La evangelización de los negros
La evangelización de los negros
Valéria Rezende
Si bien hubo un esfuerzo de una parte de la Iglesia de la colonia para evangelizar y defender la libertad de los indios, no se puede decir que hubo la misma dedicación para con los esclavos africanos.
Prácticamente no hubo misioneros dedicados especialmente a los africanos, ni un proyecto de evangelización para ellos. La esclavitud de los negros fue aceptada y también aprovechada por la Iglesia. Durante la historia del cautiverio de los africanos en Brasil, casi nunca hubo protestas de la Iglesia ni de los misioneros contra aquella injusticia.
Después de algunos años en Brasil, no había sacerdote u obispo o convento de religiosos que no poseyese sus propiedades con numerosos esclavos. Los mismos jesuitas, que defendían la libertad de los indios contra la persecución de los colonos, tenía un comportamiento contrario hacia los negros. Para mantener sus colegios y sus haciendas, que ayudaban a sustentar las aldeas indígenas, también los jesuitas hacían venir de Africa centenares de esclavos, y lo mismo hacían otras órdenes religiosas. Los jesuitas de Angola, cuando tenían alguna deuda con los jesuitas de Brasil, pagaban enviando esclavos. Así, los mismos misioneros acaban entrando en el comercio de esclavos.
Aparte de aprovechar el trabajo de los esclavos, la Iglesia tuvo una función importante en el sistema de esclavitud: los sacerdotes predicaban las ideas que justificaban la esclavitud de los negros, ayudando así a los colonizadores a arrancar hasta la última gota de sudor y sangre de los negros sin quedar con remordimiento de conciencia. Hasta el mismo jesuita Antonio Vieira, que fue expulsado de Maranhão porque defendía la libertad de los indios, fue uno de los más importantes predicadores de ideas que apoyaban la esclavitud de los negros. He aquí un fragmento de uno de sus Sermões:
«No hay trabajo ni género de vida en el mundo más parecido a la Cruz y a la Pasión de Cristo que el vuestro en uno de esos ingenios azucareros. Bienaventurados vosotros si llegáis a conocer la fortuna de vuestro estado... En un ingenio sois imitadores de Cristo crucificado, porque padecéis de un modo muy semejante al que el mismo Señor Jesús padeció... Los hierros, las prisiones, los azotes, los insultos, de todo eso se compone vuestra imitación, que, si va acompañada de paciencia, también tendrá su merecimiento de martirio. Cuando servís a vuestros señores no sirváis como quien sirve a hombres, sino como quien sirve a Dios...»
La predicación de los sacerdotes y las enseñanzas de los señores decían que se debían sentir felices de ser esclavos de cristianos, pues así podrían salvarse. Querían que los esclavos creyesen que había sido la Providencia de Dios la que los llevó a la cautividad para que así pudiesen ganar la vida eterna. De esa forma se fue formando en la mentalidad de los pobres la idea de que la providencia de Dios está de parte de los ricos y quiere la pobreza y la opresión de los más débiles.
No se enseñaba a los esclavos la fraternidad, la lucha por la justicia y por la libertad, ni la unidad, la fe y la esperanza. La predicación decía que las mayores virtudes del cristiano eran la obediencia, la humildad, la sumisión a la voluntad del propietario, porque eso era la voluntad de Dios. Ser cristiano, según los colonizadores, no era luchar por un mundo mejor, donde el Evangelio fuese la ley, sino conformarse con la vida de sufrimiento en la cautividad, para poder merecer el cielo. Los sufrimientos y las injusticias eran presentadas como voluntad de Dios.
Los misioneros decían que la esclavitud de los africanos estaba permitida, incluso querida por Dios, para salvar las almas de los negros. Decían que si se quedaban allá en Africa, libres o esclavos de otros paganos, continuarían practicando religiones paganas y no podrían salvarse. Pensaban que los negros sólo se salvarían siendo traídos a una sociedad cristiana, que ellos pensaban era la colonia portuguesa de Brasil. La esclavitud, de esa forma, no parecía un mal, según entendían los portugueses, pues hacía posible que los africanos fueran bautizados y, aunque murieran a causa de los malos tratos, podrían ir al cielo.
La colaboración de la Iglesia comenzaba ya en el embarque de los negros cautivos. En los puertos africanos había siempre sacerdotes, incluso obispos, que bautizaban a los negros que iban a partir, al lado del funcionario del gobierno que cobraba el impuesto debido al rey por cada esclavo que entraba en este comercio. Los comerciantes pagaban el impuesto y, como señal de pago, cada esclavo era marcado con un hierro al rojo vivo con la marca de la colonia portuguesa, tal como se marca el ganado. Así, al llegar aquí, se sabía, por esa marca sobre la carne, qué esclavos ya habían sido bautizados. Había también sacerdotes que se ocupaban en esperar en los puertos brasileños a los barcos negreros para bautizar los esclavos paganos y asegurar así su salvación.
Valéria Rezende
En nombre de un dios supuestamente blanco y colonizador, que naciones cristianas han adorado como si fuese el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, millones de negros vienen siendo sometidos, durante siglos, a la esclavitud, a la desesperación y a la muerte. En Brasil, en América, en Africa madre, en el mundo.
Deportados, como «piezas», de la Ancestral Aruanda, llenaron de mano de obra barata los cañaverales y las minas, y llenaron las senzalas de individuos desaculturados, clandestinos, inviables. (Llenan todavía de «subgente» -para los blancos señores y las blancas madames y para la ley de los blancos- las cocinas, los muelles, los burdeles, las favelas).
Pero un día, una noche, surgieron los Palenques, y entre todos ellos, el Sinaí Negro de Palmares, y nació, de Palmares, el Moisés Negro, Zumbi y la libertad imposible y la identidad prohibida florecieron, en nombre del Dios de todos los nombres.
Venidos del fondo de la tierra y del exilio de la vida, los Negros resolvieron reconquistar Palmares y volver a Aruanda.
Y están ahí, de pie, quebrando cadenas, en casa, en la calle, en el trabajo, en la Iglesia, fulgurantemente negros al sol de la Lucha y la Esperanza.
Pedro Casaldáliga
El problema de los esclavos africanos no mereció, lamentablemente, la suficiente atención evangelizadora y liberadora de la Iglesia.
Puebla 8