La Deuda de Pinochet

LA DEUDA DE PINOCHET

Alejandro VON RECHNITZ


Para comenzar: el señor Augusto Pinochet no nos interesa sino como caso típico de la relación entre un ex-dictador y sus ex-conciudadanos subordinados. Nos interesa únicamente por lo que tiene que ver con la justicia, con la caridad, con la reconciliación, con el arrepentimiento, con la soberanía nacional de un pueblo, con el fenómeno de la globalización.

Pinochet, Chile, la Iglesia y el perdón

Recordemos los catecismos que tan bien aprendimos cuando éramos niños: la santa madre Iglesia exige para perdonar los pecados de cada uno de sus hijos, cinco condiciones: 1) reconocerse pecador; 2) dolerse por los pecados cometidos; 3) proponer la enmienda; 4) confesar oralmente los pecados ante un sacerdote; 5) cumplir la penitencia que le sea impuesta para reparar los daños hechos. No hay ninguna razón por la que el pueblo de Chile debiera exigir menos que lo que pide la santa madre Iglesia para perdonar y reconciliarse con uno de sus hijos.

Pero es más, bien claramente el señor Pinochet se ha negado a dar ni siquiera el primer paso: reconocer que hubiera cometido errores o crímenes de ninguna clase. Más todavía, no ha tenido ningún problema en declarar varias veces que no sólo no tiene nada de qué arrepentirse, sino que, además, volvería a hacer lo mismo si la ocasión se le presentara o se repitiera. No sólo no hay conciencia de pecado, sino que tampoco hay propósito de enmienda.

Que nosotros sepamos, la Iglesia no exime a ninguno de sus hijos -aunque ese hijo o hija tenga más de ochenta años- de cumplir con esos cinco requisitos enumerados, y aunque haya razones -de toda clase- de humanidad; por ejemplo en el caso de la mujer que hubiera abortado, o en el caso del ladrón que debe arrepentirse y devolver lo robado (por justicia conmutativa).

Tengamos misericordia con Pinochet

En un documento oficial del Papa Juan Pablo II, la encíclica “Dives in misericordia”, sobre la Misericordia Divina, podemos ver con toda claridad cómo tiene que proceder un cristiano en una situación como la de Pinochet: “Cristo subraya con tanta insistencia la necesidad de perdonar a los demás que a Pedro, el cual le había preguntado cuántas veces debería perdonar al prójimo, le indicó la cifra simbólica de “setenta veces siete”, queriendo decir con ello que debería saber perdonar a todos y siempre. “Es obvio que una exigencia tan grande de perdonar no anula las objetivas exigencias de la justicia. La justicia rectamente entendida constituye por así decirlo la finalidad del perdón. En ningún paso del mensaje evangélico, el perdón, y ni siquiera la misericordia como su fuente, significan indulgencia para con el mal, para con el escándalo, la injuria, el ultraje cometido. En todo caso, la reparación del mal o del escándalo, el resarcimiento por la injuria, la satisfacción del ultraje... con condición del perdón(DM, 14; las negritas son nuestras).

No quisiéramos sacar la impresión de que algunos jerarcas de la Iglesia, los que siempre andan hablando de perdonar a los ex-opresores sin condiciones, o no recuerdan su Catecismo, o no han leído los documen-tos oficiales de la Iglesia, o creen que los documentos de la Iglesia son para que se los apliquen solamente los fieles laicos. Estoy absolutamente seguro de que los ex-oprimidos por los ex-dictadores están dispues-tos a perdonar setenta veces siete, pero ¿están los Pinochet dispuestos a arrepentirse y a reparar el daño que hicieron, siquiera una sola vez?

Soberanía del neoliberalismo, Pinochet y justicia

La soberanía de Chile sólo parece haber interesa-do a los ultraderechistas chilenos cuando se trataba de juzgar a Pinochet. ¡Tan felices que estaban ellos con la globalización y el neoliberalismo!, doctrinas que, por cierto, no conceden ningún crédito a las fronteras y al nacionalismo. Una vez más el dinero no cree sino en la libertad de comercio, en la libertad del dinero, en la globalización de sus negocios y riquezas. En la globalización de la justicia no. En la globalización de los derechos humanos no.

Cuando el dinero, y quienes lo adoran, hablan de libertad, sólo hablan de la libertad de inversión y de la libertad de ganancia. Para los “dinerólatras”, las fronteras de la Patria son cosa del pasado, imposiciones intolerables, trabas absurdas de las que hay que liberarse. Para ellos la globalización es el futuro, un mundo sin fronteras para la inversión del dinero. Para la justicia no, para la justicia, dicen ellos, todo el nacionalismo y toda la soberanía son pocos.

Chile, tan abanderado él en América Latina para propugnar la globalización, vivió un verdadero terror de que España e Inglaterra le globalizaran a su ex-general, ex-dictador, ex-presidente y, casi, ex-Pinochet. Terror de que no sólo el comercio fuera globalizado sino también la justicia, ¿a quién se le ocurrió semejante herejía?

¿Justicia o venganza?

No es cuestión de venganza; si nosotros gozára-mos viendo sufrir a Pinochet no seríamos mejores que Pinochet. Es cuestión de coherencia: ¿quería usted globalización?, ¡tome globalización!

Estamos de acuerdo, las relaciones entre un caso COMO el de Pinochet y el pueblo cristiano de Chile se rigen y deben regirse por la caridad; pero, ¿cómo hablar de amor a quienes ni siquiera se les hace justicia? La caridad cristiana no sólo no sustituye a la justicia, sino que la supone. Desde luego que la caridad debe ir mucho más allá de la justicia, pero POR LO MENOS debe llenar las exigencias de la justicia.

No agarremos el tema de los derechos humanos de Pinochet (y no porque no los tenga) sino para que no vayamos a parecer ahora más preocupados por los derechos de ciertos humanos de la derecha que por los derechos humanos de todos los violenta-dos por todos los Pinochet habidos. No sabemos si juzgar a Pinochet fuera de Chile estará muy de acuerdo con la leyes de Chile, lo que sí sabemos es que juzgar a Pinochet está de acuerdo con lo que es justo; la discusión acerca de si era legal o no juzgar a Pinochet es una de las evidencias más claras de la brecha gigantesca que se ha abierto en nuestra conciencia entre lo justo y lo legal.

¿Qué tal si clonáramos al juez Garzón y nos hicié-ramos una copia para cada uno de nuestros países? Andarían con más cuidado todos los Pinochet y quienes los hacen posibles, ¿no les parece?

 

Alejandro VON RECHNITZ

Panamá