La biblia y la ecología integral
La biblia y la ecología integral
¿Caos opresor, o relaciones para el buen vivir?
Juan Bosco Monroy
«En el principio creó Dios los cielos y la tierra… La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas» (Gen 1,1-2)
Así comienza el relato de la creación en el libro del Génesis. En estos relatos míticos del primer libro de la Biblia, la acción creadora de Dios no consiste en sacar cosas de la nada como si fuera un mago sacando conejos del sombrero. No es que no hubiera nada y Dios comience a hacer aparecer cosas, como nos han enseñado a pensar. Si había… había caos… y confusión… y oscuri-dad… la obra creadora consiste, más bien, en proponer un orden frente al caos.
El caos no es fruto de la casualidad; es fruto de un sistema social, económico-político, que lo provoca y lo mantiene. El Génesis se escribe, probablemente, durante la dominación griega (otros lo sitúan durante la dominación persa). Son mitos para encontrar y dar sentido al caos que produjo el imperio griego en la vida del pueblo. Estos relatos míticos, no son narraciones científicas del origen del universo, como equivocadamente nos han enseñado, sino relatos míticos que explican lo que estaba pasando durante la dominación imperial y cómo vivir frente a ella.
En los primeros tres capítulos encontramos dos propuestas diferentes de cómo vivir y cómo situarse frente a la realidad. No son «historias» que suceden una después de la otra, sino «propuestas» distintas de la construcción de la vida y la sociedad.
La primera propuesta (caps. 1 y 2) es «la que viene de Dios»; es decir, la que nace de una determinada experiencia de la divinidad que este pueblo ha vivido desde la experiencia del éxodo, en la que nacieron como pueblo para la libertad y la vida. Por eso se expresa como «la obra que Dios hace» o «la palabra que Dios dice».
Esta propuesta tiene como núcleo la relación, la articulación, la convivencia. Aparecen cuatro relaciones esenciales con un solo estilo o esencia: la armonía. En realidad es una sola postura frente a la vida que se vive en cuatro niveles diferentes pero articulados entre sí. Una relación con la divinidad en la que el ser humano entabla relaciones de confianza, de Padre–hijo: la divinidad está presente en medio del jardín, no es un poder amenazante sino un amor cercano, y el ser humano conversa con ella para encontrar el sentido de su vida.
Una relación con los otros seres humanos en términos de fraternidad/sororidad, vividas en la igualdad. Somos carne y hueso unos de otros; ayuda mutua adecuada; complemento, costado, costilla, al mismo nivel.
Una relación con el cosmos, con la naturaleza, vivida en una dinámica de cuidado mutuo, de respeto y de justicia. Somos Adam, hijos de Adama, la tierra fértil, y se nos regaló aliento de vida. Somos responsables del cuidado de esta tierra que primero nos cuidó a nosotros, para que pudiéramos nacer y ser. Lo que nos hace ser imagen de la trascendencia es ser cuidadores de la vida en medio de la vida.
Una relación con nuestro propio ser vivida en la dinámica de la autenticidad y la libertad. Reconociéndonos en nuestro propio ser con todas nuestras potencialidades y límites.
La otra propuesta (cap. 3) es la que viene del poder; es la propuesta del poder que encarnan los imperios. «La serpiente», el más astuto de los animales, es símbolo frecuente de los faraones, de los emperadores en el mundo egipcio, babilonio, persa y griego. Este capítulo presenta el «caos», una propuesta diferente a la anterior y que se orienta en sentido contrario: en vez de la armonía, la dominación. El varón domina a la mujer y la destruye; el ser humano domina a la naturaleza y la convierte en desierto; el ser humano se somete a sí mismo, ansioso de poder, y se destruye en múltiples intentos de ser lo que no es a través del poder.
Los capítulos 1 y 2 nos presentan una propuesta que va en la dinámica de lo que hoy llamamos ecología integral y que aparece como alternativa al caos causado por los imperios. En ese sentido estos textos cobran actualidad para nosotros y nosotras. Si frente al caos provocado por el imperio griego surge esta propuesta de interrelación armónica como fruto de la experiencia de la divinidad, ¿cuál puede ser la propuesta de ecología integral que surja hoy desde nuestra experiencia de la divinidad frente al caos del imperio neoliberal? O expresado de otra manera: ¿a qué modelo de relaciones ecológicas integrales nos compromete nuestra fe frente al proceso de destrucción de toda la vida y el cosmos que ha desatado el modelo neoliberal?
En esta misma perspectiva se orientan los llamados «textos mesiánicos» o propuestas de salvación. La salvación para el ser humano y su colectividad no consiste en un Dios que baja del cielo para sacarlo de esta vida y llevarlo al cielo, sino en una «palabra», un proyecto que empapa la realidad entera y la hace fecunda (Is 55,10-11); son ramas que brotan de la misma tierra (Is 11,1); hijos que nacen de la misma humanidad (Is 9,6), y que generan un nuevo modo de convivencia armónica en el que los árboles y los humanos viven largos años (Is 65,20); los seres humanos y los animales conviven pacíficamente (Is 11,6-8). Las relaciones sociales, económicas y políticas están construidas sobre la justicia y el derecho (Is 65, 21-23) y el poder está al servicio de la vida, y es eliminado el poder que genera relaciones de dominación (Is 9,1-6).
Las imágenes sobre desiertos convertidos en vergeles, de ríos que fluyen para dar vida, de cosechas que alimentan y de pueblos que conviven, de relaciones armónicas que generan vida, son constantes, y marcan toda la propuesta que atraviesa el texto bíblico de principio a fin.
También la encontramos en el Nuevo Testamento. Un ejemplo claro está en la visión de Pedro (Hech 10,9-23). Frente a una postura excluyente y de dominación en la que alguien se considera superior, él realiza una experiencia diferente de la trascendencia que le hace comprender que quien excluye a otro cualquiera, en realidad se está excluyendo a sí mismo de la gran mesa de la vida, y esto no lo puede justificar en nombre de Dios. La experiencia de relación con la divinidad, cuando es auténtica, lleva a una postura de relación con toda la vida, en términos de inclusión y autoinclusión en condiciones de igualdad.
En la actitud de Jesús de Nazaret, trasluce esta misma dinámica que podemos encontrar en las parábolas y en las «señales» (milagros) con los que trata de hacernos sentir su propuesta. Toda su propuesta del «Reino» está llena de la inclusión, la relación que genera una sociedad y una vida en la que «la vida abundante es para todos y todas» (Jn 10,10). Por eso, es más importante la capacidad de relación que la observancia de leyes que hacen sentirse superiores (Lc 7,36-50); es más importante el encuentro que la obediencia (Lc 15,11-32); es más importante que los bienes de la creación se distribuyan con justicia para saciar el hambre de todos y no para la acumulación de algunos que oprimen (Mc 6).
La alternativa que descubríamos al principio en los relatos del Génesis, se repite constantemente; entre el modelo egipcio y el de la confederación de tribus; entre el modelo monárquico de Israel y el modelo profético; entre los que regresan del exilio y los que quedaron en Israel; entre el modelo de la Pax Romana del imperio y el modelo de Jesús y las comunidades. Constantemente nos enfrentamos a la necesidad de optar entre un modelo ecológico integral, o un modelo excluyente y depredador. ¿Cuál es el modelo que le da sentido a nuestra vida y que nos guía al construir el sistema social?
La propuesta fundamental de los textos bíblicos es la propuesta de vínculos, interrelaciones, en función de una «vida abundante». Con otros términos, pero con la misma dinámica: se orienta en la línea del Sumaq Kawsay de nuestros pueblo andinos; el buen vivir que pasa por el buen convivir.
Somos parte de un «gran todo» dentro del cual nos movemos y somos. Es una «relación de todo con todo», igual que sucede en nuestro Sistema Solar, y en el infinito Universo que nos sostiene.
Los textos bíblicos no se orientan al más allá, sino al más acá; no se orientan a una salvación que viene del cielo y lleva al cielo, sino una nueva manera de vivir que permite el crecimiento de la vida cada vez más abundante.
Juan Bosco Monroy
Lima, Perú