La mujer y la Conquista
La mujer y la Conquista
Eduardo Hoornaert
Hay un robo que los europeos practicaron desde su llegada a Brasil, en el siglo XVI. Fue el robo de mujeres y niños. Desde que los primeros jesuitas llegaron a Salvador, en 1549, se llevaban a la fuerza del seno de sus familias, a niños de 8 a 14 años, diciendo que iban a educarlos en sus colegios.
Los sacerdotes querían que los jóvenes obedeciesen a sus órdenes, ya que los mayores no aceptaban la nueva doctrina. Otros sacerdotes, más tarde, ponían a los niños en colegios e internados, lejos de sus familias, para enseñarles el catecismo. Allí, esos jóvenes aprendían a despreciar la manera de ser de su nación y eran tratados como ignorantes y atrasados.
Más grave era el robo de mujeres, tomadas a diente de perro, o a lazo de caballo, para llevarlas a vivir con los soldados conquistadores, o con los colonos. Los hombres de las aldeas indígenas morían en las luchas y las mujeres eran apresadas y se convertían en madres de mestizos.
El robo de mujeres dio inicio al mestizaje, pues el hijo de las uniones entre soldados, comerciantes o colonos con las mujeres del lugar tenía un portugués como padre y por madre a una india.
La población latinoamericana es en su mayor parte fruto de este mestizaje que involucró no solamente a los indígenas sino también a los africanos traídos acá como esclavos.
El mestizaje que dio origen al pueblo latinoamericano no fue tan pacífico como se suele decir. A veces fue realizado con mucha violencia.
Eduardo Hoornaert
El capitán Alonso López de Avila prendió una moza india y bien dispuesta y gentil mujer, andando en la guerra de Bacalar. Esta prometió a su marido, temiendo que en la guerra no lo matasen, no conocer otro hombre sino él, y así no bastó persuasión con ella para que no se quitase la vida por no quedar en peligro de ser ensuciada por otro varón, por lo cual la hicieron aperrear». (Diego de Landa, «Relación de las cosas de Yucatán»)
Una mujer maya murió devorada por los perros. Su historia, reducida a unas cuantas líneas, concentra una de las versiones extremas de la relación con el otro. Su marido, no le deja ninguna posibilidad de afirmarse en cuanto sujeto libre: el marido, que teme morir en la guerra, quiere conjurar el peligro privando a la mujer de su voluntad. La guerra no será sólo una historia de hombres: aun muerto él, su mujer debe seguir perteneciéndole. Cuando llega el conquistador español, esa mujer ya no es más que el lugar donde se enfrentan los deseos y voluntades de dos hombres. Matar a los hombres, violar a las mujeres: éstas son las pruebas de que un hombre detenta el poder, y sus recompensas. La mujer elige obedecer a su marido y a las reglas de su propia sociedad; pone todo lo que le queda de voluntad personal en inhibir la violencia de la que ha sido objeto. Pero, justamente, la exterioridad cultural determina el desenlace de este pequeño drama: no es violada, como hubiera podido serlo una española en tiempos de guerra, sino que la echan a los perros, porque es al mismo tiempo india y mujer que niega su consentimiento. Jamás ha sido más trágico el destino del otro.
Tzvetan Todorov
La cuestión del otro.