La gran mentira

La gran mentira

Cristovam Buarque


Cuanto mayor es la mentira, es más probable que crean en ella.

Goebbels, el propagandizador del nazismo que llevó a Hitler al poder.

En nombre del desarrollo, los dirigentes brasileños hicieron al pueblo trabajar para producir para los ricos, con la promesa de que algún día todos tendrían acceso al producto de ese trabajo.

Durante 50 años, los pobres han sido invitados a producir automóviles en nombre de un desarrollo que prometía empleo, salario y, algún día, un carro también.

Fueron llamados a construir casas para ricos, con la perspectiva de que tendrían también sus propias casas; a construir universidades, con la promesa de que sus hijos estudiarían en ellas; a hacer hoteles y construir aeropuertos… imaginando que el salario les permitiría un día también viajar.

Con la mentira del desarrollo, los dirigentes atrajeron trabajadores y justificaron el uso de los recursos públicos para financiar productos que beneficiaban a los ricos. Subsidiaron, financiaron e incentivaron la producción para los ricos, engañando al pueblo con la falsa promesa de que ése era el camino que beneficiaría a todos los brasileños.

Mientras los pobres producían para los ricos y el Estado concentraba sus recursos en la infraestructura económica, nuestros trabajadores recibían mínimos salarios, sus casas no fueron construidas, sus calles se quedaron sin canalización de agua, sin alcantarillado, sin recogida de basura, sin asfalto; sus niños quedaron sin escuelas o con escuelas sin calidad; a las familias les fue dado un sistema público de salud vergonzoso.

La gran mentira de Brasil fue prometer que la riqueza erradicaría la pobreza. La pobreza sólo se erradica produciendo directamente aquello que, cuando existe, elimina el estado de pobreza: la escuela de calidad para todos; un sistema de salud competente que atienda a todas las familias; medios de transporte público eficientes; casas con agua, desagüe, recogida de basura, calles asfaltadas. Y pudiendo cada uno comprar la alimentación que necesita.

La economía brasileña creció, aumentó la riqueza, atendió la demanda de los ricos y no las necesidades de los pobres. En lugar de atender esas necesidades de la población, los gobiernos brasileños se sucedieron manteniendo la ilusión de que muchos pobres produciendo para pocos ricos, construirían una sociedad de abundancia.

Ese Estado existía para auxiliar en esa producción, atendiendo a la lujosa demanda de los ricos, dando a cambio salarios ínfimos para los pobres. Más o menos como hacían los faraones, sólo que en vez de construir túmulos, ahora eran bienes de consumo, y en vez de distribución de comida, salarios de hambre.

Ya en los años 60, esa mentira comenzó a ser desenmascarada. Surgieron los movimientos por una reorientación del modelo de desarrollo. Para continuar la mentira del desarrollo, fue instaurada la dictadura, con la mentira de que defendía la democracia. Quince años después de la redemocratización, no sabemos todavía la verdad.

La mayor victoria de la dictadura fue hacerse innecesaria, porque todos pasaron a creer la mentira que exigió su imposición a la sociedad. Con la globalización, la mentira se amplía. Se sostiene que la importación de bienes y servicios, la robotización de la industria y el capital especulativo desarrollan el país y erradicarán la pobreza en Brasil. Y el pueblo continúa sin sus servicios esenciales, sin salario digno y, últimamente, sin siquiera una esperanza de empleo.

En lugar del empleo, se implantan “frentes de trabajo”. Una vez más intentan engañar al pueblo: a cambio de un salario mínimo, millares de madres encierran sus hijos pequeños en casa. Reproducen en ellos la pobreza en que viven, para que los ricos tengan su ropa bien planchada.

Como estrategia para erradicar la pobreza, se produce estética para los ricos y falta de educación para los hijos de los pobres.

La gran mentira, de tanto ser dicha y repetida, penetró en la imaginación de la población. El pueblo cree que aumentando la producción de bienes para aten-der la demanda de los ricos, los pobres tendrán sus necesidades atendidas y penetrarán en el mundo de la abundancia. No sólo dejarán de ser pobres. Serán todos ricos. Penetra el imaginario brasileño la idea de que la riqueza es lo contrario a la pobreza, de que su erra-di-ca-ción ocurrirá haciendo que los pobres produzcan para los ricos a cambio de salarios que servirían como escalera social.

La erradicación de la pobreza será alcanzada solamente cuando el Estado brasileño salga del paternalismo en favor de los ricos y se transforme en movilizador del inmenso potencial que existe en las masas populares brasileñas, encaminándolas a producir lo que ellas mismas necesitan para salir de su pobreza. Hay experiencias que demuestran el éxito de programas orientados en este sentido.

En el Distrito Federal, hasta 1998, se pagaba a los adultos analfabetos desempleados y pobres para que aprendiesen a leer. Se compraba la primera carta que cada uno de ellos consiguiese escribir después de un curso de alfabetización. Se pagaba a las madres pobres desempleadas para que actuasen como fiscales de la asistencia de sus hijos a las aulas.

En lugar de los “frentes de trabajo” sería más efi-ciente pagar a las madres pobres para atender a las necesidades del desarrollo de sus hijos. Otros programas pueden hacer ese milagro: transformar pobres, ociosos por el desempleo, en agentes de su propia salida de la pobreza. Eso costará menos que lo gastado actualmente con los subsidios dados a la producción para los ricos.

Lo más difícil es convencer de que el fin de la po-bre-za no está en el inicio de la riqueza. En un proceso electoral, el candidato que promete más riqueza tiene más votos que el que muestra cómo es posible erradicar la pobreza. El voto de aquel que hoy no consigue ni siquiera pagar el autobús, es dado más fácilmente a quien promete con seriedad mejoría en el transporte público.

Quien promete universidad para todos, tiene más votos que el que promete llevar a todos los niños hasta acabar el segundo grado.

La tragedia mayor de Brasil es que todos acabamos creyendo la gran mentira…

Fato e razão 44(noviembre 2000)2-5

 

Cristovam Buarque

Ex-gobernador del Distrito Federal de Brasilia, profesor de la UNB.

Brasilia