La lucha ecofeminista en el conjunto de todas las luchas

La lucha ecofeminista en el conjunto de todas las luchas
 

Claudia Korol
 


Cada día, al levantarnos y mirar nuestra Agenda, repasamos y repensamos nuestros compromisos, las actividades previstas y las imprevistas, afirmamos nuestras ganas de cambiar el mundo y los esfuerzos para que este mundo no nos trague, no nos asimile desde una hegemonía cultural que tritura las subjetividades, las conciencias, los corazones.

Este ejercicio cotidiano, es asaltado sistemáticamente por alguna emergencia. Jóvenes desaparecidas, niñas incineradas en Guatemala, hermanas de lucha asesinadas o prisioneras en Colombia, o en Perú, campesinas sin tierra presas en Brasil. Y al mismo tiempo, genocidas que vuelven a las calles, feminicidas que nos amenazan, pueblos afectados por la contaminación que las corporaciones transnacionales y los gobiernos que les sirven desparraman en los territorios, y por enfermedades que se multiplican como consecuencia de los agrotóxicos, del cianuro, del veneno en las aguas y en las tierras. No faltan entre estos sobresaltos golpes de estado posibles o concretados, invasiones, masacres, violencias mediante las cuales el poder mundial busca reafirmar su dominación sobre nuestros cuerpos y territorios, que en Abya Yala se refuncionalizan en clave neocolonial y capitalista.

Las brujas del siglo XXI. Creadoras/cuidadoras

Ser creadoras y cuidadoras de un proyecto de vida, de buen vivir, es la pulsión que nos anima a quienes pensamos el feminismo desde los movimientos indígenas, campesinos, de trabajadoras, de las barriadas, de las escuelas y universidades, de las plazas, de las esquinas, en clave de refundación de Nuestra América, promoviendo e impulsando desde nuestros proyectos inmediatos, caminos hacia las revoluciones ecofeministas, socialistas, del buen vivir, que nos permitan desmontar todas las opresiones.

Las políticas de muerte de las corporaciones transnacionales, los imperialismos y los narcoestados, intentan retrotraer no sólo los derechos conquistados por las mujeres y por los pueblos en más de cinco siglos de luchas libertarias; pretenden arrasar por completo con nuestro deseo, nuestra rebeldía, nuestra convicción sobre la necesidad de realizar las revoluciones postergadas.

La rapacidad con la que violentan a los territorios para saquearlos en el menor tiempo posible, satisfaciendo así su lógica de acumulación por desposesión, por rapiña y por superexplotación de la fuerza de trabajo, nos coloca en los bordes de una auténtica guerra, que en cualquier momento se vuelve guerra abierta, de mediana o alta intensidad. Una guerra que no hemos elegido. Una guerra que nos espanta. Una guerra que no queremos, pero que si no enfrentamos, nos va exterminando silenciosamente.

La violencia es el mecanismo coercitivo con el que buscan disciplinar las voluntades, para que seamos nosotras, las mujeres, quienes renunciemos a nuestros saberes, a nuestros modos de estar en el mundo, y rehagamos una y otra vez la cultura patriarcal. Sin embargo, las mujeres de este Continente tenemos una experiencia intensa de resistencia a los genocidios con que se marcaron las fronteras coloniales, y se dibujaron las heridas de nuestros cuerpos que fueron botín de todas las guerras de conquista.

En la última década, una sucesión de crímenes dibuja los contornos del continente salpicado de “feminicidios territoriales”, que tuvieron su voz de alerta con el asesinato en México de Bety Cariño, el 27 de abril del 2010, luego el asesinato de Berta Cáceres, en Honduras, coordinadora general del COPINH, el 2 de marzo de 2016. Dos mujeres emblemáticas, cuidadoras de los ríos, de los territorios, de los bosques, de las mujeres, de los pueblos. Como lo eran también Lesbia Yaneth Urquía Urquía, vinculada al COPINH, que lideraba una lucha en Honduras contra dos proyectos hidroeléctricos, asesinada el 6 de julio del 2016; y Macarena Valdés, educadora de la comunidad mapuche Newen Tranquil, quien era parte de la lucha contra una represa en Chile, asesinada el 22 de agosto del 2016; Laura Leonor Vásquez Pineda, integrante del Comité en Defensa de la Vida de San Rafael Las Flores, que se enfrentó al proyecto minero San Rafael, asesinada en Guatemala el 16 de enero de este año; y Luz Herminia Olarte, Maricela Tombé, Ruth Alicia López Guisao y Yoryanis Isabel Bernal Varela, mujeres indígenas, campesinas, líderes populares, asesinadas este año en Colombia.

Podríamos seguir nombrando a todas las mujeres asesinadas por ser mujeres en Abya Yala, y a todas las presas y amenazadas de prisión o de muerte. Pero lo que buscamos señalar son los diferentes modos de feminicidios. Algunos que pretenden terminar con el avance de la conciencia de las mujeres, que se concreta en nuestra autonomía, en nuestra capacidad de decidir sobre nuestros cuerpos y vidas. Quienes históricamente se han sentido propietarios de «sus mujeres», pretenden disciplinar el crecimiento de nuestra rebelión feminista a través de la violencia. Otros son los «feminicidios territoriales», con los que el poder busca exterminar o disciplinar mediante el miedo, a las mujeres cuidadoras de los territorios tierra, de los bienes comunes, de las posibilidades de vida presente y futura de nuestros pueblos.

Por eso nuestro ecofeminismo, indígena, negro, campesino, popular, desafía todas las lógicas de conquista: la que destroza a la naturaleza y la que nos mata «por ser mujeres». El ecocidio, el feminicidio, el genocidio, son distintas caras de un mismo proyecto capitalista que ya no disimula su agresividad ni la barbarie, realizadas en nombre de la «civilización», el «progreso» o el «desarrollo».

Nuestras revoluciones están en marcha

A pesar de toda la agresión, nuestro proyecto de vida es sostenido y renovado generacionalmente por millares de mujeres que, en el campo o en las ciudades, han ido aprendiendo de sus madres, abuelas, ancestras, que nuestra resistencia es invencible. Que nuestro feminismo es un hacer colectivo y multitudinario, que no se puede «controlar» a través del asesinato. Que es un movimiento de millares de brujas que vuelan los cielos en bandadas, invitando a desobedecer el orden y a romper el silencio patriarcal.

Nuestras acciones no están reducidas a un grupo de temas de «interés de las mujeres». Somos parte del conjunto de las luchas populares por la vida, y por la libertad, por la justicia y por la dignidad. Sabemos que estas luchas exigen revoluciones. Transformaciones profundas de nuestros modos de estar en el mundo, de relacionarnos entre nosotras, nosotros y en la naturaleza. Por eso, a la vez que somos parte del conjunto de luchas sociales y políticas, de las luchas por reformas y por revoluciones, exigimos a nuestros compañeros en las organizaciones políticas, en los movimientos populares y en las casas, que sean sensibles y pasen a formar parte de nuestras demandas como mujeres. Porque no alcanza con volverse «políticamente correctos», y decirse solidarios con las luchas feministas. Es imprescindible que las revoluciones los atraviesen, y que quienes tienen privilegios por ser varones, o por ser blancos/as, o por otros factores que se vuelven hegemónicos, renuncien conscientemente a esos privilegios, para caminar a la par de las más oprimidas entre los oprimidos.

Nuestras revoluciones están en marcha. A pesar del retroceso que sacude al Continente y al mundo, a pesar de la guerra que nos han declarado, las feministas seguimos en las calles, no abandonamos las plazas, no aceptamos que nos impongan los derechos de propiedad sobre nuestras vidas o sobre nuestros territorios.

Aunque nos maten, aunque nos amenacen, aunque nos encarcelen, seguiremos acompañando a cada hermana que defiende su cuerpo o su espacio de vida, acuerparemos a cada mujer amenazada, a cada lesbiana, trans, travesti, hostigada por la heteronormatividad, a cada niña abusada. Seguiremos buscando a cada muchacha desaparecida. Y continuaremos denunciando a cada violento hijo del patriarcado y a sus cómplices. No van a lograr encerrarnos en el mundo doméstico otra vez.

Somos herederas de esas brujas que ardieron, y de las que sobrevivieron para contarlo. Somos las mujeres invisibles, que ahora ocupamos el espacio público, y todos los espacios que deseamos, para revolucionar las revoluciones, desde nuestros cuerpos y territorios insurrectos.

 

Claudia Korol

Buenos Aires, Argentina