Incitación al éxodo. El éxodo indígena
Incitación al éxodo
El éxodo indígena
Paulo SUESS
Hablar del éxodo significa hablar de salida, resistencia y utopía. El éxodo, que es el intento de construir un mundo alternativo, es a veces la única “salida” de un grupo social para mantener o reconstruir su identidad y para transformar el mundo desde su propia integridad. Al lado del “mundo alternativo externo”, construido en el éxodo, se podría pensar también en un “mundo alternativo interno” de grupos revolucionarios, que pretenden impulsar las transformaciones desde dentro de la respectiva sociedad en cuestión. ¿Salir o quedarse? He aquí la cuestión, que solamente puede ser decidida en el contexto histórico con-
creto y de acuerdo con la conciencia del respectivo grupo social.
Parece hoy difícil salir de la neblina generalizada que rodea la vida de cada uno y el horizonte de todos. Vivimos en un mundo globalizado con mercados comunes, patrones universales de relacionamiento y comunicación, como en una única civilización. ¿Quién se atreve a pertenecer hoy día al mundo no-civilizado o no-globalizado? En la lógica del mundo globalizado no existe un éxodo, a no ser por la NASA o por el imaginario ufológico o escatológico. El mundo globalizado no admite “éxodos internos”, lo cual significaría el reconocimiento de espacios no-globalizados para experiencias alternativas. El éxodo, la salida hacia el mundo globalizado, es el éxito (en el doble sentido del latín ‘exitus’), lo que significa suceso para unos y muerte para los demás. Si el mundo globalizado no dejó espacios no-globalizados, ¿dónde irá el pueblo del éxodo? ¿Hay salidas hacia fuera del mundo globali-zado?
El pueblo del éxodo contesta la lógica del mundo del éxito. Éxodo significa salida de la opresión por iniciativa propia, resistencia en contra de proyectos estandarizados de vida en blanco y negro, ruptura con la dictadura de los mercados y cuestionamiento de la hegemonía política del Estado. La opresión de los pueblos indígenas ocurre en el interior de los estados nacionales que se han convertido en los capataces del proyecto neoliberal globalizado. La gestión estatal se interesa por los pueblos indígenas en la medida en que éstos se transforman en obstáculos para la implantación de ese proyecto. Su opresión gestora en contra de los pueblos indígenas se configura por los intentos de encuadramiento tutelar en conceptos y sistemas, en reducciones ideológicas y territoriales y por el adiestramiento para el mercado a través de la escuela y de los medios de comunicación.
Es fácil ver cómo los pueblos indígenas fueron y continúan siendo víctimas de esos encuadra-mientos. En la historia oficial, por ejemplo, los pueblos indígenas son considerados como “pueblos sin historia”. ¿Por qué? Porque en las universidades se aprendía que “pueblos sin escritura son pueblos sin historia”. Pero en Brasil viven 22.8 millones de analfabetos (cf. el texto-base de la “Campaña de la Fraternidad”’98). Todavía en este siglo, en la historia de la evolución, los pueblos indígenas fueron clasificados como “bárbaros”, “salvajes” o “naturales” en camino de civilización. Todavía hoy los Estados nacionales tratan a los antiguos dueños de sus respectivos territorios como “minorías étnicas”, colonos advenedizos tolerados en su propia tierra. En las democracias que son llamadas “democracias representativas”, los pueblos indígenas prácticamente no están representados en los diferentes espacios legislativos.
Desde los pueblos indígenas, somos obligados a redefinir muchos conceptos que aprendemos en los libros escolares sobre nosotros mismos. Des-construir conceptos puede significar re-conocernos mejor. ¿Cómo relacionamos los conceptos ‘naturaleza’ y ‘cultura’? Cuando a los pueblos indígenas se les llamaba “naturales”, quedaba sobreentendido que les faltaba cultura y civilización. ¿No nos falta hoy sobretodo “naturalidad”? En el trato con la naturaleza, ¿no nos hemos convertido todos en bárbaros?
El proyecto indígena nos enseña que todos los seres culturales forman parte de la naturaleza. La naturaleza está dentro y en torno nuestro. La causa indígena nos hace cuestionar objetivos y prioridades de la ciencia, de la política, de la economía, de nuestra misma visión del mundo. En rigor, todo lo que configura el éxodo indígena de nuestras respectivas sociedades, configura también el éxodo de las mujeres, de los niños, de los pobres y de los afroamericanos. Si en una sociedad que inscribió en su bandera valores como libertad, sororidad, tolerancia e igualdad, el proyecto de vida de un grupo social, sea minoritario o no, solamente alcanza resultado mediante su éxodo, entonces este éxodo apunta a un proyecto falaz e incoherente. El éxodo indígena significa resistencia en contra del proyecto de una humanidad en profunda crisis consigo misma y con la naturaleza, una humanidad que, en la lucha en contra de su misma esencia, salió cojeando como Jacob y Edipo. La cuestión indígena es como un sismógrafo que registra los temblores globales del proyecto de la humanidad.
El pueblo del éxodo posee una dignidad propia que está en su protagonismo. Lucha en el éxodo en contra del proyecto dominante de opresión, pero resiste al mismo tiempo en contra de la pérdida de su identidad y en contra del peligro de que su éxodo se transforme en exilio, deportación y desarraigo. La diferencia entre éxodo y exilio es tan grande como entre alguien que se comporta como agente de su salud y otro que se considera paciente de su enfermedad. La diferencia está en la iniciativa, en el protagonismo. El “agente” es responsable. El “paciente” terceriza. La liberación no puede ser tercerizada.
El éxodo es una experiencia de liberación y resistencia. Éxodo, andadura y migración -las grandes marchas hacia Quito y la Paz, por ejemplo- son experiencias de libertad, solidaridad y trans-formación. Ni en Egipto, ni en Canaán, Israel fue tan libre como en la larga marcha por el desierto. ¿Cuándo fueron realmente libres los pueblos indígenas? ¿Como migrantes que entraron en este continente por el Estrecho de Bering? ¿Se hicieron más libres al convertirse en agricultores sedenta-rios? ¿Antes de tener vecinos que no eran parien-tes? Entre los mismos pueblos indígenas existe lo que podemos llamar “éxodo interno”, causado por el crecimiento poblacional de un grupo, por la escasez del medioambiente o por divergencias entre líderes. Un día, líderes nuevos inician un éxodo, llevan su grupo y construyen otra aldea que promete más abundancia y más libertad.
Existen dos tragedias en la vida de un grupo social o individuo. La primera es la ausencia de un horizonte; la segunda es haber llegado al horizon-te. En ambos casos este pueblo no tiene camino, ni alternativa, ni éxodo. Es un pueblo sin salida. El éxodo indígena, que apunta hacia salidas, hacia caminos y horizontes, nos hace entender que el mundo no está tan globalizado como los agentes del neoliberalismo nos quieren hacer creer.
El éxodo, además de ser histórico, es también un “estado de espíritu”. Ese éxodo ocurre cada día, porque cada día, cada relación y cada acción política ofrecen sus encuadramientos, sus esclavi-tudes, sus ollas de carne y sus compensaciones. Cada día exige sus rupturas: rupturas con la cuna espléndida o miserable, rupturas con prácticas acomodadas y con metas caducadas. Todo puede convertirse en jaula dorada. Por lo tanto, éxodo como estado de espíritu significa partir siempre de nuevo, re-partir el camino, el pan y el horizonte.
Paulo SUESS
São Paulo, Brasil