La gran causa por la que vivir y luchar

La gran causa por la que vivir y luchar

Leonardo Boff


La humanidad se está enfrentando con un problema que nunca en su historia se le había presentado antes: tiene que luchar y comprometerse seriamente por su supervivencia.

1. Las amenazas que pesan sobre la Tierra

Hasta hace poco podíamos explotar los recursos y servicios de la naturaleza a nuestro antojo. Podíamos tener cuantos hijos quisiéramos. Podíamos intervenir en los ecosistemas según la voluntad y el poder de los empresarios. Podíamos hacer cuantas guerras creyéramos necesarias para defendernos o para atacar a un eventual agresor. Ahora ya no podemos continuar por la misma ruta. Hemos creado una máquina bélica de muerte, con armas nucleares, químicas y biológicas que tiene la capacidad de aniquilar totalmente la especie humana sin dejar ningún superviviente.

Ya no podemos tratar el planeta Tierra como siempre lo hemos hecho, como una especie de baúl con recursos ilimitados. Nos hemos dado cuenta de que los recursos son escasos, y muchos no son renovables. Nuestro proyecto de un desarrollo ilimitado ya no lo aguanta este planeta pequeño, viejo y limitado. Si seguimos con nuestra voracidad de consumo y de producción de más y más bienes a base de la depredación de la naturaleza, vamos al encuentro de una tragedia ecológica y social. Es plausible, según grandes científicos que, con el aumento del gas metano, que es 32 veces más agresivo que el dióxido de carbono, pueda ocurrir un calentamiento abrupto. El clima puede dar un salto de 3-4 grados Celsius. Si esto ocurriera, ninguna forma de vida hoy conocida tendría condiciones de supervivencia, incluida la especie humana. Tal vez algunos seres humanos podrían salvarse en pequeños oasis, recluidos en algún punto del norte de la Tierra.

2. Un nuevo comienzo: cambio de mentes y corazones

Frente a esta situación dramática, dice la Carta de la Tierra, uno de los documentos más serios, nacido desde las bases de la humanidad y asumido por la UNESCO en 2003: «Como nunca antes en la historia, el destino común nos convoca a un nuevo comienzo. Esto requiere un cambio en las mentes y en los corazones; requiere un nuevo sentido de interdependencia y de responsabilidad». Esto nos recuerda las palabras de Jesús: «Si no se convierten, todos perecerán». Convertirse es inaugurar un nuevo comienzo, con otra mente y otro corazón. Es lo que la situación de la Tierra y de la Humanidad están exigiendo. Ahora se impone: o cambiamos, o nuestra civilización puede desaparecer.

Éste es el tema de los temas. La nueva centralidad no es qué futuro tiene Occidente, o la Iglesia Católica, sino qué futuro tienen la Tierra y la Humanidad, y en qué medida Occidente y la Iglesia colaboran para garantizar un futuro común. Esto no parece constituir un contenido de la conciencia colectiva ni de las naciones ni de las Iglesias. Cada una de estas instancias piensa en sus propios intereses y no en el destino común. Y así vamos postergando decisiones que en un momento dado podrían llegar demasiado tarde. Puede ocurrir lo que en tiempos de Noé: él predicaba la urgencia de cambios y las personas no le escuchaban, seguían divirtiéndose, casándose... Y vino el diluvio, que devastó la Tierra. Sólo que ahora es diferente, porque ya no es posible un Arca como la de Noé, que pudo salvar a algunos y dejar perecer a los demás: ahora, o nos salvamos todos, o todos vamos al encuentro de lo peor.

3. Hay esperanza: es crisis, no una tragedia

A pesar de las amenazas graves, nosotros, los cristianos tenemos la firme convicción de que la vida es más fuerte que la muerte, y que la luz tiene más derecho que las tinieblas. Dios ha asumido la Tierra como su templo. El Espíritu la habita con sus energías creadoras y el Padre que lo atrae todo no va a permitir que esta obra de su amor tenga un fin trágico.

De cara a la dramaticidad de la presente situación se puede hacer dos lecturas: como un escenario de tragedia o de crisis. En la tragedia todo termina mal. En la crisis todo pasa por un proceso de purificación y de maduración. Lo que es accidental y meramente agregado no se sostiene, se cae.

Permanece lo esencial, alrededor de lo cual se puede construir un nuevo ensayo civilizatorio. Ésta parece ser la actual situación. Lentamente, estamos construyendo una nueva forma de habitar la Tierra, de producir, de consumir y de tratar los desechos. Va a implicar muchas renuncias y mucho sufrimiento. Ningún parto se hace sin dolor. Pero este dolor no es de un moribundo, sino de un nuevo nacimiento. Para que esta transición sea posible y garantice un futuro sostenible resultan urgentes algunas opciones previas que vamos a considerar rápidamente.

4. Rescate de la razón cordial y sensible

Hasta ahora era la razón funcional-analítica la que coordinaba todas las relaciones sociales y presidía los procesos productivos. Para esta razón, que se implantó en la modernidad a partir del siglo XVII, la Tierra es un simple objeto, sin inteligencia, con el cual tenemos solamente una relación de utilidad. No es algo vivo, madre de toda la comunidad de la vida. El dominio de razón instrumental analítica ha opacado la razón cordial y sensible, por la que sentimos nuestra pertenencia a un todo más grande, el grito de la Tierra y de los pobres, y nos movilizamos para superar esta situación. En esta razón radican los valores y el cuidado para con todos los que viven. Si no rescatamos la razón cordial que complemente la otra, no hay cómo sentir amar y cuidar la Tierra como Madre y Pacha Mama.

5. La Tierra como Madre y Gaia

Desde la más alta ancestralidad, la Tierra fue vivida como Gran Madre, Pacha Mama de los andinos, Tonantzín de los mesoamericanos. Y ésa es la visión de todos los pueblos originarios aún existentes. Modernamente se ha confirmado empíricamente que la Tierra está viva, un superorganismo que articula lo físico, lo químico y lo ecológico, de tal forma que se mantiene siempre capaz de producir y reproducir la vida. La han llamado Gaia, nombre que los griegos daban a la Tierra viva productora de vida. Esta visión era al principio sólo una hipótesis, pero a partir de 2002 se ha comprobado como una realidad científica. En razón de esto y por insistencia del Presidente de Bolivia, el indígena Evo Morales, fue presentado en la ONU un proyecto para que el día 22 de abril, Día de la Tierra, pasara a ser el Día de la Madre Tierra. Después de muchas resistencias y discusiones el día 22 de abril de 2010 la Asamblea, solemnemente y por unanimidad, proclamó la jornada.

Este reconocimiento está lleno de consecuencias prácticas. Cambia la relación hacia la Tierra. Si es sencillamente tierra, uno puede comprarla, venderla y explotarla. Pero a una madre uno no puede venderla, ni comprarla ni explotarla, sino amarla, venerarla y cuidarla. Esta actitud tendrá que prevalecer si queremos poner límites a la voracidad industrialista. Vamos a producir para atender demandas humanas pero respetando los ciclos y los límites de la Madre Tierra.

6. El ser humano es la Tierra que siente, cuida y ama

Hay un legado que nos viene de los astronautas, aquellos que han tenido el privilegio de contemplar la Tierra desde afuera, desde la luna o sus naves espaciales. Han testimoniado que desde allí no hay diferencia entre Tierra y Humanidad. Ambos forman una única y espléndida realidad, inseparable e indivisible. Esto viene a confirmar la visión de los pueblos originarios que saben que son la propia Tierra que camina, aquella porción de la Tierra que siente, piensa, ama, cuida y venera. Nosotros somos Tierra. Por eso hombre viene de humus, tierra fértil, y Adam en hebreo significa hijo e hija de la Tierra fecunda, llamada adamah. Si verdaderamente nos sentimos Tierra, todo lo que ocurre a la Tierra nos ocurre también a nosotros, en el bien y en el mal. Mas aún: somos responsables de la salud de la Tierra. Nuestra misión es ética: de cuidar y, como jardineros, proteger toda la riqueza y biodiversidad del paraíso terrenal, del Edén. Si no nos aceptamos como Tierra, tenemos pocas razones para cuidarla. Es nuestra única Casa Común, no tenemos otra.

7. El buen vivir como nuevo paradigma civilizacional

Las culturas andinas han desarrollado, en centenares de generaciones, un concepto que traduce el tipo de relación que mantienen con la Tierra. Es el buen vivir (sumak kawsay). No puede ser identificado con el occidental vivir mejor, como sinónimo de calidad de vida. En el sistema imperante, calidad de vida implica más acceso a medios de consumo. Y para que algunos puedan vivir mejor, muchos tienen que vivir peor.

Al contrario, el buen vivir supone una concepción de armonía del ser humano con la naturaleza, con sus energías, y un cuidado amoroso hacia la Pacha Mama.

Implica relaciones de equidad entre todos en la sociedad y la construcción de una democracia comunitaria, tal vez una de las contribuciones más significativas a la idea de democracia occidental, apenas representativa y delegaticia. El buen vivir no pretende acumular, sino una economía de lo suficiente y decente para todos.

Todo esto parece utopía. Pero es una utopía necesaria, más adecuada al ritmo de la naturaleza, y posiblemente la que va a triunfar en el futuro, cuando la humanidad va a descubrirse como especie, con el mismo destino que la Madre Tierra. Como decía Chateaubriand: nada es más fuerte que una idea cuando llega el momento de su realización. Este momento se está acercando.