Invitación para decolonizar nuestras teologías y espiritualidades

 

Invitación para decolonizar nuestras teologías y espiritualidades, Marcelo Barros y Josías Vieira, Brasil

Nadie se asombre con esta invitación. De hecho, así como todo el sistema de educación y nuestra mirada sobre la vida, también las teologías y espiritualidades precisan ser decolonizadas. Y no se trata de asunto que se refiere apenas a religiosos/as. Las espiritualidades, o sea, el modo de dar sentido a la vida y vivir el amor más profundo, es desafío para toda persona humana. Todo camino espiritual se basa en una visión teológica, o sea, parte de una concepción de Dios, de mundo y de la vida. Y eso tiene mucha influencia en el modo de organizar la sociedad y las relaciones humanas. Todas las corrientes espirituales y teológicas nos fueron propuestas a partir del colonialismo. Por eso, todas precisan ser libertadas y rehechas. Para eso, es importante percibir como las teologías cristianas legitimaron la colonización. Así, estas tierras, que llamamos Brasil y América Latina, fueron alcanzadas con la prisión y objetificación, para no decir bestialización, de los cuerpos no blancos. Infelizmente, la teología que sustentó y legitimó la cristiandad occidental no fue apenas cómplice, como también participó de la tarea de transformar a los pueblos originarios y los nativos del continente africano en esclavos, legitimando el poder supremo del colonizador que pretendía representar a Dios.

Por tantos siglos y hasta hoy, las tradiciones espirituales de los pueblos originarios y de las comunidades afrodescendientes dieron fuerza de resistencia a las comunidades, víctimas del colonialismo. Sin embargo, en nuestros días, muchas veces, ellas también son obligadas a expresarse en lenguaje y categorías de las culturas dominantes. Conviven con cuestiones provenientes de la economía capitalista para sobrevivir. Además, es casi inevitable que, al expresar en libros la sabiduría propia de estas tradiciones espirituales, el lenguaje y la lógica todavía sean de la sociedad dominante. El colonialismo tiene muchas formas, niveles y disfraces, y tenemos que estar siempre alertas a eso. No obstante, como nosotros dos que escribimos en esta página somos ministros cristianos y hablamos con los pies y el corazón en América Latina, víctima del proyecto europeo de cristiandad colonial, pedimos permiso para centrar nuestra reflexión en las espiritualidades y teologías decoloniales cristianas.

Ustedes que aceptan nuestra invitación ¿quieren saber en la práctica como vivir espiritualidades y hacer teologías decoloniales?. Sin la pretensión de agotar el tema, proponemos algunos elementos y cuidados que nos pueden ayudar en este esfuerzo colectivo profético: Retomar el principio de que toda buena teología proviene de la praxis transformadora.

Desde la década de 1970, los teólogos de la liberación nos dicen que el primer acto es la praxis. A partir de ello, transcurre una elaboración teológica. Para una teología decolonial, la práctica ya tiene que ser anticipadamente anticolonial e, incluso, póscolonial.

En la década de 1960, desobedeciendo a la frecuente orientación conservadora de las jerarquías eclesiásticas, en América Latina y Caribe, cristianos de varias Iglesias participaron de movimientos sociales transformadores y se sumaron a la praxis revolucionaria. Pastores/as y teólogos/as pasaron a reflexionar sobre la fe, no sólo a partir de la obediencia sino también en la desobediencia civil. Las teologías profundizaron la dimensión evangélica de la protesta y de la rebeldía, y no más de la sumisión. Es necesario, hoy, volver a los fundamentos de esas teologías, construidas a contrapelo de la sociedad dominante y de las Iglesias. Fue así que surgieron teologías cristianas desde abajo, o sea, de los movimientos populares, del camino de los pueblos originarios y de las comunidades negras.

Deslegitimar las teologías coloniales de la cristiandad y de la neocristiandad, actualmente aún tan frecuentes en nuestros seminarios y púlpitos. Desde la celebración del 5º centenario de la conquista, en 1992, papas, obispos y autoridades evangélicas pidieron perdón a los pueblos originarios y a las comunidades negras por los pecados que cristianos del pasado cometieron contra estos pueblos. Algunos destacaron los pecados cometidos “por algunos hijos de la Iglesia”. Sin embargo, los que cometieron esos pecados fueron papas y obispos, representantes oficiales de la institución e hicieron eso porque la espiritualidad y la teología oficial no solo permitieron tales pecados, sino que también los promovían como necesidad de la misión. Pues bien, infelizmente, ese tipo de espiritualidad y de teología que legitimó la conquista, la esclavización y otros crímenes sociales, hasta hoy, persiste en muchos círculos católicos, evangélicos y pentecostales. La forma con que, hasta hoy, sectores de la jerarquía católica tratan a las mujeres no es por casualidad. La homofobia manifestada por numerosos padres, pastores y grupos cristianos tiene sus fundamentos en esa misma comprensión de la fe. El racismo religioso, responsable por agresiones y ataques a casas de rituales indígenas y terreiros afrodescendentes no derivan, apenas, de la ignorancia de religiosos fanáticos. El desprecio por la sacralidad de la tierra y la mercantilización de la naturaleza provienen de la misma fuente. Hay una teología y espiritualidad que legitiman esos crímenes. No se puede construir teología y espiritualidad decolonial sin desvelar la contradicción con el evangelio de Jesús que está presente en algunas espiritualidades y teologías aún vigentes. La fe en un Dios Amor exige una inter-pretación de la Biblia que sea amorosa, incluyente y que esté en función de la Vida, como Jesús propuso el sábado al servicio del ser humano y no lo contrario. Las teologías decoloniales empiezan por ser anticoloniales y se tornan pos-coloniales. De ese modo, se tornan decoloniales, porque parten de principios propios y autónomos.

Con colores, con bailes, olores y sabores del sur, abrazar a las teologías inscriptas en los cuerpos y hechas a partir de la corporalidad.

Abrazar el cuerpo de la mujer, el cuerpo indígena y negro, los cuerpos diferentes y bellos de las diversidades de género es la base de las teologías decoloniales que redescubren la belleza del erotismo, la espiritualidad del placer y la dignidad de las revoluciones que se proponen a restaurar la vida de las personas y del universo. Eso nos hace testigos de la acción del Espíritu Divino en el encanto de los espíritus del bosque (los Encantados), en la sabiduría de los ancestrales, en la fuerza de los Orixás y en la sonrisa negra e indígena de la vida.

Ese cuerpo, a ser abrazado, es el mismo cuerpo que las colonialidades del poder, del saber y del ser, descritas por Anibal Quijano, continúan optando por negar, por esclavizar, por herir. Sin embargo, es en ese cuerpo que, a partir del derecho que, como afirmaba Paulo Freire, cada sujeto tiene que decir su palabra, podemos danzar la danza de esperanzar con la espiritualidad que la acción del Espirito nos impulsa. Es en la dimensión del cuerpo de la tierra que ella se manifiesta en vida, aun gimiendo y esperando la manifestación de los hijos e hijas de Dios (Rm 8: 19-22). Es en la comunión del universo, su templo y morada (1 Cor 6:19; 3:16), que se manifiesta el amor que crea y recrea modos de manifestar su energía creadora. Así, creemos que el Amor Divino es siempre nuevo, a cada mañana y en este mismo momento, recrea el universo. Está en cada molécula y cada célula de la vida. Está con nosotros y en nosotros para restaurar relaciones y transformar el mundo. La regla es lo inesperado. Somos todos y todas, seres de esperanza y podemos soñar. En este sueño pueden entrar todos y todas. Si estamos en él es porque fuimos marcados por el amor mayor. Para nosotros, que escribimos estas líneas, Jesús de Nazarét es el que nos abre el corazón y nos envía para la decolonialidad, y para ser testigos de la ternura divina del Espíritu presente en la diversidad de las culturas y de las religiones, como en todo movimiento por la Liberación y por la Vida. Así, aún de forma inacabada, invitamos a usted a completar este camino, porque se trata de construcción colectiva. En la esperanza de que usted, que nos lee, atienda esta invitación: la decolonización de nuestras teologías y espiritualidades se materializa en el terreno de la vida real, donde el amor se materializa y nos permite ver los rostros y oír las voces de la multitud de hermanos y hermanas que el colonialismo intentó silenciar.