La Deuda de las Revoluciones

LA DEUDA CON LAS REVOLUCIONES

María LÓPEZ VIGIL


En Nuestra América, la mitad de este siglo estuvo plena de revoluciones y de intentos revolu-cionarios. En todos estos esfuerzos la aspiración central era erradicar la pobreza. A todos estos proyectos en favor de los pobres los cristianos aportaron ideas, sudor y también sangre. Son miles los mártires sin gloria de Bernini que en estos años dieron la vida soñando con realizar el sueño de Jesús: que a nadie le sobre y a nadie le falte, vida en abundancia y vida para todos.

Muchos de estos proyectos revolucionarios y justicieros abortaron. Otros “se perdieron en la cólera”, como diría Neruda. Otros fueron mediatizados -cooptados, como se dice ahora-. Otros fracasaron mostrando su enorme fragilidad. Uno sigue vencedor en graves dificultades, otros triunfaron a medias. La bárbara represión de los regímenes de seguridad nacional y las guerras de no tan baja intensidad de los 70 y los 80 nos dejaron montañas de muertos y sembraron en lo más hondo de la conciencia latinoamericana el miedo al cambio y un enorme cansancio. Ninguno de estos proyectos revolucionarios se ha perdido completamente. Hubo fuego y cenizas quedan. Incluso nacen vigorosos otros intentos, que mezclan brasas nuevas y ancestrales, como sucede en Chiapas, realidad prometedora y garantía de relevo.

Debemos de ser autocríticos en este fin de siglo. También nuestros movimientos revoluciona-rios, guerrilleros y populares tienen deudas que saldar. Señalo cuatro, segura de que hay más.

* Fuimos demasiado triunfalistas, cortoplacistas, vanguardistas. El triunfalismo vanguardista que da el sentirse dueño de la verdad limitó nuestra capacidad de ir a buscar la verdad con otros que no veían las cosas como nosotros. Por el triunfalismo caminamos al sectarismo y al dogmatismo. También por eso la violencia que empleamos, una violencia de respuesta a la violencia estructural, justificada en lo justo de nuestras causas, pero al fin y al cabo violencia.

El vanguardismo voluntarista no busca convencer sino vencer. Y cuando dice disponerse a convencer, sólo convence a los ya convencidos. A la larga, no suma, va restando. Pierde ocasiones de debate, de diálogo, de búsqueda de consenso y de alianzas. Las vanguardias que al inicio encabezan terminan marginando con su propuesta heroica, que tampoco ellas cumplen. Estamos en deuda con todos aquellos a los que marginamos por el fiero y seco voluntarismo con que defendimos nuestras causas.

* Fuimos demasiado paternalistas. Pusimos más mente y esfuerzo en las vías para una distribución justa que para una producción eficiente y de calidad.

Apostamos por quitarle a unos para darle a otros y no por exigir a todos un trabajo responsa-ble y entrenar a todos en una competencia estimulante. Todas las revoluciones proclamaron que el pueblo era el sujeto de la nueva historia, pero en la práctica el pueblo fue objeto de dádivas. El modelo estatista de acumulación para después hacer una distribución justa de lo acumulado ni creó ni puede crear una alternativa al capitalismo. El modelo socialista que asumimos como ideal tenía como objetivo suprimir el mercado, para que el Estado lo sustituyera y fuera el encargado de redistribuir las riquezas a todos y por igual. No lo consiguió. Tampoco el igualitarismo es ideal, lo es la equidad.

Estamos en deuda con millones de pobres que aspiran a dejar de ser pobres, pero no sólo reci-biendo beneficios, sino gestionando ellos mismos su vida, su producción, diseñando ellos el camino a su realización personal. Las revoluciones de mañana tienen que enfrentar el reto de la economía: cómo hacer dinero con honestidad, cómo producir riquezas con eficiencia, cómo regular el mercado para que sea democrático e incluya a todos.

* Fuimos demasiado esquemáticos. En nuestros movimientos revolucionarios el conflicto de clases, el conflicto ricos-pobres lo explicaba todo. O casi todo, que no es lo mismo, pero es igual. Pero ése es un esquema demasiado simple para interpretar la realidad y para transformarla, incluso en América Latina, que tiene el récord mundial del continente con la más abismal brecha entre ricos y pobres.

El conflicto ricos-pobres no lo explica todo. Ni tampoco dándole la vuelta a esta tortilla llegamos al fondo del problema humano. Hay otros conflictos -de género, raciales, generacionales, étnicos-, que nos colocan ante contradicciones más profundas y ante desafíos más fundamentales.

Nos propusimos la construcción del socialismo, y descuidamos la construcción de mujeres y hombres socialistas, tarea mucho más importante y complicada, que nos exige conocer a los seres humanos, tan diversos, tan complejos, no reducibles a la perspectiva unidimensional de la lucha de clases. Una mujer que trabaja en una maquiladora de Quezaltenango es una guatemalteca asalariada, sometida a un brutal régimen de explotación capitalista. Pero además es una mujer. Y además es indígena. Y además es joven. Y además es una impenitente fan de Michael Jackson y de Selena... Su “liberación” es infinitamente más compleja de lo que imaginamos.

Estamos en deuda con millones de pobres a los que sólo vimos como pobres, olvidándonos de su género, de su raza, de su edad, de los rasgos específicos de su cultura o su mezcla de culturas.

* Fuimos demasiado machistas. La inequidad entre varones y mujeres, entre niños y niñas, es la más arraigada, grave y perjudicial de la civilización humana. No es lo mismo un hombre pobre que una mujer pobre. Porque el hombre pobre tiene al menos el poder de ser hombre. Pero la mujer pobre no tiene ningún poder. Peor si es india o negra, vieja, ciega o lisiada.

En la forma de ejercer el poder, en la forma de concebir la sociedad, en las vías elegidas para desarrollar la economía y en los caminos por los que se entró o se dejó de entrar al terreno de la cultura, nuestras revoluciones fueron machistas. Sobró en ellas mirada de varón y faltó mirada de mujer. Las distintas expresiones de la guerra que acompañaron todos los esfuerzos revolucionarios ensombrecieron aún más esa mirada. La guerra no es “la paz del futuro”. Es un producto cultural masculino que acentúa el verticalismo, la agresividad y la intolerancia.

Lo femenino quedó disuelto en lo social. En todos los esfuerzos revolucionarios las mujeres se hicieron más cargo del espacio público que los hombres del espacio privado. Las mujeres se apropiaron con más entusiasmo de sus deberes con la sociedad que de sus derechos como seres humanos plenos. Y así, el terreno que quedó más intocado fue el de lo privado. La lucha por la justicia y por la dignidad que vanguardizaron los hombres apenas penetró por las puertas de los hogares, donde siguió reinando la violencia machista y el abuso sexual, que es siempre abuso de poder. Mientras en las calles y en las montañas los revolucionarios combatían a las dictaduras, en sus casas imperaba su poder dictatorial.

Estamos en deuda con millones de mujeres marginadas por el machismo de nuestros revolucio-narios. Esta es la deuda más pesada que cargamos en las valijas con las que entramos al nuevo siglo.

Esta deuda puede y debe ser saldada. Si en este siglo que termina la opción preferencial por los pobres transformó tantas conciencias e inspiró tantas luchas, en este nuevo siglo nos toca hacer una opción preferencial por las mujeres. No porque sean mejores, sino porque son mujeres y han vivido subordinadas. Y el Dios en quien creemos, que es Padre y es Madre, no quiere esa subordinación.

Pasan las épocas, cambian los paradigmas, caen los muros, pero la distancia permanente entre la derecha y la izquierda estará siempre en la sensibilidad. Parece llegada la hora de despertar la sensibilidad femenina tanto en hombres como en mujeres. Necesitamos mujeres y hombres feminis-tas. El feminismo no es nada más y nada menos que una de las caras del humanismo, cara oculta por insuficientemente explorada.

Si en las revoluciones que vendrán incorporamos la mirada de la mujer, la sensibilidad de género, seguiremos empujando la historia hacia la libertad, encontraremos alternativas, y la sociedad que construiremos será más justa y también más feliz.

 

María LÓPEZ VIGIL

Managua, Nicaragua