La alternativa socialista
LA ALTERNATIVA SOCIALISTA
Jordi COROMINAS
El colapso de los regímenes socialistas llevó a declarar que no hay alternativa al sistema capitalista. Hay que reconocer que la gran contraofensiva desencadenada en la década pasada por las fuerzas del capital contra los movimientos revolucionarios triunfó. Buena parte del pensamiento vinculado a la clase trabajadora y a los movimientos antiimperialistas se encuentra en crisis y muchos de los sobrevivientes están deprimidos o desorientados. Los que se benefician del sistema duermen ahora más tranquilos. Con todo, no podemos decir que la esperanza haya desaparecido: hay muchas personas que luchan en su quehacer cotidiano y, por más oscura que encuentren cualquier alternativa al sistema, son proclives a buscarla. En este panorama, un libro como el de David Schweickart (Against capitalism, Westview Press, Colorado, 1996, 376p) suscita un debate necesario que queremos presentar.
Más allá de la crítica al sistema, ¿hacia dónde queremos empujar el mundo y cómo? No basta con mostrar que el capitalismo es, en sus operaciones diarias y en su cuerpo teórico, un sistema económico intrínsecamente injusto, y enmudecer ante la lacónica pregunta de sus defensores (“pero ¿cuál es tu alternativa?”). Hoy es evidente que negarse a pensar una alternativa es más una rémora que una ventaja en la articulación de las fuerzas de cambio. Primero, porque en este siglo han habido muchos experimentos socialistas que no sólo han sido un fracaso, sino una auténtica barbarie, y por tanto en la actualidad no podemos comprometernos ciega-mente con ninguna causa sin discutir sobre lo que funciona y lo que no. Y segundo, porque sin dibujar más o menos una alternativa, no se ve qué estrategias se pueden seguir que alejen del sufrimiento y de la muerte a las mayorías de la humanidad.
Característica de la democracia económica (o alternativa socialista a toda reforma del sistema capitalista que nos propone Schweickart) es la autogestión de las empresas por parte de los trabajadores, en democratizarlas de manera que cada trabajador tenga un voto y pueda elegir sus gerentes, dirigir su empresa, organizar el centro de trabajo, exigir disciplina, renovar las técnicas de producción y establecer las cuotas de producción. En este modelo socialista el colectivo se reparte los beneficios según un criterio establecido democráticamente y elimina la plusvalía (explotación) y el trabajo como mercancía (enaje-nación), desde el momento en que el trabajador comparte el poder, los beneficios y los riesgos de la empresa. Otra característica consiste en la persistencia de los mecanismos del mercado para establecer los precios y el valor de los salarios evitando con ello la ineficacia de la burocracia, la irracionalidad de la sobrecentralización y la acumulación de poder en una élite. La tercera característica sería el control social de la inversión para frenar la anarquía de la producción capita-lista.
Para el capitalismo no hay mecanismo mejor que el mercado libre para establecer el verdadero precio de las cosas, disciplinar la mano de obra, localizar el trabajador allí donde es más conveniente, minimizar los gastos materiales y favorecer el uso de tecnología apropiada para la producción. El socialismo autogestionario o democracia económica no se opone al mercado, sino a la falta de libertad y de democracia del mercado.
La democracia económica corrige una de las principales ineficiencias del capitalismo: los esfuerzos y el capital que literalmente se tira a la basura con el fin de favorecer a toda costa las ventas. En un mundo donde la mayoría tiene tan poco y hay tanta miseria y degradación ambiental no deja de ser chocante que se dedique tanto tiempo, inteligencia y capacidades a persuadir a aquellos que ya consumen demasiado a que consuman más. En EEUU el dinero gastado anualmente en marketing supera el gasto de gasolina, aceite y carbón. e iguala a lo que se gasta en defensa: 300 billones de dólares anuales. En la democracia económica, al contrario, se huye de la venta irracional y se incentiva y promueve consumir menos y gozar de más tiempo libre. El ocio es la alternativa al aumento absurdo de las ventas.
Es una paradoja más del capitalismo: que se considere a la gente capaz de elegir a representantes que pueden decidir impuestos, arbitrar leyes y declarar guerras, e incapaz para elegir a sus jefes en el trabajo y para tomar decisiones en aquello que más conocen, su propia empresa. La democracia económica permite debatir y resolver los problemas antes de que lleguen a un punto crítico. La posible pérdida de tiempo en la toma de decisiones democráticas, en realidad es ganancia para la empresa y siempre se puede mejorar con sistemas democráticos más ágiles.
Mientras aun en el capitalismo ideal es imposible el pleno empleo, en la democracia económica no. Una empresa autogestionaria puede contratar siempre más trabajadores reduciendo las horas de trabajo, mientras la empresa privada no tiene tendencia intrínseca a reducir drásticamente la jornada laboral si no aumentan con ello los beneficios de la empresa. Normalmente se arguye que el pleno empleo favorece la burocracia y limita la iniciativa, la creatividad y la disciplina de la mano de obra, pero en la democracia económica la gente gana según la competitividad de la empresa. No desaparecen ni la competitividad empresarial ni los despidos de trabajadores ineficientes o irresponsables, ni el cierre de las empresas cuando éstas fracasan.
La democracia económica también parece mucho más capaz de hacer frente a los retos ecológicos, pues los trabajadores controlan la tecnología, tienden más a vivir cerca de la empresa y no sienten la necesidad imperiosa de crecer. Según parece, una vez cubiertas las necesidades básicas, el aumento en el nivel del consumo no implica mayor felicidad. Incluso podría ser que el exceso de consumo y de aparatos fuera parte del problema de aburrimiento, soledad y vacío que padecen las sociedades ricas. ¿Acaso no es mejor tener tiempo para los amigos, para desarrollar habilidades, leer, visitar lugares, que aumentar el consumo? En el capitalismo es imposible llegar a un estado de crecimiento estacionario porque si en algún momento los consumidores no continuaran comprando más, si estuvieran demasiado satisfechos, provocarían una grave crisis.
La democracia económica favorece más la justicia y la igualdad que el capitalismo. Téngase en cuenta que en EEUU la diferencia media entre el salario de un jefe ejecutivo y el salario medio de la nación es en la actualidad de 85 veces, mientras que en las cooperativas Mondragón es de 6. En la democracia económica subsiste la desigualdad, pero no se permiten los extremos ya que en ella es imposible que haya superricos ni ingresos que no sean ganados trabajando, es decir, con algún tipo de labor productiva, ya sea física o mental.
No se trata sólo de mostrar que no existe justificación ética ni económica para el capitalismo, y que si éste persiste no es porque no haya una alternativa socialista más viable sino porque aquellos que más se aprovechan tienen mucho poder para evitar la emergencia de cualquier orden nuevo, sino que, además, se trata de ver con claridad que no es inevitable históricamente, y que el mismo planteamiento de un orden alternativo viable puede ser un magnífico detonante para elaborar estrategias y aglutinar fuerzas capaces de empujarlo. De hecho, aunque resulte bastante difícil una transición abrupta del capitalismo a la democracia económica, se puede de momento realizar múltiples acciones que den perfiles más defin-dos a lo que hoy se encuentra en estado embrionario.
David Schweickart destaca la promoción de empresas democráticas en todo el mundo. Si en el primer mundo la principal dificultad es la competencia, en el tercero suele ser la falta de formación y de hábitos de responsabilidad, pero en todas partes hay experiencias cooperativas exitosas. Señala también la presión para que las empresas capitalistas sean más participativas, reconozcan el derecho a inspeccionar los beneficios de la empresa y a tener representantes en la junta de directo-res, y favorezcan el trabajo en equipo, la calidad del trabajo y la reducción del horario laboral. Del mismo modo que los movimientos feministas han denunciado que no se puede ser revolucionario en la calle y machista en casa, y que ha sido un vicio bastante común de la izquierda defender las causas justas fuera y tolerar la injusticia en casa, la democracia económica nos exige acercar nuestros hábitos cotidianos laborales a la alternativa defendida, e integrar la lucha política en el día a día. Es necesario revitalizar el movimiento sindical democrático, porque aunque históricamente se ha opuesto a programas cooperativos considerando que rompían la solidaridad de clase, sin una gran fuerza sindical es imposible avanzar hacia la democracia económica. Todo lo que toque las raíces mismas del capitalismo tendrá que enfrentarse con podero-sos intereses. Un movimiento recio, comprometido e inteligente de ámbito mundial es indispensable para desafiar a una clase dominante tan potente. Pero que el éxito no sea fácil no significa que no se pueda dar. Hay fuerzas que pueden empujar estos cambios, alternativas viables y esperanzas razonables.