Internet: ¿sí o no?
Internet: ¿sí o no?
Desde la Opción por los Pobres
José María VIGIL
1996 pasará a la historia como el año en el que prácticamente todos los países del Continente consiguieron el «acceso pleno» a Internet. El tema ha llegado ya al gran público y el desafío está servido: ¿Internet sí o no?
Empecemos por los argumentos negativos.
•Entrar en la «onda de Internet» aparece como un lujo propio de la burguesía. Todavía hoy el 70% de los servidores de internet se localizan en EEUU. Las estadísticas afirman que el usuario promedio de Internet tiene entre 30 y 35 años, blanco, muy cualificado profesionalmente, de cultura anglosajona y varón.
•Por otro lado, en buena parte, la comunicación es un lujo prohibido a los pobres; baste recordar algo tan simple como que la mitad de la humanidad no ha hecho nunca una llamada telefónica, y que al menos el 80% de la población mundial carece de los servicios básicos de telecomunicaciones.
•Existe también la posibilidad (tantas veces real) de la adicción al computador y la «internetdependencia». El computador tiene sus exigencias: cuidado de mantenimiento, atención al complejo mundo del «software» (todo un mundo), protección frente al ladrón... exigencias cuya satisfacción restará tiempo a otras obligaciones...
Por la otra parte, los argumentos positivos son las posibilidades que ofrece internet. Veamos.
El correo electrónico: su precio, su rapidez, su extrema versatilidad... lo anuncian como un correo que desplazará en buena parte a los demás. El telnet y el ftp son herramientas para manejar computadoras que están a miles de kilómetros, y permiten hacer efectiva la conexión de varios millones de computadores en todo el mundo. Las páginas que visitan los «navegadores» juntan a su atractivo gráfico y hasta estético, la posibilidad de disponer de una cantidad inabarcable de información distribuida por toda la faz de la tierra. Detengámonos en este punto.
Desde hace ya varios siglos hay en el mundo miles de museos, bibliotecas públicas y centros de documentación abiertos a quien quiera visitarlos. La información que contienen es, en cierto sentido, un patrimonio de la humanidad que tenemos cada uno a nuestra disposición. Pero en la vida real yo no puedo viajar a otros países o continentes; sólo quien puede permitirse grandes gastos puede acceder a esa información.
La revolución tecnológica aplicada a la comunicación ha permitido construir una red mundial de computadores conectados por medio de satélites, antenas parabólicas, redes de fibra óptica... que permiten trasladar de forma automática -sin operadores- y casi instantáneamente cantidades de información tan grandes que su costo baja mucho. Una carta electrónica puede llegar al otro lado del mundo en unos minutos por no más de 0’05 US$.
Hoy día cualquier persona o institución puede ofrecer su propia información a la red mundial escribiendo unas «páginas» en una simple computadora personal (PC) y dejándola conectada las 24 horas, haciéndose así accesible desde cualquier parte del mundo, en forma también automática y casi instantánea. Son las llamadas «páginas», instaladas en Internet, incontables, que ya a principios de 1995 se calculaban en casi dos millones.
Hoy es ya tanta la información puesta en la red que nadie puede abarcarla. Hay libros, tesis doctorales, programas informáticos, información de todo tipo (comercial, noticias, revistas, ciencia, bases de datos...). No sólo se trata de texto: también es sonido (música), imagen, fotografía, video... todo lo que pueda ser digitalizado. Más aún, las clásicas bibliotecas públicas y los museos... están siendo «trasladados» a internet: hoy son cientos los museos que se pueden visitar «desde casa», por internet; haga la prueba: visite el museo del Louvre de París (http://www.paris. org/Musees/) y «baje» a su computador en unos segundos la imagen de la egipcia Nefertiti).
La aceleración tecnológica es tal que cuesta estar al día. Lo que ayer oíamos como ciencia ficción, mañana viene ya empaquetado. Hace solamente un año y medio que los programas de comunicación, como por ejemplo el Netscape 2.1, (por cierto, público y gratuito) permiten que uno pueda enviar a otro computador remoto cualquier información que esté puesta en la red en cualquier parte del mundo; no hace falta siquiera que antes la hayamos traído al propio computador; el programa mismo localiza aquella información -que puede estar depositada físicamente en nuestras antípodas geográficas- y lo envía al computador de destino, en cualquier continente, en cuestión de segundos y a un costo mucho menor que el del tradicional correo de superficie. Todo esto no es ciencia ficción, sino realidad al alcance de la mano, en la punta de los dedos.
Ya no hace falta viajar a las bibliotecas o museos del mundo: podemos hablar con todo realismo de una gran «biblioteca mundial virtual». Está en el «ciberespacio», en el nuevo continente de la información, un «segundo piso» virtual ahí arriba, a un «clic» de distancia. Y se trata de una biblioteca democráticamente abierta a la participación de todos: quien lo desee puede poner su propia información a disposición pública mundial.
Ese «ciberespacio» es, más que una «autopista de la información» (imagen inadecuada, que evoca traslación a distancia) la nueva «plaza mayor» de nuestra «aldea mundial» (la global village de McLuhan, ahora hecha más real aún que entonces): donde se hacen presentes los ciudadanos, donde se conocen más públicamente, intercambian, comentan, comercian, se divierten, festejan...
En esa «plaza mayor» se fragua la vida pública de la ciudad. Por Internet hoy se da el mayor flujo de intercambios de información en el mundo. Por primera vez en la historia existen grupos de trabajo, de estudio, de intercambio científico, de diálogo sobre los más variados temas (newsgroups), servidores de lista, «conferencias»... que son «comunidades virtuales» de personas que están situadas a miles de kilómetros, pero que son realmente, gracias a internet, comunidad de trabajo, de diálogo, de intercambio.
Sin duda, estamos ante una verdadera «revolución» en el modo de tratar la información, la comunicación, la comunidad humana... incluso la militancia política: los rebeldes zapatistas, por poner un ejemplo bien simbólico, se comunican por internet; a mediados de mayo del 96, en unos momentos críticos, hicieron la experiencia de pedir respaldo a la sociedad civil con un plazo de 72 horas: recogieron por internet 2202 firmas y adhesiones no sólo de las principales personalidades del Continente, sino de las más variadas asociaciones, sindicatos, organizaciones, partidos, agrupaciones... de los cinco continentes. La revolución zapatista, la que Carlos Fuentes calificó como «la primera revolución del siglo XXI» también se hace por internet. «Mexpaz», servicio informativo sobre Chiapas que hemos anunciado varias veces en la Agenda, es una verdadera «agencia de prensa alternativa», ejemplo de lo que debemos hacer en muchas otras partes del Continente.
¿Qué pensar de todo este mundo de internet? Volvamos a las objeciones iniciales.
•Sí, a internet ha accedido antes el primer mundo, EEUU en concreto; los ricos antes que los pobres. Y es verdad que todavía muchos pobres hoy no tienen acceso a la telecomunicación básica. Más aún: aunque se les proporcionara toda la infraestructura, los 800 millones de analfabetos del mundo o los 120 millones de analfabetos funcionales de América Latina no podrían beneficiarse de una internet que fundamentalmente es alfanumérica. ¿Será esto argumento para no entrar en el mundo de internet? Nos parece más bien un argumento urgente para entrar y utilizar todas sus posibilidades poniéndolas al servicio de los pobres y de su Causa.
•La posibilidad de la adicción al computador y a internet en concreto es real, pero no más que la que se da con la televisión o cualquier otro «instrumento» tecnológico. La posibilidad de su mal uso se supera utilizándolo realmente como lo que es, como un «instrumento», al servicio de una Causa.
•Por lo demás, no se trata evidentemente de que cada persona disponga individualmente de conexión a internet, pero puede tenerla la asociación de vecinos, la escuela local, el centro popular, la iglesia, el amigo solidario mejor situado económicamente. Y el centro popular, podrá además no sólo recibir información y ponerla al servicio de los pobres, sino producir nueva información, difundir la voz de los pobres, participar activamente en esta nueva «plaza mayor» de la «sociedad civil».
En resumen (y habría mucho más que hablar): como dijimos en la Agenda’95 (p. 168), «¡es la primera vez en la historia en que la alta tecnología de la comunicación puede ser puesta al servicio de los pobres!». No desaprovechemos la ocasión.