El amor al enemigo en situaciones de opresión social, de dominación política y de explotación económica constituye todo un desafío para los cristianos y las cristianas de hoy.
Ellacuría mostraba su preferencia por los métodos no violentos. “La lucha armada –asevera– no debe hacer olvidar que el evangelio está más en favor de los medios pacíficos que de los violentos, más en favor de la paz que de la guerra, más del servicio que de la dominación, más del amor que del enfrentamiento”. Al final su apuesta por el diálogo y la violencia dio sus frutos, aunque él no pudiera verlos ni disfrutar de ellos.
En el pensamiento de Ellacuría hay una consideración importante sobre la complicidad del mundo colonizador en las situaciones de violencia del mundo colonizado. Éste, actualmente soporta las consecuencias de una sistemática injerencia económico-política de los países dominadores, quienes, además, con su actitud insolidaria, abren una sima cada vez mayor entre países pobres y países ricos. “Las grandes potencias y las políticas de bloques –concluye– son enormemente responsables de la violencia en el mundo”.
Raimon Panikkar: diálogo, interculturalidad y no violencia
El teólogo colombiano José Luis Meza Rueda presenta a Raimon Pánikkar como “filósofo y teólogo; místico y maestro; políglota y poeta; cristiano, hindú, buddhista y secular; ciudadano del mundo y estudioso de las culturas y las religiones… De ideas desconcertantes y fascinantes, de un pensamiento agudo, pero problematizador, de una pluma prolija e insistente, de grandes admiradores pero también de grandes detractores” (La antropología de Raimon Panikkar). Yo añadiría: hombre de diálogo y de interculturalidad.
En 1993 escribió: “Sin diálogo, el ser humano se asfixia y las religiones se anquilosan” en un artículo sobre “Diálogo inter- e intrarreligioso” Nuevo Diccionario de Teología (2005). En él establece las bases
del diálogo como alternativa a los fundamentalismos, dogmatismos, anatemas e intolerancias de las religiones y de las culturas hegemónicas, pero también como superación de los monolingüismos, los colonialismos, los dualismos filosóficos y las guerras religiosas.
Defiende el diálogo entre filosofía y teología, religión y ciencia, Occidente y Oriente, Atenas y Jerusalén,
culturas y religiones. A partir de su profundo conocimiento de las culturas, filosofías y religiones de la India, fue pionero en el diálogo con el hinduismo. En 1961 defendió su tesis doctoral en teología sobre
El Cristo desconocido del hinduismo. Posteriormente abrió una nueva ruta de diálogo con el buddhismo
con El silencio de Dios (1970), que más tarde actualizó bajo el título El silencio del Buddha. Una introducción al ateísmo religioso.
Encarnaba en su persona ese diálogo en su peregrinaje por las diferentes tradiciones religiosas y culturales. Es proverbial su confesión de fe interreligiosa: “Marché (de Europa a la India) cristiano, me descubrí a mí mismo hindú y volví buddhista, sin haber dejado de ser cristiano”. Confluyen en su persona cuatro grandes ríos: el cristiano, el hindú, el buddhista y el secular, ejemplo de equilibrio entre creencias religiosas y secularidad.
“Debido a que filosofamos dialogando con el otro… la filosofía se convierte en intercultural, ya que al hablar con el otro transgredo el ámbito de mi cultura individual y entro realmente en el terreno intercultural que a veces ayudo a crear”. Raimon Panikkar es reconocido como el iniciador y uno de los principales impulsores de la filosofía intercultural, que entiende como algo más que una conversación entre vecinos o un diálogo de sobremesa en torno a lo divino y lo humano, y que no confunde con el multiculturalismo, que se limita defender la coexistencia de las culturas, ni con la transdisciplinariedad, ya que las culturas son algo más que disciplinas. En la interculturalidad no hay absorción de una cultura por otra, pero tampoco independencia, sino correlación.
El método de la interculturalidad es el diálogo: lo definía como diálogo dialogal y duologal, que implica confianza mutua en una aventura común hacia lo desconocido y aspiración a la concordia discorde. Este tipo de diálogo lleva a descubrir al otro no como un extranjero, sino como un compañero, no como un ello anónimo y despersonalizado, sino como un tú en el yo.
Termino con un texto del Llibre d’ Amic e Amat, del filósofo y místico Ramón Llull (1232-1315), precursor de la interculturalidad: “El pájaro cantaba en el huerto del amado. El amante llega y dice al pájaro: si no podemos entendernos el uno al otro a través de lenguajes, entendámonos entonces uno a otro a través del amor, ya que en tu canción mi amado es evocado en mis ojos”. Raimon Panikkar se entendía con todo el mundo, con creyentes y no creyentes, amigos y adversarios, discípulos y maestros, con todas las cosmovisiones, por muy diferentes que fueran, incluso dentro de la discrepancia, a través del amor y de la mirada limpia. ¡Excelente método para avanzar
en el camino hacia la paz, tanto interior como exterior, y la convivencia entre los pueblos desde la no violencia activa!