Invitación del Cantar de los cantares a integrarnos al paraíso
Invitación del Cantar de los cantares
a integrarnos al paraíso
Elsa Tamez
Los poemas del Cantar de los Cantares son un canto a la creación de Dios, en el que el amor humano se deleita cobijado por la naturaleza e interactuando con ella. Se trata de un ecosistema armonioso en el cual se interconectan las flores, los arroyos, los animales, las colinas, los árboles, las frutas, las piedras preciosas y los humanos; ningún elemento puede existir sin el otro.
Es más, se puede percibir la belleza de la naturaleza a través de los cuerpos y sus emanaciones: ella es rosa entre los valles; sus ojos: palomas; sus mejillas, como dos gajos de granada, y sus pechos, como dos gacelas mellizas que pastan entre las rosas. Él es un manzano entre los árboles; un venado; su cabello es del color del cuervo y sus ojos como dos palomas bañadas en leche.
El porte de ella es como de una palmera y el aspecto de él como los cedros del Líbano.
El aliento de ella es perfume de manzanas y el paladar de él es dulcísimo.
También los labios de ella son dulces pues emanan miel y leche, escondida bajo la lengua.
De los labios de él, que son rosas, ruedan gotitas de mirra. La relación es recíproca entre los amantes.
Si se percibe la belleza de la naturaleza a través de los cuerpos humanos, asimismo se puede percibir la belleza de los cuerpos humanos a través de la natura. Si los labios del amado son como una rosa de donde ruedan gotitas de mirra, cada vez que se vea una rosa se pueden ver los labios de él dejando deslizar sus gotitas de mirra. O cuando se tenga el privilegio de ver dos gacelas mellizas pastando, veríamos a través de las gacelas los pechos de ella.
Esta relación es sumamente importante no sólo para el cuidado de la creación y del otro/otra, sino para situarnos en nuestro universo natural y reintegrarnos, desde lo profundo de nuestro corazón, a la naturaleza. No respetar, o acabar con la naturaleza, lo sabemos, es acabar con la vida humana.
El amor en el Cantar de los Cantares es poderoso, y este poder es reforzado por la naturaleza. Ésta está presente como un testigo privilegiado del amor, el cual llega a su culminación en la intimidad de los amantes. La hierba verde es el lecho, y los cedros y los cipreses las vigas y el techo (1,16b-17). Los vientos del norte y del sur soplan para esparcir el perfume del jardín que emana de ella (4,16). A la puerta hay toda clase de frutas, secas y recién cortadas, para compartir… (7,13). Allí en el campo, se pasa la noche entre flores de alheñas esperando el día para ver los brotes y botones de los viñedos, esperando que las flores de los granados ya hayan florecido. Justo allí es donde ella promete darle su amor (7,11-13). El manzano en el Cantar es testigo de la reproducción de la vida: allí, bajo el manzano, con todos los dolores del parto de su madre, nació ella. Allí él la despierta para seguir el ciclo de la reproducción de la vida. Por eso para ella él es como un manzano entre los árboles del bosque (2,3); a su sombra le gusta sentarse para comer de sus frutos. Por eso el aliento de ella despide perfume de manzanas (7,8) y las manzanas y las pasas son su dieta preferida para reanimar sus fuerzas y seguir amando (2,5).
Pero el amor no es sólo entre una pareja de enamorados y entre éstos y la naturaleza, como si se viviera aislados del mundo. Los amigos también celebran al amor (5,1), y las amigas se tornan en aliadas para cuidar de ellos (2,7; 3,5). Amor, celebración y cuidado son los ejes vitales sobre los cuales gira el mundo narrado poéticamente del Cantar de los Cantares. Todo tiene su ritmo y el medio ambiente es quien pone la pauta para las acciones. El cambio de estaciones, la ida de las lluvias, el arrullo de las tórtolas, el olor de viñedos e higos (2,11-13) anuncian el tiempo de cantar y podar. Romper el hábitat de nuestro paraíso es suicidio colectivo. Todos y todas somos parte de este equilibrio.
Y es que las amenazas están presentes a pesar de la armonía ecológica. Siempre va a ser así por la condición humana y de la naturaleza. Las amenazas ocurren tanto en la ciudad como en el campo. En el campo los agricultores amantes espantan a las zorras que quieren acabar con el viñedo (2,15); y en la ciudad, los soldados que la vigilan golpean a la joven que corre por las calles en busca de su amante. Le arrancan el velo con violencia (5,7) porque las armas no encajan bien con el amor. Cualquier interferencia mal habida en el ecosistema causa plagas, y toda conquista o defensa con las armas deshumaniza a quien las porta.
En el Cantar, la industria, actividad humana, está controlada; no ha llegado a ser perjudicial. Al contrario, es obra de arte para admirar, como las sandalias de la Sulamita (7,1) puestas para lucir sus pies; y la litera de Salomón para mostrar su esplendor. El cuello de ella es como torre de marfil, ella es hermosa como la ciudad de Tirsa y de Jerusalén (6,4). Las piernas de él son columnas de mármol, y su cuerpo tiene incrustaciones de zafiro. En estos poemas el progreso marcado por la actividad humana en la ciudad y el campo, va de la mano con la realización humana manifestada a través del amor. Ecológicamente, todos están integrados.
La única maldición que se asoma como peligrosa para romper el ecosistema es el dinero. Con éste se quiere comprar el amor; con dinero el rey Salomón manda a sus empleados a explotar el viñedo, por mil monedas de plata para cada uno. Sin embargo ambas acciones quedan condenadas al fracaso. Quien quiera comprar el amor con sus riquezas se vuelve despreciable, objeto de burlas (8,7). Y en cuanto a la explotación del viñedo por terceros, ella, la protagonista principal, le responde al mismo rey: «Las mil monedas son para ti, Salomón, y 200 para los guardianes; yo cuido mi propia viña» (8,12). Si el viñedo se refiere al harén de Salomón, y los empleados a sus eunucos, da igual, porque aquí en este poema todo se confunde por transferencias o reciprocidades intencionadas, relacionadas e integradas.
A pesar de las amenazas y de las ambiciones del poderoso para sobornar el amor, el Cantar apuesta a la prolongación de este ecosistema permeado de amor. Porque, por fe, afirma que el amor «es inquebrantable como la muerte» y «el agua de todos los mares no podrá apagar el amor». Es una llama divina.
Elsa Tamez
Medellín, Colombia