La noche oscura de los pobres en Centroamérica
La noche oscura de los pobres en Centroamérica
Pedro Casaldáliga
En mis viajes de solidaridad a Centroamérica -esa región desconcertantemente sacramental, centro geopolítico de Dios y del diablo, pueblo crucificado, colectivo Siervo Sufriente- y tropezando, en cada esquina, con mutilados de guerra, viudas y huérfanos, clandestinos y refugiados, desplazados y prohibidos de toda especie, con frecuencia se me ha hecho esta pregunta:
- Monseñor, ¿dónde está el Dios de los pobres?
Con la fácil retórica eclesiástica a la que nosotros estamos acostumbrados, yo he respondido siempre:
- ¡Con los pobres!
Reconozco, sin embargo, que más que una respuesta, esta respuesta mía es más bien una nueva pregunta:
- ¿Cómo se demuestra que Dios está con los pobres? ¿Cómo se le ve a Él el rostro y el corazón en medio de esas situaciones inhumanas, bajo la férula de la injusticia y la opresión, en la desolación de la miseria?
La vida de los pobres -allí, aquí, en Centroamérica muy concretamente- no es de día, es de noche “noche oscura”. Menos poética y menos mística que la noche oscura de Juan de la Cruz... Aquellos, estos pobres, tienen todos los motivos humanos para rebelarse contra el Dios vida-amor-liberación. Su esperanza - esa sí, “contra toda esperanza” - justifica sobradamente la sorpresa que Péguy pone en la boca de Dios con respecto a la “más pequeña” de las tres virtudes teologales: la incomprensible esperanza de los humanos.
En todo el Tercer Mundo, pero muy específicamente en Centroamérica, que es un Tercer Mundo de creyentes cristianos, oprimidos por otros cristianos, la tentación de la blasfemia podría ser decididamente normal, atendidas las situaciones en que el Pueblo centroamericano vive o se desvive é muere. Porque todo allí confluye para dudar, para sublevarse contra todo é contra todos, para negar la vida misma. Desde la naturaleza - con sus volcanes y terremotos y maremotos - hasta el poder civil o religioso, quizás.
Los sucesivos gobiernos se venden, lacayos de los imperios siempre, y las instituciones - aun las llamadas democráticas- no funcionan cuando se trata de los derechos de los Pobres. El desempleo alcanza a un 60 por ciento, por lo menos, de la población centroamericana. Es la región con más índice de migración en todo el continente. Le han fallado las revoluciones o sus transformaciones estructurales han sido castradas -en la reforma agraria, en la salud, en la educación, en la vivienda, en la participación popular efectiva- y algunos líderes revolucionarios no han sido dignos de su pasado heroico ni de las esperanzas que en ellos depositó su Pueblo. Para Centroamérica, sobre todo, patio trasero del imperio capitalista, la caída de la utopía socialista ha sido la entrada ciega en una nueva noche, mientras para los pocas de siempre otra vez se hace realidad la nueva rastrera utopía del Capital y el Mercado divinos, señores definitivos de una Historia humana (¡) que ya ha llegado a su “no va más”'.
Quien podría sustentar mejor la esperanza de esos pueblos -cristianos, he dicho- seria evidentemente la propia Iglesia de Jesús. Pero en ciertos países centroamericanos esa Iglesia, en su oficialidad, en sus estructuras o en la rutina de sus religiosos o de sus fieles más abastados, con demasiada frecuencia ha sido, o es, una nueva piedra de tropiezo para la esperanza de los Pobres.
Con lo cual, la noche de la sociedad -su Economía de hambre, su Política de marginación y/o represión- se ha extendido también sobre la Iglesia. En el mundo -en la sociedad humana-, podría explicitar mejor Jesús, pasaréis muchos aprietos; y en la Iglesia -que debería ser mi comunidad fraterna- los pasaréis también. (¿Añadirla Jesús, consecuente siempre El pero no temáis, que yo he vencido al mundo y a ésa Iglesia?).
No estoy acusando a nadie. O me estoy acusando a mí mismo igualmente, en todo caso. Porque esa insensibilidad o la connivencia eclesiástica frente a la miseria, la marginación y la injusticia institucionalizada fácilmente se tornan hábito en nosotros, que ni somos Pobres ni estamos muy cerca, a diario, de los Pobres, ni tenemos el humilde coraje martirial de enfrentar a los ricos y a los poderosos y a los injustos de este mundo. La pregunta ¿Dónde está el Dios de los pobres?, debería desdoblarse en esta otra: ¿Dónde está la iglesia del Dios de los pobres, si éste es el Dios de Jesús?
Lo cual no disculpa a la sociedad -considérese cristiana o no- ni justifica la iniquidad de gobiernos, ejércitos y oligarquías, más o menos genocidas en nuestra Centroamérica.
Sé muy bien que esa noche oscura no es de hoy. Desde Job a Guamán Poma o desde Camus a César Vallejo, Dios viene siendo emplazado, con diferentes tonos, a responder por el dolor de los inocentes y por la desolada noche de los pobres. Y ésa sí que fue la última tentación de Cristo»: Dios mío, Dios mío, ¿porqué nos has abandonado? Él la vivió y la murió, como una noche oscura personal y como la noche oscura de todos sus hermanos y hermanas pobres de todos los tiempos. Pero Él -y ahí está la respuesta definitiva para nuestra fe cristiana - también la -resucitó superándola con su victoria sobre la injusticia y sobre la muerte.
Sin que esto impida que siga siendo noche oscura» la vida de los Pobres. Sin que esto justifique ni su esperanza inerte ni la buena conciencia de los que no somos Pobres. Sin que esto nos dispense -ni a los Pobres ni a sus aliados- de la oración de agonía o de la rebeldía solidaria o de la lucha política o de la organización popular.
Sólo viviendo la noche oscura de los Pobres se puede vivir el Día de Dios. Las estrellas sólo se ven de noche...
¿POR QUÉ NO CAMBIAS DE DIOS?
PARA CAMBIAR DE VIDA HAY QUE CAMBIAR DE DIOS.
HAY QUE CAMBIAR DE DIOS PARA CAMBIAR LA IGLESIA.
PARA CAMBIAR EL MUNDO HAY QUE CAMBIAR DE DIOS.