¿Iluminación o liberación?
¿Iluminación o liberación?
¿Espiritualidad de la no dualidad o espiritualidad de la liberación?
Comisión Teológica LAtinoamericana de la ASETT
Procuramos construir sociedades y modos de vida que nuestra propia cultura está destruyendo diariamente. El capitalismo forma parte de nuestra cultura. Como se trata de procesos históricos, no podemos, simplemente, volver al tiempo perdido y reconstruir lo que fue destruido. Con el material de las ruinas culturales de ahora y con la memoria de antes, necesitamos construir la cultura del «buen vivir», como algo nuevo y heredado, sobre la base de «otra economía». Pensar esa «otra economía» significa «producir bien», para que todos puedan hacer aquello que los medios de producción y la naturaleza permiten, sin explotar a los otros por el trabajo ni alienarlos por el consumo.
Desde hace un tiempo el tema está en la calle. Proliferan iniciativas, cursillos sobre la espiritualidad de la no-dualidad, que presentan una visión de conjunto que choca con lo que es la espiritualidad típica latinoamericana, la espiritualidad de la liberación (E.L.).
Para ésta, el valor más importante, el central, aquel que de alguna manera arrastra y conlleva a todos los demás, es el valor de la liberación: ese proceso histórico de conquista y construcción personal y social de la Libertad. Para la E.L., en ese sentido, contemplar ese proceso desde la mirada de la fe, y comprometerse en él plenamente, constituye el punto central, la experiencia-fuente de la espiritualidad. Es, en efecto, una espiritualidad «de la liberación». Los cristianos de la E.L. no buscamos nuestra fuente en rezos adicionales, devociones peculiares o prácticas espirituales que no sean las prácticas del compromiso histórico del Amor en la transformación de la sociedad. Ahí, en el trabajado esfuerzo por construir un mundo diferente, según el modelo de la Utopía que Jesús propuso, ¡el Reino!, ahí, en ese «nuestro propio pozo» es donde hacemos nuestra experiencia espiritual principal, nuestro encuentro con la profundidad de la Vida, de la Historia, de la Utopía y del Amor.
Algunas presentaciones populares de la espiritualidad de la no-dualidad, diseñan un planteamiento espiritual muy diferente. La experiencia espiritual principal, no debería ser buscada en el Amor-Justicia, que se compromete en la historia para transformarla en la utopía del otro mundo posible, sino en el inte-rior de la persona: no sería necesario preocuparse tanto por el exterior, por la historia, y mucho menos por la política –conflictos humanos de injusticia en el caminar de la historia–; sería preferible volver la mirada y la atención más bien hacia el Misterio inabarcable, percibido en el silencio de la mente y del corazón, hasta provocar ahí la experiencia de la transcendencia: la iluminación, una experiencia mística, un estado modificado de conciencia que no se puede describir, que sólo se puede experimentar, que nos llena de paz, felicidad, plenitud y buenos sentimientos.
Las dos propuestas
Las espiritualidades populares de la no-dualidad insisten en esa orientación, opuesta a la de la E.L.: lo importante es dirigir la mirada al interior, desconectar de las preocupaciones humanas, sociales y políticas, hacer silencio, apagar nuestros pensamientos, quedarse en una apertura silenciosa para ser capaces de acoger la experiencia espiritual por antonomasia, la iluminación. Ésta sería el bien supremo, y lo único que necesitamos, el unum necesarium, porque sólo en la experiencia de la iluminación podemos encontrar fuerzas y capacidad de amar, para tener misericordia del prójimo y comprometernos con la liberación, que sería algo, pues, derivado. Lo más importante, aquello de lo cual derivaría todo lo demás, sería la iluminación. Quien la consigue y la experimenta, lo tiene todo.
A partir de este principio, las espiritualidades de la no dualidad han implementado un conjunto de procedimientos, métodos... de meditación, prácticas de silenciamiento de la mente, técnicas de control del pensamiento... para disponer la conciencia humana a experimentar esa iluminación. Esos procedimientos, producen la iluminación y ésta suscita en nosotros la compasión, tanto con los seres humanos como con la naturaleza, lo que nos posibilita comprometernos en la liberación, pero la clave, el objetivo a conseguir, no es la liberación, sino la iluminación personal.
Por su parte, la espiritualidad de la liberación (E.L.) tiene un planteamiento radicalmente diferente. No está preocupada en primer término por conseguir nada para la persona, para el sujeto. La E.L. es una espiritualidad descentrada de sí misma, centrada exclusivamente en el Amor-Justicia que constituye la pasión por la construcción del Reinado de Dios en la Historia. La E.L. sueña la misma utopía de Dios: «no otro mundo, sino éste mismo, pero totalmente otro»... Éste es el fin, su objetivo principal, y en torno a ello hace que gire todo. De ahí que la E.L. sea una espiritualidad de mundo, de calle, de historia, siempre volcada hacia el exterior, siempre ocupada y preocupada «por el Reino de Dios y su justicia», ante lo que «todo lo demás se nos dará por añadidura», según ya dijo Jesús. Lo que preocupa máximamente a la E.L. no es la experiencia personal espiritual –aunque sea, obviamente, importantísima–; no es una supuesta iluminación personal, sino la construcción del Reino, la transformación del mundo en la línea del Proyecto de Dios, la Liberación. En algún sentido, la posición es la contraria de la de esas presentaciones de la no dualidad.
¿Entonces, la iluminación o la liberación?
Pluralismo profundo: biodiversidad religiosa
Se trata, sí, de dos actitudes profundamente diferentes ante la vida, ante la historia, y ante el Misterio. Son «talantes espirituales» diferentes, entre las que no cabe debatir cuál es la verdadera y cuál la falsa... Ambas son válidas. Son «carismas» diferentes. Hay personas –y pueblos, o culturas– dotados de una sensibilidad especialmente orientada hacia lo numinoso, hacia la experiencia espiritual, o mística, por la vía de la interioridad, del amor experiencial y «silencioso» –que cultiva el silencio del pensamiento–... Y hay también personas –y pueblos o culturas, movimientos históricos– arrebatados por la pasión incontenible de la realización del Amor y la Justicia en la historia, en la defensa de los pobres, los oprimidos y las víctimas, y no como una experiencia humana simplemente ética o política, sino como una verdadera experiencia de Dios, experiencia espiritual, mística.
En el primer caso los miembros de esas religiones y culturas se centran más en la oración, la interioridad, la conciencia, el silencio, la meditación...; ésa es su preocupación central, y sólo a través de esa mediación derivan en un compromiso social, que más bien se suele orientar a lo asistencial, a la misericordia –no tanto a la justicia–, y que con frecuencia desconfía de las dimensiones políticas o de la transformación estructural de la sociedad (el «otro mundo posible»). La madre Teresa de Calcuta, que militaba explícitamente contra la teología de la liberación, sería un ejemplo emblemático de este tipo de orientación aun dentro del cristianismo .
En el segundo caso los creyentes «aparecen» más bien como extravertidos, luchadores sociales, militantes comprometidos en la construcción de una nueva sociedad, marcados teológica y hasta psicológicamente por una estructura histótico-utópica de la existencia. No buscan la santidad en el cumplimiento de unas prácticas religiosas, o en el acercamiento a un ideal personal con el que identificarse... Se caracterizan por una «santidad política» (prácticamente todavía no canonizada en la Iglesia católica). Figuras típicas de este modelo serían la de Mons. Romero y tantos otros mártires latinoamericanos, mártires «jesuánicos», es decir, asesinados y martirizados por haber vivido al estilo de Jesús, por su compromiso con el Amor-Justicia dando la vida en la defensa de los pobres, en la transformación de la sociedad y en el combate contra todo lo que ofende la dignidad del ser humano.
¿Cuál es el mejor camino de los dos, cuál es la mejor espiritualidad? Desde un punto de vista de «pluralismo profundo», se hace innecesario responder a esta pregunta. Estas dos grandes corrientes espirituales, como tantas otras, bien diferentes entre sí, son una manifestación de la «biodiversidad religiosa», la hierodiversidad. En la biodiversidad no tiene sentido preguntar cuál es «la especie verdadera»... Todas lo son, cada una haciendo su aportación, y todas se influyen, se cruzan y se necesitan para hacer crecer la evolución de la vida. Igual en la hierodiversidad.
Reconocer la aportación de la espiritualidad no dual
Herederos del exclusivismo que hemos cultivado por casi dos milenios, nuestro subconsciente colectivo de cristianos nos dice que estamos en «la espiritualidad verdadera», y por tanto en la querida por Dios, aquella que no tiene nada que aprender de otras, porque lo tiene todo en sí misma...
Hoy día, desde una postura pluralista, sabemos que no existe «la religión verdadera», porque todas ellas son destellos luminosos de la dimensión divina de la humanidad. No cabe pues encerrarse en la propia religión o espiritualidad creyendo que ahí lo tenemos todo y no necesitamos aprender de otras... Hoy ya sabemos que toda religión tiene también sus propias limitaciones, sus puntos ciegos, su necesidad de complementación. También la E.L.
Una síntesis liberadora y latinoamericana
Dos posturas extremas son de evitar: abandonar la propia E.L. deslumbrados por la novedad de la no-dualidad, o cerrarse en la propia E.L. creyendo que no podemos aprender nada de otras espiritualidades. Es mejor permanecer fieles a la propia espiritualidad de la liberación, seguir «bebiendo del propio pozo», sin dejar de abrirse a la vez a la sabiduría de las espiritualidades que buscan sobre todo la iluminación. Estamos en un tiempo pluralista y de síntesis. Podemos asumir todo lo bueno, esté donde esté y venga de donde venga, sin dejar de ser lo que se es.