Liberación y macroecumenismo

Liberación y macroecumenismo

Repensando el ecumenismo desde el buen vivir

CEE, Centro de estudios ecuménicos


Desde décadas atrás, el espíritu ecuménico en América Latina ha transitado por muchos derroteros, los que las realidades mundial, continental, nacional, local y comunitaria le han impuesto. Así, lo ecuménico ha pasado de la preocupación-esperanza cristiana por el encuentro entre las diversas espiritualidades religiosas, para caminar hacia la urgencia por una comprometida y prometedora praxis común de liberación, en un contexto de muerte, exclusión y opresión. Es una apuesta que convoca a sujetos de fe y a no creyentes a compartir la acción y testimonio público hacia un cambio de modelo de vida: salir de las lógicas utilitarias, mercantilistas y privatizadoras, a un modelo de desarrollo más humano, colectivo, comunitario y organizado de felicidad y buen vivir.

La apuesta inicial del ecumenismo como proyecto religioso-eclesial de fe ha logrado trascender lo cristiano y lo inter-religioso para avanzar hacia lo universal, lo macroecuménico, abrazando la preocupación por la vida plena y la dignidad de la Creación entera, donde lo humano es una parte de esa totalidad. Es por ello que lo macroecuménico es colectivo: transita por la organización comunitaria, por la articulación de experiencias que fortalecen y promueven la esperanza. Esta esperanza mueve a las y los sujetos eclesiales y políticos populares a anunciar con nuevas y diversas vías, que es posible la vida digna y plena en los territorios violentados por el afán de riqueza de unos cuantos, en los espacios rurales y urbanos donde el tejido social ha sido desgarrado y miles de muertos y desaparecidos claman por justicia, paz y dignidad.

Esta proclama de esperanza es uno de los aportes de los pueblos originarios en resistencia y de los actuales movimientos de actores sociales emergentes: estudiantes, migrantes, indígenas, familiares de personas muertas y desaparecidas; hombres y mujeres que exigen sus derechos, que se reconocen humanamente en los barrios y vecindarios. Ésta es Nuestra América, nuestra Abya Yala. Ella nos asombra por desplegar su capacidad de interacción entre quienes no piensan igual, no sienten igual, pero en la cotidianidad viven las esperanzas con los pies en la tierra y los ojos en las estrellas, hacen uso de su palabra hablando desde el corazón, dirigen su destino y se organizan para hacerlo posible; sueñan lo que quieren para su presente y su futuro y lo hacen realidad. Desde la Patagonia hasta la Sierra Tarahumara en el norte de México, nuestros pueblos y movimientos sociales populares nos interpelan a vivir el macroecumenismo en su sentido más amplio: habitar humana y plenamente la Tierra, ser con la Creación y promover el buen vivir sin pasar por el lucro y la dominación.

Lo anterior nos invita a recrear nuestra vida desde la perspectiva del buen vivir. En breves líneas, a continuación, evocamos cuatro provocaciones. A modo de preguntas más que de afirmaciones, sobre lo que consideramos elementos constitutivos de lo macroecuménico. Son cuestionamientos que nos hacen los mismos pueblos con quienes caminamos: movimientos sociales defensores de territorios y movimientos que animan procesos de construcción de paz. Escuchándonos, compartiendo nuestro ser y nuestra vida, podremos encontrar caminos eficaces de liberación para la humanidad y para el mundo entero. Caminando juntos/as, encontrando lo común y sumando diferencias podremos construir las alternativas necesarias.

Primera provocación: la Tierra-Creación. Si estamos construyendo mundos posibles de acuerdo a una apuesta macroecuménica, no podemos pensar la humanidad fuera de su espacio vital, ya sean los cuerpos propios y los hábitat, la creación entera, Pacha-Mama, Abya-Yala, Anáhuac. Toda ella es manifestación de lo sagrado; no hay espacios religiosos y espacios profanos: toda la tierra, nuestra madre, está llena de dignidad, no puede ser objetivable, no es negociable ni manipulable a favor de una determinada cultura, religión o institución. No es nuestra propiedad, en todo caso somos propiedad de ella. Por ello su defensa y cuidado (crear condiciones para vida plena y sostenible) es el sentido de nuestro quehacer macroecuménico. Casa común, morada de la Vida, en ella cobra sentido dejar de construir y alimentar relaciones utilitarias entre los sujetos y la naturaleza, y ser conscientes de habitar sólo lo que podemos cuidar.

Segunda provocación: la Resistencia. Es lo que articula las esperanzas, y es la mística que impulsa lo ecuménico. Una dosis de esperanza ante la desesperación, una urgencia ante el perverso proyecto de dominación humana y explotación de la Tierra; es el rostro actual de la liberación, y supone la creación y recreación de proyectos alternativos de vida digna para todas/os. La construcción de un mundo donde quepan muchos mundos, que ha sido la consigna de los pueblos zapatistas en esta latitud del mundo. La resistencia agita lo que todavía vive; nos sensibiliza y nos da discernimiento para no perder el rumbo, aun cuando haya oscuridad; quita los miedos que entorpecen la libertad, permite alimentar una espiritualidad y fe en la Vida cuando en apariencia hay una ausencia de Dios; prepara el corazón y el ánimo para las dificultades que se presentan en el testimonio público cotidiano, en el generar y acompañar humanidad. Sólo la resistencia permite la organización comunitaria, la defensa de la vida y el territorio y la movilización, para visibilizar nuestras luchas y esperanzas buscando el acompañamiento común.

Tercera provocación: la Identidad. No somos solos/as en este mundo. La persona es comunidad. Frente a un modelo de sociedad que enfatiza el consumismo e individualismo, lo ecuménico de los pueblos nos enseña que «yo soy si tú eres; yo soy en la medida en que somos». El proyecto de dominación de la creación por parte de los grandes consorcios transnacionales (con la legitimación política e ideológica de los gobiernos e incluso de los sistemas religiosos), busca la destrucción de los pueblos, de sus formas de vida comunitarias, ignorando la armonía que mantienen con el entorno natural, sus formas de cooperación y sus modelos alternativos de organización económica. En su lugar, imponen una identidad egoísta e individualista y una religión intimista al margen de las preocupaciones cotidianas de la comunidad. Se desgarra así la conciencia de ser hermanas y hermanos, y nos convertimos en competidores y enemigos. Urge tomar conciencia de quiénes somos, dónde estamos y qué aportamos para salir al encuentro con los otros, hermanos y hermanas.

Cuarta y no menor provocación: la Dignidad. Condición vital concreta que permite la humanidad en plenitud, no es negociable; desnuda los falsos orgullos fetichistas e idolátricos que generan asimetrías, exclusiones y divisiones. La dignidad, contrariamente al orgullo, produce autoestima. Es la condición necesaria para el reconocimiento propio; nos permite el encuentro con la/el otro en condición de iguales. Desde la experiencia de nuestros pueblos, se asocia al buen vivir que pregonan y viven. La dignidad implica pasar de la compasión a la solidaridad, donde los pobres y excluidos no son objetos de nuestra caridad, sino que nos preceden en el camino de recuperación de su dignidad, son sujetos y su lucha es la nuestra.

Considerar la Tierra-Creación como el espacio real, concreto que da sentido macroecuménico a nuestra resistencia, identidad y dignidad, debe afirmar una Memoria colectiva. Los pueblos originarios nos recuerdan cómo «en un tiempo anterior, las diferencias no existían; se era con los otros en igualdad e integralidad»; sus formas de vida de generación en generación han estado en congruencia con esa memoria. No así con los proyectos modernizadores y capitalistas que han olvidado y ocultado que es posible producir humanidad para el buen vivir. Los actuales movimientos de liberación hacen de sus consignas letra viva y mantienen vivas las memorias producidas desde América Latina, se niegan al abandono. Por ello, cada vez que recordamos, conmemoramos o convocamos a no olvidar hay dolor, pero también regocijo, por la esperanza de seguir caminando hacia una nueva humanidad.

Teniendo presentes estas provocaciones, testimoniamos lo macroecuménico también como una espiritualidad y un compromiso crítico que ha superado lo propio para encontrarse con las/los otros; es también un esfuerzo por existir y el deseo eficaz y genuino de ser con otros/as desde diversas identidades y trincheras de lucha. Es por ello que creemos que la resistencia, la identidad, la dignidad y la memoria son lo común que hoy compartimos desde el ser latinoamericano en la apuesta macroecuménica y que la Tierra-Creación es lo que nos inspira y mueve a articularnos continental, regional, local, comunitaria y personalmente para creer que otros mundos son posibles. Quienes nos identifiquemos como macroecuménicos debemos producir humanidad profundamente ecológica, dialogante, respetuosa y convocadora de todo lo que aporte a la vida plena. Y este ser y hacer, requiere sujetos que se reconozcan plenos, con dignidad y libertad para actuar y discernir a favor del buen vivir para toda la Creación.

 

CEE, Centro de estudios ecuménicos

México DF, México