La otra mundialización

La otra mundialización

Pedro Casaldáliga


Nuestra AGENDA LATINOAMERICANA -o afro/mestizo/amerindia, para nombrarla más integralmente- nació, del amor y de la ira, para propugnar las Grandes Causas de esta Patria Grande, maltratada y rebelde. Para avivar la memoria de sus hijos e hijas. Para exhibir con juvenil altivez, ahora que las utopías y las identidades no se llevan, la identidad y la utopía que nos han ido configurando. Para protestar contra cualquier tipo de nueva colonización, política, económica o cultural, que nos quiera sojuzgar. Para potenciar nuestra alteridad inclaudicable, complementaria de las otras identidades de la humana totalidad.

Dicho con más modestia: para ayudar un poco a hacer todo eso que acabo de escribir.

Hecha de muchas patrias -hermanadas por la sangre y por la historia o fratricidas a veces por unas fronteras estúpidas- nuestra continentalidad de Patria Grande puede y debe y quiere formar parte de la Patria Mayor, la entera Humanidad, o el Universo entero a medida que todo él se vaya haciendo patria. (¿Dialogarán un día las estrellas entre sí? ¿Vendrán a visitar este minúsculo islote sideral que se llama Tierra los habitantes de otras islas siderales? Pues a ellos estaremos abiertos, ¿cómo no?, cuando llegue la hora de ese convivio cósmico, porque cuantos más seamos, complementándonos, más bellamente reiremos...).

No nos negamos a la «globalización» o «mundialización». Queremos la mundialización; pero otra. Nos negamos a esa mundialización neocolonizadora que nos quieren imponer neoliberalmente, haciéndonos mercado total de lucro para ellos y de miseria para nosotros. Nos negamos a meter el cuello en la argolla de esa «condena de una sola alternativa» (Kolalowski), ahora neoliberal.

El problema no es sí-o-no a la mundialización, sino de qué mundialización se trata. Soñar con un «gobierno mundial para el siglo XXI», trae consigo el problemilla de ver quién va a gobernar ese gobierno. ¿Los mismos?

Los 6000 millones de humanos y humanas que vamos a ser pronto, ¿contaremos todos y cada uno, con respetada dignidad, en esa sociedad mundializada? Demasiado sabemos que esa sociedad mundial -la que de hecho impera- «tiene unas estructuras muy definidas, resultado de los procesos de estructuración (fundamentalmente coloniales o imperiales) iniciados con la modernidad»; y que «estas estructuras se refieren al acceso -o no acceso- a las cosas reales (economía), al poder de unos sobre otros (política) y a los subsistemas de sentido que acompañan a las habitudes (ideología)». Así como vamos sabiendo cada día más dramáticamente que «todo el sistema social se encuentra en relación con su medio natural (ecología)» (Antonio González).

Se dice que estamos viviendo «la primera revolución mundial». Ciertamente no para el bien de las mayorías, esa revolución que está creando un mundo de excluidos que ni siquiera tienen «el derecho de tener derechos». Las estadísticas braman: 2000 millones de seres humanos malviven pésimamente en nuestro planeta azul, 800 millones están en pobreza extrema o miseria y 40 millones se mueren de hambre cada año.

Un mundo dividido entre «los siete» y los otros tiene gracia infernal. El comercio internacional de armas se ejerce, por los grandes del Consejo de Seguridad de la ONU en favor de la economía de los países ricos y encima de la carne y el llanto de los países pobres: una verdadera exportación internacional de muerte. El «libre mercado» es libre sólo para ellos. Y el «consenso de Washington» no es precisamente el consenso de la Humanidad ni el parecer de aquel Dios Vivo que nada tiene que ver con la «idolatría del mercado».

Ni la ONU, como está, falsamente proclamada como organización de «las» naciones «unidas», ni mucho menos el FMI que dicta los coeficientes del lucro de ellos y los «deficientes» de la miseria nuestra, podrán ser las instituciones de esa confraternización universal que soñamos. Otros criterios, otras voluntades, otros organismos necesita el Mundo Humano para ser un solo Mundo, sin primeros lujuriantes ni terceros miserables ni esos cuartos marginales del desván de la posmodernidad económica y social.

La otra mundialización, la que propugnamos y en la que debe inscribirse apasionadamente nuestra Patria Grande y todos y cada uno de sus hijos e hijas, proclama «un solo mundo con un proyecto común» de vida y justicia, de solidaridad y reparto, de libertad y utopía, de respeto fraterno y de paz real. Sin mayores ni menores. Desde la propia identidad en interacción con las otras identidades, todas venerables. Reforestar el corazón, «pisando con cuidado sobre la Tierra», como demanda el Corán. «Pensando mundialmente y actuando localmente», o continentalmente y mundialmente también. Integrados, primero, en Nuestra América, no precisamente en «mercos» del norte o del sur teledirigidos, sino en pueblos adultamente protagonistas. Preocupados no por la «sostenibilidad del sistema (capitalista o neoliberal) sino por la sostenibilidad de la Sociedad Humana» (L. Boff), digna de este nombre.

Yendo hacia la Patria Mayor de la Humanidad entera y superando lo más aceleradamente posible, proféticamente, quizá martirialmente, las barreras del racismo, de la xenofobia, de los intereses y la prepotencia.

Desde la fe cristiana, yendo más allá, o más adentro. Yendo hacia aquella Patria Máxima que, con Jesús de Nazaret, llamamos «Reino de Dios» y que ya va siendo aquí, en la medida que el tiempo y la labilidad lo permiten, y que será un día plenamente allá. «El destino de la raza humana», como decía Albert Nolan, en medio de sus batallas teológicas contra el apartheid sudafricano.

Como nuestra AGENDA LATINOAMERICANA va siendo cada año más mundial, en países y en lenguas, es evidente que el llamado a luchar por la otra mundialización lo hacemos también a (y lo recibimos a la vez de) los hermanos y hermanas de otras patrias que, solidarios con nuestra Patria Grande, ya están haciendo Patria Mayor desde su cada día y su respectivo lugar.