La Patria Grande es memoria y esperanza

La Patria Grande es memoria y esperanza

Eduardo Galeano


La desmemoria/1

Estoy leyendo una novela de Louise Erdrich.

A cierta altura, un bisabuelo encuentra a su bisnieto.

El bisabuelo está completamente chocho (sus pensamientos tienen el color del agua) y sonríe con la misma beatífica sonrisa de su bisnieto recién nacido. El bisabuelo es feliz porque ha perdido la memoria que tenía. El bisnieto es feliz porque no tiene, todavía, ninguna memoria.

He aquí, pienso, la felicidad perfecta. Yo no la quiero.

La desmemoria/2

El miedo seca la boca, moja las manos y mutila. El miedo de saber nos condena a la ignorancia; el miedo de hacer nos reduce a la impotencia. La dictadura militar, miedo de escuchar, miedo de decir, nos convirtió en sordomudos. Ahora la democracia, que tiene miedo de recordar, nos enferma de amnesia; pero no se necesita ser Sigmund Freud para saber que no hay alfombra que pueda ocultar la basura de la memoria.

El río del Olvido

La primera vez que fui a Galicia, mis amigos me llevaron al río del Olvido. Mis amigos me dijeron que los legionarios romanos, en los antiguos tiempos imperiales, habían querido invadir estas tierras, pero de aquí no habían pasado: paralizados por el pánico, se habían detenido a la orilla de este río. Y no lo habían atravesado nunca, porque quien cruza el río del Olvido llega a la otra orilla sin saber quién es ni de dónde viene.

Yo estaba empezando mi exilio en España, y pensé: si bastan las aguas de un río para borrar la memoria ¿qué pasará conmigo, resto de naufragio, que atravesé toda una mar?

Pero yo había estado recorriendo los pueblecitos de Pontevedra y Orense, y había descubierto tabernas y cafés que se llamaban Uruguay o Venezuela o Mi Bueno Aires Querido y cantinas que ofrecían parrilladas o arepas, y por todas partes había banderines de Peñarol y Nacional y Boca Juniors, y todo eso era de los gallegos que habían regresado de América y sentían, ahora, la nostalgia al revés. Ellos se habían marchado de sus aldeas, exiliados como yo, aunque los hubiera corrido la economía y no la policía, y al cabo de muchos años estaban de vuelta en su tierra de origen, y nunca habían olvidado nada. Ni al irse, ni al estar, ni al volver: nunca habían olvidado nada. Y ahora tenían dos memorias y tenían dos patrias.

El sistema

Los funcionarios no funcionan.

Los políticos hablan pero no dicen.

Los votantes votan pero no eligen.

Los medios de información desinforman.

Los centros de enseñanza enseñan a ignorar.

Los jueces condenan a las víctimas.

Los militares están en guerra contra sus compatriotas.

Los policías no combaten los crímenes, porque están ocupados en cometerlos.

Las bancarrotas se socializan, las ganancias se privatizan.

Es más libre el dinero que la gente.

La gente está al servicio de las cosas.

Las tradiciones futuras

Hay un único lugar donde ayer y hoy se encuentran y se reconocen y se abrazan, y ese lugar es mañana.

Suenan muy futuras ciertas voces del pasado americano muy pasado. Las antiguas voces, pongamos por caso, que todavía no dicen que somos hijos de la tierra, y que la madre no se vende ni se alquila. Mientras llueven pájaros muertos sobre la ciudad de México, y se convierten los ríos en cloacas, los mares en basureros y las selvas en desiertos, esas voces porfiadamente vivas nos anuncian otro mundo que no es este mundo envenenador del agua, el suelo, el aire y el alma.

También nos anuncian otro mundo posible las voces antiguas que nos hablan de comunidad. La comunidad, el modo comunitario de producción y de vida, es la más remota tradición de las Américas, la más americana de todas: pertenece a los primeros tiempos y a las primeras gentes, pero también pertenece a los tiempos que vienen y presiente un nuevo Mundo.

Porque nada hay menos foráneo que el socialismo en estas tierras nuestras. Foráneo es, en cambio, el capitalismo: como la viruela, como la gripe, vino de afuera.

La cultura del terror

La extorsión,

el insulto,

la amenaza,

el coscorrón,

la bofetada,

la paliza,

el azote,

el cuarto oscuro,

la ducha helada,

el ayuno obligatorio,

la comida obligatoria,

la prohibición de salir,

la prohibición de decir lo que se piensa,

la prohibición de hacer lo que se siente

y la humillación pública

son algunos de los métodos de penitencia y tortura tradicionales en la vida de familia. Para castigo de la desobediencia y escarmiento de la libertad, la tradición familiar perpetúa una cultura del terror que humilla a la mujer, enseña a los hijos a mentir y contagia la peste del miedo.

-Los derechos humanos tendrían que empezar por casa -me comenta, en Chile, Andrés Domínguez.

El aire y el viento

Por los caminos voy, como el burrito de San Fernando, un poquito a pie y otro poquito andando.

A veces me reconozco en los demás. Me reconozco en los que quedarán, en los amigos abrigos, locos lindos de la justicia y bichos voladores de la belleza y demás vagos y mal entretenidos que andan por ahí y por ahí seguirán, como seguirán las estrellas de la noche y las olas de la mar. Entonces, cuando me reconozco en ellos, yo soy aire aprendiendo a saberme continuado en el viento.

Me parece que fue Vallejo, César Vallejo, quien dijo que a veces el viento cambia de aire.

Cuando yo ya no esté, el viento estará, seguirá estando.

Zumbí

Honduras del paisaje, hondones del alma. Fuma en pipa Zumbí, perdida la mirada en las altas piedras rojas y en las grutas abiertas como heridas, y no ve que nace el día con luz enemiga ni ve que huyen los pájaros, asustados, en bandadas.

No ve que llega el traidor. Ve que llega el compañero, Antonio Soares, y se levanta y lo abraza. Soares le hunde varias veces el puñal en la espalda.

Los soldados clavan la cabeza en la punta de una lanza y la llevan a Recife, para que se pudra en la plaza y aprendan los esclavos que Zumbí no era inmortal.

Ya no respira Palmares. Había durado un siglo y había resistido más de cuarenta invasiones este amplio espacio de libertad abierto en la América colonial. El viento se ha llevado las cenizas de los negros de Macacos y Subupira, Dambrabanga y Obenga, Tabocas y Arotirene. Para los vencedores, el siglo de Palmares se reduce al instante de las puñaladas que acabaron con Zumbí. Caerá la noche y nada quedará bajo las frías estrellas. Pero, ¿qué sabe la vigilia comparado con lo que sabe el sueño?

Sueñan los vencidos con Zumbí; y el sueño sabe que mientras en estas tierras un hombre sea dueño de otro hombre, su fantasma andará. Cojeando andará, porque Zumbí era rengo por culpa de una bala; andará tiempo arriba y tiempo abajo y cojeando peleará en estas selvas de palmeras y en todas las tierras de Brasil. Se llamarán Zumbí los jefes de las incesantes rebeliones negras.