La desigualdad en la Biblia

La desigualdad en la Biblia

Gonzalo M. de la Torre Guerrero


1. Entender la historia humana, para comprender la historia bíblica. La Biblia no hace teoría de la igualdad. Simplemente pone a actuar al ser humano, y es éste quien demuestra su capacidad de ser humano por su posibilidad de ejercer la igualdad, y su capacidad de llegar a ser peor que un animal, porque puede implantar la desigualdad. La igualdad, por lo mismo, no es el punto de partida humano. Lo es más bien la desigualdad, ya que todo ser humano debe combatir su natural tendencia al uso del poder, para lograr ser verdaderamente humano.

Esto mismo nos lo dice la ciencia, al responsabilizar a nuestros cerebros reptílico y límbico (herencia animal) de los actos abusivos de poder, causantes de la desigualdad. Si logramos que estos dos cerebros actúen bajo la guía de nuestro tercer cerebro, el neocórtex, lograremos conformar una sociedad igualitaria. Pero todos sabemos que esto sólo lo conseguimos a medida que nuestro tercer cerebro se desarrolla y toma el mando de nuestro comportamiento, que poco a poco se va haciendo humano. Ésta es la razón por la cual la igualdad es una meta y no un punto de partida. Ella es señal de que llegamos a un grado significativo de madurez humana.

Lo anterior nos indica que la construcción de igualdad y solidaridad es un patrimonio y un deber de todas las culturas y no un don particular de alguna cultura privilegiada por Dios, como suelen afirmar las grandes religiones del planeta. Tampoco hay motivos para afirmar que hay Dioses y Diosas más propensos a la igualdad que otros, puesto que el modo de percibir la divinidad depende siempre de las cualidades que le ponga la cultura que la hace suya. Dios es la expresión de lo que el ser humano es socialmente.

La igualdad depende de la actitud que en determinado momento de la historia asuman las personas o las instituciones. Cultura, nación, religión, institución o persona, se pueden «ir haciendo más igualitarias» en la medida en que descubran el valor de la igualdad en su proceso de humanización, y estén dispuestas a sacrificar por ella cualquier tipo de interés.

La tendencia que comprobamos en la historia es que el ser humano llega a valorar la igualdad cuando es víctima de la desigualdad. Y se nos narra cómo la colectividad humana, amenazada por animales más fuertes, disfruta de cierto grado de igualdad en el tiempo del paleolítico, cuando está bajo la sociedad «matrística» liderada por sus «Diosas madres de la Vida», que con sus cuerpos desnudos y sus vientres y senos manifiestos, protegen las vidas que van a nacer y llaman a la sociedad a ser solidaria e igualitaria.

Al mismo tiempo, tenemos también el ejemplo del Neolítico, cuando la desigualdad se acentúa, para que unos pocos sean felices. El Neolítico es el tiempo en que la sociedad se organiza de acuerdo a su capacidad de acumulación de bienes: hay excedentes económicos, gracias al sedentarismo que transforma la agricultura, se autoriza al poderoso a que se apropie de dichos bienes y que imponga tributos a sus conquistados o los reduzca a la esclavitud. La humanidad, en el Neolítico, vuelve a la ley del más fuerte, haciendo suya la ley que prima en el reino animal.

2. El mundo bíblico bebe del mundo global… Israel, como nación, nace después del Neolítico, hereda sus características de sociedad verticalista y obligatoriamente servil, basada en una economía tributaria, un ejército que defiende al monarca y sus intereses, y una religión que bendice ante el pueblo este modelo de sociedad desigual. La Biblia detalla, en la historia de los hijos de Caín, otras situaciones de poder que agravan la desigualdad ya implantada por el Neolítico: la ciudad (Henoc), la ambición (Metushael), la violencia y el machismo sin control (Lámek), el dinero (Yabal), la cultura vendida (Yubal), y las armas (Tubal Caín).

Israel, hijo del neolítico, vive y es víctima del modelo de sociedad desigual que impera en el Oriente Cercano y Medio. Por eso vemos que aplica a Egipto y a las naciones vecinas la ley del más fuerte: el que gana la guerra, dispone de la vida del otro, el que pierde la guerra, queda eliminado o convertido en esclavo. Es decir, el ser humano, a partir del tiempo del Neolítico, en la disputa por los bienes de la tierra, inventa un modelo de sociedad desigual y crea los Dioses de la Guerra que la respaldan, justificando en su conciencia la existencia de una sociedad desigual.

La historia de Israel se va tejiendo entre propuestas de igualdad y pecados de desigualdad. La Biblia está llena de estos relatos, agrupados en torno a personas y a instituciones: patriarcas, reyes, profetas, líderes, tribus, templo y sinagoga... todo va desfilando con realismo y crudeza. Pero precisamente estas historias (algunas dolorosas y sangrientas y otras llenas de dignidad y de idilio) se narran con la finalidad de que sirvan de escarmiento o de aliciente para dar el paso hacia la humanización, una de cuyas manifestaciones más claras es la igualdad.

Cuando Israel toca fondo en la opresión bajo Egipto, palpa la diferencia de vivir bajo un modelo de desigualdad o igualdad social. Maldice la primera y lucha a muerte por la segunda. Tiene éxito, bajo la conciencia de adorar a un Dios Liberador, amante de la igualdad. Y degusta un camino de igualdad bajo la retribalización, que es la recuperación de los valores culturales de las tribus, expresiones de igualdad cultural, como la circuncisión, el goelazgo, la pascua unida a la liberación, las fiestas agrícolas, etc… Sin embargo, cae en la trampa del poder y reimplanta la monarquía bajo Saúl, David y Salomón, todos ellos afianzadores de la desigualdad… Ante ello aparece el profetismo, defensor de la igualdad social basada en la valoración de los pobres, oprimidos y excluidos, que son la clave del juicio que el profeta realiza contra los malos gobernantes, gestores de la desigualdad…

Las grandes etapas de la desigualdad se cierran con la destrucción del Reino del Norte (Israel, año 722 aec.) y del Reino del Sur (Judá, año 587 aec.). Judá, que se cree invencible por la protección de su Dios Yahveh, queda incendiado, destruido, saqueado, sometido a tributo y desterrado. La conciencia de Israel de nuevo toca fondo y se convence de que el destino del ser humano no es el de la desigualdad, que acarrea sufrimiento y muerte, sino el de la igualdad. Y llega a la conclusión de que la desigualdad (el avasallamiento, la ley del más fuerte, la ley de la animalidad) no puede ser el proyecto que Dios tiene para la humanidad y para su pueblo. Por eso, al revisar su historia, en el tiempo del destierro, condena a los agentes de la desigualdad: al olvido de Dios como referente moral (Gn 3); a Caín y sus hijos como dueños de poderes que deshumanizan (Gn 4); a Israel, cuando escoge el camino placentero de «las hijas de los hombres» (Gn 5-9); a los imperios que se organizan para chuparles la sangre a las naciones pequeñas (Gn 10) y a la religión que hace maridaje con la política y la cultura opresora (Gn 11).

Al mismo tiempo, la reflexión del destierro inserta relatos en los que aparece la voluntad clara de Dios de que los seres humanos vivan en igualdad. Afirmar que éste es el proyecto de Dios, es el acto de mayor madurez humana al que pudo llegar Israel. Hagamos un breve recorrido del Antiguo y del Nuevo Testamento.

Ante todo, existe la igualdad de parte del mismo Dios: «Hagamos al ser humano -hombre y mujer- a nuestra imagen y semejanza» (Gn 1,26-27)… Hombre y mujer son iguales en derechos y dignidad: «Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Gn 2,22-23)… Israel debe ser igual a las otras naciones libres: «guarden siempre el recuerdo del día en que salieron de la esclavitud» (Ex 13,3)… La igualdad social es un proyecto divino: «Cada uno recobrará su propiedad y retornará a su familia» (Lv 25,10)… Todos deben poseer un territorio para su sustento: «Repartirás la tierra en herencia, según el número de sus hombres» (Nm 26,53)… El gran proyecto o sueño de Dios es que «no habrá pobres entre ustedes» (Dt 15,4)… ¿Qué más se puede decir y esperar de Dios?

Cuando en el Nuevo Testamento aparece Jesús de Nazaret, Él no hace otra cosa que tratar de cumplir este deseo divino de igualdad. Y lo hace, partiendo de lo que significa su encarnación: Dios en Él se hace igual al ser humano, siguiendo el camino de ir creciendo en humanización, como lo hace todo niño (Lc 2,52)… Dios en Él opta por el pobre, buscando la igualdad (Mt 5,3)… Dios en Él se iguala con los de peor condición (Mt 25,35ss)… Dios en Él restablece el Año Jubilar o Año de nivelación social y económica (Lc 4,16ss)… Dios en Él reconstruye en sus derechos y dignidad a la mujer (en Jn 4,10ss, cuando le ofrece participación en su propio ser, bajo la imagen del agua que da vida eterna)…

Pablo en su carta a los Romanos se dirige a una iglesia incluyente, igualitaria entre hombres y mujeres, a 10 de las cuales alaba y saluda (Rm 16,1ss)… Y, finalmente, Pablo nos presenta a Jesús que para ser igual al ser humano renuncia al poder que le otorga su divinidad (Fil 2,5ss), indicándonos que la igualdad presupone renuncia, un acto de «kénosis», y se convierte en un remedo de la encarnación… La igualdad nos asemeja a Dios.

 

Gonzalo M. de la Torre Guerrero

Centro Bíblico Camino, Quibdó, Chocó, Colombia