La contribución invisible de las mujeres
La contribución invisible de las mujeres
PNUD’95
La subvaloración del trabajo de la mujer se refleja en la falta de reconocimiento de su contribución. El debate debe abarcar la igualdad en las recompensas así como la igualdad en la oportunidades.
¿Hay alguna razón que requiera que se valore solamente el trabajo de mercado y una razón para que el trabajo tenga un valor de cambio, no tan sólo un valor humano, a fin de que pueda ser reconocido en términos económicos?
Es preciso contrarrestar la idea de que, para ser valorada, la actividad humana debe tener siempre asignado un precio de mercado. Muchas de las cosas que hacen a la vida digna de ser vivida no tienen precio. No estamos propugnando que todas las actividades dentro de una familia o una comunidad sean monetizadas para que se les dé un suficiente reconocimiento. La mayoría de esas actividades tienen un valor que excede en mucho cualquier valoración económica.
No obstante enfrentamos un dilema: al no asignar una valuación económica a esas actividades, se corre el riesgo de subestimar gravemente la contribución de la mujer. No es posible recompensar ni reconocer adecuadamente la carga de trabajo que absorben las mujeres. En verdad, al no valorar la mayor parte de su trabajo, se reduce a las mujeres virtualmente a entidades inexistentes en la mayoría de las transacciones económicas, como la propiedad de bienes o la falta de garantías para préstamos bancarios. Dado que en la sociedad contemporánea es tan frecuente que la condición de una persona se equipare a su capacidad de obtener ingresos, las mujeres padecen una grave subvaluación de su condición económica. Esto ocurre, pese a que las mujeres absorben una mayor proporción del total de la carga de trabajo y a pesar del hecho de que el trabajo masculino remunerado en el mercado es a menudo el resultado de una “producción conjunta”, gran parte de la cual tal vez no sería posible si las mujeres no se quedaran en su casa cuidando a sus hijos y atendiendo el hogar.
¿Cómo podemos reconocer esta realidad sin propiciar un valor de cambio para todas las actividades no monetizadas y sin propugnar un cambio radical en la manera en que las familias organizan su trabajo? Algunos países están encarando esta cuestión mediante “cuentas satélites” en las que se registra el trabajo no monetizado, particularmente el que realizan las mujeres. A escala mundial, también puede hacerse algunas estimaciones a grandes rasgos para poner de manifiesto el problema. Si esas actividades no remuneradas se consideran transacciones de mercado y se aplicaran a ellas los salarios corrientes, arrojarían enormes valuaciones monetarias: la asombrosa y enorme suma de 16 billones (16.000.000.000.000) de dólares, o un 70% más para el importe oficial estimado del producto mundial, de 23 billones de dólares. En esa estimación se incluye el valor del trabajo no remunerado realizado por mujeres y hombres, así como el valor de la sub-remuneración del trabajo femenino, con los salarios predominantes. De este importe de 16 billones de dólares, 11 billones de dólares representan la contribución no monetizada e «invisible» de las mujeres.
La monetización del trabajo no comercializado de las mujeres es más que una cuestión de justicia. Atañe a la condición económica de las mujeres en la sociedad. Si se valora correctamente el trabajo no remunerado de la mujer, es muy posible que en la mayoría de las sociedades se pusiera de manifiesto que las mujeres son el principal sostén del hogar -o al menos un sostén en igualdad de condiciones- dado que dedican al trabajo más tiempo que los hombres.
Si se reconociera cabalmente la necesidad de recompensar el trabajo no comerciable, las repercusiones sobre la manera en que se estructura la sociedad serían revolucionarias.
En casi todos los países, las mujeres aportan casi tanto trabajo total como los hombres y en muchos países su contribución es superior. Pero las mujeres reciben una proporción mucho más pequeña de los bienes y servicios producidos por el conjunto del trabajo humano.