Indonesia: un gigante conmovido

Indonesia: un gigante conmovido

Thomas Michel


1. Un país de gran diversidad

Indonesia, el cuarto país más poblado del mundo (después de China, India y EEUU), está formado por más de 20.000 islas, que se extienden sobre 5.000 kilómetros a un lado y otro del Ecuador en el Sudeste asiático. Dada la magnitud de ese inmenso territorio, no es sorprendente que estas islas sean el hogar de una gran variedad de grupos étnicos, lingüísticos y religiosos, cada uno con su peculiar historia, cultura y organización social. Además del idioma nacional “bahasa Indonesia”, se hablan en las islas más de 200 lenguas.

Con más de 200 millones de musulmanes, Indonesia tiene la mayor población musulmana del mundo, pero, junto al Islam, religión de la mayoría, la nación reconoce también oficialmente el protestantismo y el catolicismo, el budismo e el hinduismo, y, más recientemente, el confucionismo. Por más de 50 años, desde que Indonesia declaró su independencia de Holanda en 1945, el país se ha enorgullecido de una convivencia armoniosa que ha permitido a una población tan diversa formar una única nación indonesia.

2. Los orígenes de los recientes problemas

Sin embargo, quienes han seguido los reportes de la prensa internacional saben que, en los últimos años, el país parece estar tambaleándose al borde de la anarquía y la autodesintegración. Incidentes ampliamente publicitados de revueltas antichinas en ciudades de la isla Java, masacres cometidas por el ejército indonesio y las milicias locales en Timor Este en las semanas que precedieron a su retirada, sangrientas luchas de secesión en Ach y Nueva Guinea, permanentes disputas étnicas y religiosas en varias partes del país, y una situación económica desastrosa que no ofrece perspectivas de mejora inmediata… hacen preguntarse a muchos indonesios: “¿Qué hemos hecho mal? ¿Cómo una sociedad pluralista y tolerante se ha convertido tan rápidamente en un país lleno de conflictos?”

No obstante, se debe aclarar que los orígenes de muchas de estas tensiones arrancan de años atrás. Los indonesios están descubriendo que mucha de la proclamada armonía no era tan profunda, y que fue incapaz de resistir las presiones de un drástico cambio social. Aquella era una unidad impuesta a la fuerza por un régimen autocrático para sus propios intereses. Durante los 32 años de la dictadura de Suharto -que comenzó en 1965 con un golpe militar que expulsó de la presidencia a Soekarno, el padre fundador de Indonesia-, hasta el derrocamiento de Suharto en 1998, después de meses de manifestaciones populares, el país estuvo gobernado por una alianza de líderes políticos, militares y negociantes que buscaban su propio interés. Los beneficios de las riquezas naturales de Indonesia, tales como el petróleo, el gas natural, la madera, las especias, fueron repartidos entre la élite gobernante y los inversionistas multinacionales, revirtiendo muy poco hacia la población indonesia.

Para asegurar esta situación de prvilegio de sus partners en esta alianza gobernante, el régimen de Suharto gobernó con mano de hierro, prohibiendo los partidos políticos independientes, los sindicatos y las organizaciones estudiantiles, y controlando rígidamente la prensa, la televisión y los medios electrónicos. Se permitía una fachada de democracia en la que al partido gobernante y a dos partidos de oposición estrictamente supervisados se les permitió debatir y pasar leyes, que fueron siempre vetadas por el gobierno y los militares.

3. Cambios rápidos y profundos

El desafío que en 1997 Megawate Soekarnoputri, hija del antiguo presidente Soekarno, hizo al control gubernamental del sistema político, y la subsiguiente eliminación de quienes le apoyaban, junto con una pavorosa crisis económica que tuvo lugar en el mismo período, dio inicio a una serie de protestas lideradas por los estudiantes, que llevaron a Suharto a dimitir el año siguiente.

Tras una presidencia interina de J. Habibie -vicepresidente escogido a dedo por Suharto-, el país tuvo sus primeras elecciones democráticas en 1999, y dieron como resultado la elección de Abdurrahman Wahid, un líder musulmán ampliamente respetado, antiguo secretario general del Nahdatul Ulama, la organización islámica más grande del país. Aunque parcialmente ciego y habiendo sufrido ya dos derrames, Wahid ha intentado guiar a la nación conscientemente, si bien no siempre con éxito, en sus primeros años de gobierno democrático.

4. Conspiraciones y recelos

Muchos indonesios están convencidos de que la mayor parte de los brotes de violencia no son llamaradas espontáneas, sino estrategias bien planificadas que quieren producir inestabilidad, para minar el gobierno democrático. Las sospechas recaen en miembros de la antigua élite gobernante que rodeó a Suharto. Temiendo perder el poder político y los privilegios económicos y sociales que acumularon, elementos bien financiados dentro de las fuerzas armadas y de la comunidad empresarial parecen estar fomentando conscientemente la discordia. Se repiten las denuncias de que poderosos grupos en la sobra que financian a “provocadores”, ampliamente extendidos en Indonesia, aunque todavía no haya individuos o grupos acusados oficialmente.

Sin embargo, unos bien pagados agitadores no lograrían enfrentar entre sí a grupos humanos que han sido vecinos durante mucho tiempo, si no hubiera ya una considerable carga de descontento a punto de explotar. Los varios efectos de la crisis económica –bancos y empresas en quiebra, desconfianza de los inversores, cancelación de los proyectos de desarrollo, devaluación de la rupia, cancelación de los préstamos- tienen duras repercusiones sobre la población trabajadora. El desempleo está creciendo y los padres se ven forzados a retirar a sus hijos de la escuela, de lo que resulta un gran número de personas frustradas con tiempo y manos desocupadas. La ausencia de signos que auguren una mejora inmediata de la economía ha creado un sentimiento de victimismo y de pesimismo respecto al futuro.

Hay un extendido y difuso sentimiento de angustia entre los indonesios, una convicción de que han sido engañados y despojados, y de que los intereses de los poderosos –de dentro y fuera del país- se están aprovechando de la miseria general. En este ambiente, los miembros de otros grupos étnicos o religiosos fácilmente son mirados con sospecha, y triviales incidentes pueden desatar sangrientos enfrentamientos. No se puede decir que un grupo este más proclive a la violencia que otro, porque en una atmósfera general de latente hostilidad, todos los grupos resultan vulnerables a la instigación de los que sacan provecho del desorden.

5. Signos de esperanza

Este cuadro de desolación que acabo de describir es sólo la mitad de la verdad. Indonesia ha hecho grandes avances en muy corto espacio de tiempo para convertirse en una sociedad más justa, humana y democrática. Los observadores internacionales están impresionados por la seriedad con la que los indonesios realizaron sus primeras elecciones democráticas en 1999, y por la relativa falta de coerción o corrupción en la campaña electoral y en el recuento de votos. Los antes bien controlados medios de comunicación han dado paso a la libertad de expresión en la que ninguna entidad oficial u organización está libre de la crítica. El país, que en otro tiempo tuvo la mayor cantidad de presos políticos, ha liberado todos los detenidos por actividades no violentas. Los sindicatos independientes están permitidos por primera vez, y los universitarios continúan vigilando el movimiento “reformasi” para evitar que caiga en el conformismo. Las leyes antichinas, que databan de los años 60, han sido derogadas. Los primeros pasos para la reconciliación con Timor Este han sido dados, con la visita a Jakarta –por invitación del Presidente Wahid- de líderes timorenses del Este como Xanana Gusmão y Ramos Horta.

Quizá el síntoma más prometedor para el futuro de Indonesia podrían ser los frecuentemente sofisticados análisis políticos y el involucramiento que se está dando en todos los niveles de la sociedad indonesia, entre los grupos de estudiantes, los círculos religiosos, en medios de comunicación, empresarios y trabajadores. La corrupción y el privilegio ya no son tolerados tácitamente como una realidad imposible de controlar, sino que están siendo activamente denunciados y clamorosamente condenados.

Hay todavía muchos problemas. La reforma constitucional sigue siendo un asunto espinoso todavía por afrontar. Todo el mundo está de acuerdo en la necesidad de la reforma, pero las propuestas todavía son demasiado vagas y contradictorias. Hasta dónde el gobierno central controla realmente a los mandos militares, es otra cuestión sobre la que muchos indonesios tienen serias dudas. A pesar de las órdenes del gobierno central de cesar las campañas militares en Aceh y en Nueva Guinea, las denuncias de violaciones de derechos humanos no cesan. Algunos se preguntan si Abdurrahman Wahid, a pesar de su casi universalmente reconocida integridad personal, es demasiado débil, enfermo y desorganizado para gobernar una nación tan compleja en un período crítico de transición. Todavía los indonesios no han encontrado alguien mejor para gobernar la nación en esta hora. Algo, sin embargo, está claro: cada mes que el gobierno libremente elegido logra mantenerse en el poder, aumenta las posibilidades de que el experimiento de democracia en que Indonesia se ha embarcado se enraice más en la historia y en la práctica de la nación, de forma que un retorno a la dictadura militar sea una opción menos aceptable.