La nueva perspectiva espiritual de habitar la Tierra
La nueva perspectiva espiritual de habitar la Tierra
Faustino Teixeira
La historia humana ya ha pasado por varias crisis, pero en este momento crucial de la llamada «civilización global» vive una de las situaciones más trágicas, que puede ser identificada por la salida de la «zona de seguridad» en campos delicados como el calentamiento planetario, los cambios climáticos y la pérdida de la biodiversidad. Y se anuncian otros riesgos, relacionados con el uso del agua dulce, la acidificación de los océanos y el cambio en el uso de la tierra (DANOWSKI; VIVEIROS DE CASTRO, 2014, 20-21). El ser humano, en su «vocación ecocida», deja de ser únicamente un agente biológico, para transformarse en una fuerza geológica, capaz de cambiar radicalmente la fisionomía del planeta, comprometiendo con su acción no sólo a las demás especies y seres vivos, sino a sí mismo. Es el tiempo del Antropoceno, con todos los riesgos asociados.
En su bella encíclica Laudato si’, el papa Francisco denuncia con vigor ese deterioro del medio ambiente, indicando que los más perjudicados son «los más frágiles del planeta» (LS 48). Lanza con tenacidad un grito en favor de una nueva solidaridad y de defensa de la Tierra como Casa común. Ante las previsiones catastróficas hace un llamado: «¿Qué tipo de mundo queremos dejar a nuestros hijos?» (LS 160). Y otros líderes religiosos como el patriarca Bartolomé I y el monje zen budista Thich Nhat Hanh se unen para recordar que todos nosotros «somos Tierra», y que nuestro cuerpo está «constituido por los elementos del planeta».
En diversos campos del saber se retoma hoy un vivo cuestionamiento sobre las pretensiones humanas de entenderse como especie especial u ombligo del mundo. En realidad, el ser humano ya no se sostiene como especie solitaria y autosuficiente: la naturaleza y la cultura ya no se distinguen, y la sociedad y el ambiente forman parte de un mismo itinerario (DESCOLA, 2013). Según el antropólogo Lévi-Strauss, esa reinvindicación de excepcionalidad por parte del ser humano ha acabado provocando una nefasta historia de exclusión:
«Comenzamos por considerarnos especiales respecto a los demás seres vivos. Eso fue sólo el primer paso, para pasar enseguida algunos de nosotros a considerarse mejores que los demás seres humanos. Y así comenzó una historia maldita en la que vamos excluyendo cada vez más (...). Es el excepcionalismo humano, después el excepcionalismo de los blancos, de los cristianos, de los occidentales... Vamos excluyendo, excluyendo, excluyendo... Hasta acabar solos, mirándonos en el espejo» (BRUM, 2014)
El camino que se anuncia ahora va en otra dirección, no ya de la excepcionalidad, sino de la interligación. Crece la percepción de que «toda la esfera de lo viviente tiene un valor intrínseco». Más allá de la necesaria defensa de los derechos humanos, hay que añadir la defensa de los «derechos característicos» de las diferentes formas de vida.
En realidad, el ser humano no se basta a sí mismo, pero es parte de la comunidad de la vida. De ahí el énfasis en la interconexión y en la interligación: «Todo está interrelacionado. Si el ser humano se declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador absoluto, se desmorona la base misma de la existencia» (LS 117). Importantes antropólogos como Philippe Descola y Tim Ingold, han insistido en una «eco-antropología relacional», donde la idea de red, malla y organización adquieren un significado peculiar. El ser humano es, sobretodo, nexo singular y creativo, abierto y atento a la cadencia del mundo. No hay ruptura entre naturaleza y sociedad, sino un vínculo móvil que apunta hacia un ritmo distinto del habitar. Es todo un camino de reinserción del ser humano «en el interior de la continuidad del mundo de la vida» (INGOLD, 2015, 26).
Ese cuestionamiento al antropocentrismo viene acompañando la recuperación de las cosmologías antiguas y sus inquietudes. Como afirma el chamán Yanomami, Davi Kopenawa, «en la floresta, la ecología somos nosotros, los humanos. Pero lo son también, tanto como nosotros, los xapiri, los animales, los árboles, los ríos, los peces, el cielo, la lluvia, el viento y el Sol». Del chamán procede una invitación singular, a «soñar la tierra», captando su ritmo vital. La Tierra es un organismo vivo, siempre nueva y húmeda, aunque los blancos, infelizmente, no consigan escuchar sus lamentos. El soplo de vida de la floresta es «muy largo», mientras que el soplo de los humanos es «muy breve» (KOPENAWA; ALBERT, 2015, 480, 468 y 472). Es de ese soplo vital del que procede la dinámica que puede propiciar el sustento y la curación, pero para ello es necesario provocar un nuevo enamoramiento. Es necesario ampliar el concepto de «nosotros», ensanchar sus mallas, de forma que envuelva con seriedad todo aquello que brilla en el ambiente vital (VIVEIROS DE CASTRO, 2008, 257). Ninguna criatura es superflua en esa red: hay una comunión que integra la humanidad con la animalidad, la plantidad, la vegetalidad y la mineralidad.
La apertura de la mirada, de forma que pueda captar esta comunidad de vida que circunda la dinámica del ambiente, es un proceso que implica otro ritmo contemplativo. El escritor Octavio Paz mostró con propiedad cómo se da esa transformación de la actitud ante el mundo natural. Lo que antes era algo ajeno o incluso hostil, pasa a ser percebido de forma distinta, en cuanto se da la transformación interior. La naturaleza pasa a quedar implicada en el mismo ritmo vital de la persona: «Y de ese sentirnos nada pasamos, si la contemplación se prolonga y el pánico no nos embarga, al estado opuesto: el ritmo del mar se adapta al compás de nuestra sangre; el silencio de las piedras es nuestro propio silencio; andar sobre la arena es caminar por la extensión de nuestra conciencia, ilimitada como la playa; los sonidos del bosque nos aluden. Todos nosotros formamos parte de todo. El ser emerge de la nada. Un mismo ritmo nos mueve, un mismo silencio nos rodea» (PAZ, 2012, p. 160-161).
Eso es lo que los pueblos originarios captan con frecuencia natural. Una de los mayores líderes indígenas brasileños, Ailton Krenak, subraya que la naturaleza es algo que existe y brilla en cada una de las células de su cuerpo. Todo el entorno está permeado por el toque y por la fragancia del Misterio. Lo sagrado –dice– «puede ser todo aquello en lo que ponemos los ojos, dependiendo de con qué ojos miramos el mundo». No hay por qué ver en las montañas sólo su potencial mineral o en los ríos su capital energético; hay que desvelar la dimensión de Misterio que se esconde trás su apariencia superficial (KRENAK, 2015, 83 e 231-232).
La Carta de la Tierra destaca la importancia de esa preservación de los conocimientos tradicionales y de la sabiduría espiritual presente en las diversas culturas. Son saberes ancestrales que contribuyen de forma esencial a la protección ambiental y al bien-estar humano (BOFF, 2002, 154). La edificación de la paz es consecuencia de la instauración de nuevas relaciones, positivas y constructivas, del sujeto consigo mismo, con los otros, con las distintas culturas, con la Tierra y con el Misterio siempre mayor. Para ello, es necesario un camino de interiorización. Hay que ampliar ese espacio interior para vislumbrar las mallas esenciales del cuidado. Como mostró el papa Francisco, «la paz interior de las personas tiene mucho que ver con el cuidado de la ecología y con el bien común, porque, auténticamente vivida, se refleja en un equilibrado estilo de vida aliado con la capacidad de admiración que lleva a la profundidad de la vida» (LS 225). El patriarca ecuménico, Bartolomé I, en fina sintonía con el papa Francisco, indicó la centralidad de ese camino espiritual: hacer más silencio para poder escuchar la voz de la creación (BARTHOLOMEOS I, 2015, 35). Se trata de un aprendizaje singular heredado de los santos de la Iglesia oriental antigua, o sea: aquellos que se perfeccionan en la purificación del corazón, que buscan un corazón puro, son capaces de percibir con naturalidad la profunda vinculación que hermana al ser humano con la totalidad de la creación. No es algo simplemente emocional, sino de fuerte densidad espiritual, en su motivación y en su contenido.
Bibliografía: BOFF, Leonardo. Del iceberg al arca de Noé. Santander: Sal Terrae: 2004. BRUN, Eliane, Diálogos sobre el fin del mundo, «El País», 29/09/2014. DANOWSKI, Déborah & VIVEIROS DE CASTRO, E. Há mundo por vir? Florianópolis/São Paulo: Cultura e Barbárie/Instituto Sócioambiental, 2014. DESCOLA, Philippe. L´ecologia degli altri. L´antropologia e la questione della natura. Roma: Linaria, 2013. DESCOLA, Philippe. Más allá de naturaleza y cultura. Buenos Aires: Amorrortu, 2012. INGOLD, Tim. Estar vivo. Ensaios sobre movimento, conhecimento e descrição. Petrópolis: Vozes, 2015. KOPENAWA, Davi & ALBERT, B. A queda do céu. Palavras de um xamã Yanomami. São Paulo: Companhia das Letras, 2015. KRENAK, Ailton. Encontros. Rio: Azougue, 2015. PAZ, Octavio. El arco y la lira. México: FCE, 1970. THICH NHAT HANH. Lettera d´amore alla madre terra. Milano: Garzanti, 2016. VIVEIROS DE CASTRO, E. Encontros. Rio de Janeiro: Azougue, 2008.
Faustino Teixeira
Juiz de Fora, Brasil