La mundialización desde casa

La mundialización desde casa

Pedro CASALDÁLIGA


La Agenda Latinoamericana del año pasado estaba dedicada a la mundialización. A la otra mundialización, evidentemente. Porque, ni nosotros ni la gran humanidad ni el propio Dios podemos aceptar esa mundialización del mercado total que nos quieren imponer, excluidora de la inmensa mayoría y destruidora del entorno ecológico.

En continuidad con ese tema, actualísimo para mal o para bien, dependiendo de cómo la misma humanidad lo aborde, este año nuestra Agenda se dedica a la mundialización desde casa: cómo hacer Patria Grande de verdad en la intersolidaridad de esas varias Patrias Hermanas que conforman Nuestra América, haciendo así, desde una base continental, mundialidad de la buena, la otra mundialidad.

Negarse a ese «cambio de época» que estamos viviendo y que fundamentalmente es la mundialización en todos sus aspectos, sería volver la espalda a la realidad y al futuro. Ni el espíritu latinoamericano ni la teología de la liberación, que propugnamos como referenciales de nuestro talante y de nuestra fe, nos avalarían esa actitud irreal, de huida. Ese espíritu y esa teología, por definición, se vuelcan sobre la realidad y la praxis, hacia la utopía y la esperanza.

Mundializarse hoy -pero con esa otra mundialización- es el único modo de ocupar dignamente el espacio y la misión que nos tocan como personas conscientes y como Pueblos vivos.

Hace tiempo que suspiro por que algún Galeano, de esos que transitan por las «venas» y las «memorias» y los «sueños» de Nuestra América, nos escriba un libro ardiente que podría titularse así: «La Patria Grande contada con amor». Esa «federación de identidades», al decir de Mario Benedetti; una federación que nunca podría reducirse a tratados de papel y que jamás debería transformarse en una «integración» de esas que diluyen precisamente las identidades, como lo vienen intentando las políticas indigenistas oficiales a lo largo de nuestra historia, siempre colonialista (desde fuera y desde dentro).

Pues bien, hoy sueño más: que alguien, que todos, cada uno y cada una, desde el escritorio vital de la propia existencia y lucha y organización, escribamos y hagamos, en proceso, sin claudicaciones, con mucha esperanza, esa Humanidad entera contada y cantada y fraguada con amor. Por ahora, y sin miedo a ser incomprendidos, sin claudicar a las propuestas ingenuas de cambiar de paradigma, sin renunciar ni a la lucha ni a la esperanza, gritando proféticamente nuestra indignación contra esa mundialización neoliberal. «Nos indignamos, luego existimos», escribía con rasgada autenticidad el inolvidable Albert Camus, a quien dieron el premio Nobel para no darle la razón, quizá...

Desde la indignación, pues, que denuncia, que se rebela, que desbarata, en el propio corazón, en la familia, en el barrio, en la provincia, en el país, en el Continente, en el Mundo, esa pseudodemocracia que permite votar (tan controladamente) y que reduce los recursos básicos destinados a la salud, la educación, la comunicación elemental, la vida. Y desde la utopía siempre, y ahora más que nunca: Utopía «necesaria como el pan de cada día».

Es chistoso y repugnante ver a esos teóricos y ejecutivos, que un día condenaban tan dogmáticamente todo lo que pareciese una promesa socialista de futuro, imponer ahora unos ajustes económicos que literalmente matan, por desempleo, por falta de asistencia sanitaria y por hambre real, a la mayor parte de nuestras poblaciones... con la promesa de que llegaremos finalmente a ser, también nosotros, unos «tigres» neoliberales más.

La Agenda de este año lleva como título de portada esa definición de lo que es, de lo que debe ser, Nuestra América: Una Patria de Patrias Hermanas. Sin grandes ni pequeñas, evidentemente. También dentro de esta nuestra casa continental, las hegemonías prepotentes son una tentación. En el Continente como un todo, y en cada país. En Brasil, por ejemplo, fácilmente el «Sur maravilla» mira por encima de los hombros al Nordeste empobrecido, y la Argentina de Buenos Aires fácilmente pospone a las gentes hermanas «de tierra adentro».

Sólo podremos contribuir a la mundialización alternativa si luchamos denodadamente por una continentalización, alternativa también. La integración latinoamericana que necesitamos y pretendemos -¿cómo no?- no es esa que tan neocolonialmente nos hacen tragar en los mercados regionales, en ciertas decisiones de la inexpresiva OEA, o por los convenios arbitrarios que con tanta frecuencia hacen nuestros mandatarios con empresas y gobiernos que no nos aman precisamente, sino que nos chupan.

Es cierto que en las últimas décadas ha crecido la conciencia interlatinoamericana y el encuentro solidario y el sueño común de una América Nuestra una, como la cultivaron en sus respectivas visiones Bolívar, Martí, el Che, Mariátegui o Neruda... Y, por ironía de la historia, que siempre, desde la tierra de los pobres y desde el cielo del Dios de la Vida, acaba dando razón a los vencidos, hay que agradecérselo incluso a las mismas dictaduras militares, que hicieron que nuestras respectivas Patrias se sintieran más hermanas de sangre heredada y de sangre derramada.

Pero ahora nos toca hacer, además de soñar. No ser pragmático no significa no ser programático. Hemos de conjugar cada día más, en nuestros movimientos populares y en nuestras comunidades de fe, la razón política, la razón ética y la razón utópica. La utopía hacia mañana con el cada día de hoy; el amor mayor con el gesto normal; la hermosa rutina de la fidelidad diaria con la esperanza escatológica del Reino.

Hacer. Utilizando todas esas mediaciones pedagógicas que nuestro Pueblo sabe manejar tan bien. Multiplicando las realizaciones alternativas, en la reforma agraria (al estilo del movimiento brasileño de los Sin Tierra ), en la promoción popular de la educación y la salud, en la expansión de las varias fórmulas de ese Movimiento Popular que tantas veces puede corregir y ciertamente completar la visión y la acción, más unilaterales, de un partido o de un sindicato (todavía indispensables, eso sí, pero siempre reformables).

Universalizando, dentro del propio Continente, la vida y sus fuentes y sus sueños, la verdadera democracia participativa y socializadora, la intersolidaridad de igual para igual, contribuiremos como Patria de muchas Patrias Hermanas a construir esa Patria Universal, esa Mundialización otra, que fue, desde el principio, el proyecto libérrimo -no liberal- de Dios.