Juventud, política y posmodernidad
Juventud, política y posmodernidad
Jorge Boran
En el siglo XVII, en una época de monarcas absolutistas, algunos filósofos europeos, de modo especial el filósofo inglés John Locke, enseñaban el concepto de gobierno por consentimiento y la creencia de que todas las personas están dotadas de ciertos derechos que los gobernantes no pueden transgredir. Eran ideas nuevas y subversivas. Jefferson, uno de los promotores de la revolución estadounidense, fue el primero en llevar a la práctica estas ideas. Hoy la mayoría de las constituciones de los países declara que todo poder emana del pueblo y en su nombre es ejercido.
Celebramos más de cincuenta años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en la que treinta derechos básicos y esenciales fueron proclamados. Fueron abolidos los derechos divinos de los reyes, aunque todavía aparezca de vez en cuando algún dictador que quiere atrasar el reloj de la Historia. Hay una nueva conciencia de humanidad. Somos ciudadanos, ya no somos súbditos. Los gobernantes son nuestros empleados. Podemos contratarlos y despedirlos. Somos sujetos de la Historia, no pobres diablos condenados a repetirla y a sufrir en silencio los efectos de un mundo organizado de modo injusto.
Esa conciencia, sin embargo, no es automática. Se trata de una conciencia que siempre necesita ser conquistada de nuevo y retrabajada. La conciencia de quien es súbdito es más cómoda. No necesita pensar en correr riesgos. Por eso, hoy, la tarea de desarrollar la conciencia política en medio de la juventud es más difícil que en otras épocas. Algunas investigaciones apuntan a una nueva generación de jóvenes en que la mayoría está despolitizada, a diferencia de los años 80. Se dan diferentes motivos. En la década de los 90 acontecieron cambios que estremecieron el mundo. En noviembre de 1989 cayó el muro de Berlín, símbolo del fin del socialismo real. El modelo de capitalismo neoliberal, con sus propuestas de privatización de las empresas estatales y el distanciamiento del Estado del juego del libre mercado, se presentó como vencedor. Paralelamente hubo un cambio cultural. La posmodernidad se fortaleció y acentuó la centralización de las emociones y de la subjetividad. Las utopías entraron en crisis y necesitan ser repensadas. Pero sin una utopía no se moviliza el pueblo para reivindicar sus derechos de ciudadanía.
Los jóvenes frecuentemente confunden la política con la politiquería. Son influenciados por los políticos elegidos por el pueblo que usan la política para el tráfico de influencias, la distribución de privilegios y el asalto al dinero público, desencadenando así tremendos niveles de corrupción. También confunden la política con la política partidaria. Hay dificultad de entender la política en el sentido más amplio de preocuparse y trabajar por el bien común.
En nuestra experiencia de trabajo en la Pastoral de la Juventud en el Brasil y América Latina enseñamos la necesidad de hacer una conexión entre lo micro y lo macro del proceso en que el joven está inserto. Podemos visualizar la relación como sigue.
Dos modelos
La cultura contemporánea empuja a los jóvenes a una preocupación casi exclusiva por las cuestiones personales: la autoestima, la autorrealización, los problemas individuales, el grupo de amigos… El mensaje puede ser presentado en dos modelos.
En el modelo sicológico, el mensaje es presentado en una forma que toma en cuenta las características específicas del desarrollo de los jóvenes. En este modelo, las relaciones personales son el enfoque central. Todavía más, este modelo ofrece a los jóvenes conocimientos valiosos para enfrentar los problemas sicológicos, pero no los prepara para enfrentar los problemas sociales en su medio. Las soluciones para la pobreza –en el caso de que sean consideradas- siguen la línea de aliviar síntomas más que de atacar las causas. Muchos movimientos y pastorales caen en la tentación de trabajar solamente en el micro nivel y se olvidan que el mismo joven está situado dentro del macro nivel, donde es necesario trabajar la cuestión de ciudadanía.
En el modelo sociológico el énfasis se coloca en el papel histórico de la Iglesia, el de transformar la sociedad. Eso significa superar una visión ingenua del mundo. Las estructuras políticas, económicas y sociales son vistas como responsables del crecimiento de la pobreza y condicionantes de los modelos de comportamiento y de los valores. Es el problema de la concentración de la renta en manos de unos pocos y la impunidad de los poderosos. Dentro de cada país hay otro país de miserables, cuyos derechos a la ciudadanía son negados en la práctica. Dentro de la actual coyuntura latinoamericana tres metas ganan prioridad: la erradicación del hambre, el respeto real de los derechos humanos para todos y el desarrollo sostenible que garantice calidad de vida a la población y respete la ecología. También gana fuerza la conciencia de establecer políticas públicas para la juventud –considerada como uno de los grupos más marginados- en las áreas de educación, empleo, salud, vivienda, seguridad, participación, cultura y ocio.
La construcción de una sociedad más fraterna es posible en la medida en que cambiemos las estructuras -las reglas del juego- que ocasionan la pobreza. En un mundo global necesitamos globalizar la solidaridad. El cambio personal es también fundamental, pero no puede ser separado del cambio estructural. El primer modelo da la prioridad a las relaciones humanas (modelo sicológico), y el segundo modelo (sociológico) a la justicia social.
Hay conciencia de que el trabajo con jóvenes no puede limitarse a escoger uno u otro de los modelos, lo que frecuentemente acontece. Los dos suministran herramientas importantes para el trabajo de formación y concientización de los jóvenes. Ambos ayudan a mantener un equilibrio entre lo individual y lo social. Un modelo de trabajo con jóvenes que priorice las relaciones humanas –con la exclusión de la justicia social- aliena y saca al joven del mundo real, y refuerza la actitud del súbdito y no del ciudadano. Por otro lado, en el presente contexto cultural, un modelo que priorice la justicia social -con la exclusión de las relaciones humanas- no funciona, no consigue atraer y movilizar a los jóvenes.
El secreto está en el punto de partida. En los años 80 era posible movilizar a los jóvenes comenzando con lo social. Hoy no. Es necesario partir de las aspiraciones y preocupaciones del joven real para poder dar otros pasos. Asesores adultos formados en los años 80 que no toman en cuenta los cambios culturales habidos, tienen dificultad para entender por qué sus esfuerzos fracasan. Tienden a concluir que el problema está en el joven que “no quiere saber nada de nada”, y no en la metodología empleada.
Gradualidad
El proceso de concientización política del joven debe tomar en cuenta el principio pedagógico de la gradualidad. La concientización del joven pasa por procesos grupales que son graduales y que pasan por etapas. Esas etapas son metas a ser alcanzadas, y horizontes a ser ampliados, pasando por el descubrimiento del grupo, de la comunidad, del problema social, de la organización más amplia, de las causas estructurales y finalmente llegando a un compromiso más duradero con el cambio social. Hay una multiplicidad de pequeñas acciones en que los jóvenes se involucran en esta fase, que va desde el trabajo directo con los más necesitados hasta la promoción de debates y reflexiones sobre programas y candidatos en unas elecciones. Hoy la red (internet) se vuelve un aliado importante. Los jóvenes viven conectados entre sí por la red. En los grupos de debate (yahoo grupos Orkut) discuten las cuestiones sociales y intercambian textos que tienen el efecto de crear conciencia. El acompañamiento sistemático de los grupos de jóvenes en las comunidades es crucial.
Concluimos reafirmando el potencial renovador y transformador de la juventud. Continúa válida la afirmación de Puebla de que el papel de los jóvenes es el de dinamizar el cuerpo social. Cuando hablamos de la despolitización de la juventud no estamos hablando de toda la juventud. Estamos hablando de tendencias. En los movimientos sociales y partidos políticos, un porcentaje significativo de jóvenes continúa enganchado. El desencanto ante la política, a veces, es causado por la dificultad de encontrar espacios adecuados: las formas de participación presentes en la sociedad y en el Estado son percibidas por los jóvenes como muy distantes de su realidad cotidiana. Los jóvenes tienen una característica diferente de los adultos; dependiendo de las influencias, pueden cambiar rápidamente.
La diferencia hoy es que el proceso de concientización y de asociación es más lento que en otras épocas.
Si empleamos la metodología adecuada para penetrar la armadura del materialismo y del individualismo presente en la sociedad de hoy, encontraremos el mismo joven de otras épocas: un joven idealista y dispuesto a abrazar una Causa que despierte lo que de más noble hay en el ser humano.
Jorge Boran cssp
CCJ, São Paulo