Libertad, liberación y opción por los pobres

Libertad, liberación y opción por los pobres

Francisco Aquino Júnior


Libertad y liberación son características fundamentales de la vida humana que se implican mutuamente. Por un lado, el ser humano es libre para hacer su vida: cada uno la hace a su modo, como puede. Por otro lado, la libertad es una conquista, un proceso de liberación: la persona necesita ir liberándose de los obstáculos y amarras que dificultan su realización.

Sin libertad y sin proceso de liberación la vida humana es sencillamente imposible, un proyecto fracasado. Por eso, los procesos de liberación y las reales conquistas de libertad son tan queridos para la humanidad, particularmente para las personas y los grupos que tienen cercenada o negada su libertad. Es ahí donde los procesos de liberación se hacen más urgentes y más fecundos: liberación económica, social, política, cultural, de género, sexual, ecológica, religiosa, etc. Y es ahí donde libertad, liberación y opción por los pobres se encuentran visceralmente unidas: los pobres/oprimidos son, simultáneamente, la medida y el criterio real del grado de libertad efectiva de una sociedad, y el lugar más apropiado y fecundo de conquista y realización efectiva de la libertad.

Dimensión individual

Por más que forme parte de una sociedad, que esté inserta en una cultura y que sea condicionada por esta sociedad y esta cultura, cada persona va haciendo su vida a su modo. Nadie es igual a nadie. Cada quien va tomando decisiones, opciones, que van configurando la vida. La persona necesita haber asegurado (de modo real, no sólo abstracto) cierto grado de libertad y, cuando ésta es negada o cercenada, lucha para conquistarla. En este sentido, la libertad y los procesos de liberación tienen una dimensión individual: es la libertad de hacer la propia vida de una manera u otra, la liberación de los obstáculos y amarras que dificultan o impiden la realización personal. Las sociedades y las culturas liberales son particularmente sensibles a esta dimensión individual de la libertad, por lo menos formalmente. Lo que se constata es que la gran mayoría de los individuos de esas sociedades tiene un nivel de libertad extremada-mente limitado. En principio, todos pueden casi todo; en la práctica, la gran mayoría no puede casi nada...

Dimensión social

Ciertamente, cada persona tiene que hacer su vida. Por eso la libertad y el proceso de liberación tiene una dimensión individual irreductible que necesita ser reconocida, asegurada y potenciada. Sin embargo, nadie nace solo ni vive solo. La vida humana tiene también una dimensión social que dice relación tanto a las relaciones interpersonales, cuanto, sobre todo, a las estructuras de la sociedad. Vivir la vida es una tarea social y, no raras veces, una tarea conflictiva: mis intereses, mis opciones, mis decisiones son condicionadas y posibilitadas por los otros y pueden entrar en conflicto con otros intereses, opciones y decisiones. No se trata sólo de conflictos interpersonales. Los conflictos tienen una dimensión estructural fundamental, en la medi-da en que las estructuras de la sociedad ejercen un papel determinante en la reglamentación y en el control de la vida colectiva, posibilitando y capacitando a unos pocos para la realización de sus intereses, y dificultando o incluso impidiendo a la gran mayoría de la población el satisfacer incluso sus necesidades básicas. De ahí que el ejercicio y la conquista de la libertad hacen relación, también y en gran medida, a las estructuras de la sociedad.

Y, aquí especialmente, la opción por los pobres tiene un lugar y una función fundamentales: impone un límite al ejercicio individual de la libertad (la necesidad del otro es un límite a mi derecho) y determina las prioridades de los procesos de liberación y de sus mediaciones (qué es necesario hacer, qué libertades potenciar). Las sociedades y culturas tradicionales (por el peso de las tradiciones y las costumbres) y los países de régimen «socialista» (por la importancia de lo colectivo y el peso del Estado) son particularmente sensibles a esa dimensión social de la vida, pero acaban restringiendo excesivamente el ejercicio individual de la libertad.

Dimensión histórica

El ejercicio de la libertad y los procesos de liberación, tanto en su dimensión individual cuanto en su dimensión social, se dan de forma procesual e histórica, son procesos históricos. Son procesos, en cuanto que no se dan de una vez por todas (la libertad no es simplemente un dato, es una conquista permanente), ni a partir de la nada (ciertos niveles de libertad potencian y capacitan el ejercicio de la libertad y los procesos de liberación). Son históricos, en cuanto que se constituyen como procesos individuales y/o colectivos de apropiación y creación de posibilidades reales de actuación. No todo es posible en cualquier época, en cualquier lugar o en cualquier situación (¡querer no es sin más poder!), pero siempre es posible algo (siempre se da algún margen de libertad, ¡por pequeño que sea!). Y en la medida en que vamos apropiándonos de posibilidades reales que están a nuestro alcance, vamos ensanchando el abanico de las posibilidades de acción y vamos capacitándonos para la creación de nuevas posibilidades. Por eso la importancia de las mediaciones teóricas y prácticas en el ejercicio de la libertad y en los procesos de liberación.

Y aquí aparece, una vez más, la importancia fundamental de la opción por los pobres. Ya sea como criterio y medida del grado efectivo de libertad de una sociedad (luz), o como criterio de determinación de las posibilidades de acción a ser asumidas, individual y/o colectivamente (camino). Los pobres y oprimidos son, siempre, el criterio y la medida reales del ejercicio de la libertad y de los procesos de liberación.

Dimensión teologal

Por fin, libertad y liberación tienen una estricta dimensión teologal (que incluye y da acceso a Dios) y teológica (hace relación a Dios mismo). La presencia y acción de Dios en la historia y la consecuente experiencia e interacción con Él de las personas y de los pueblos se dan en procesos históricos de liberación y de conquista de libertad que hacen de esos mismos procesos algo profundamente espiritual, religioso, transcendente, teologal, teológico –poco importa la expresión–. Como afirma Juan Luis Segundo, liberación y salvación son «los términos cardinales para expresar la acción divina y, en el Nuevo Testamento, la misión de Jesús, la finalidad de su vida, su acción y su mensaje». En el mismo sentido va la afirmación e insistencia de Ignacio Ellacuría de que «liberación es un concepto que representa la esencia misma del mensaje revelado, del don salvífico de Dios a los humanos». Y tal como aparece en las Escrituras judaico-cristianas, libertad y liberación están estrechamente vinculadas a la situación y a la suerte de los pobres y oprimidos. Por eso mismo afirma Ellacuría: «esta vinculación de la liberación-libertad con los pobres y la pobreza es uno de los puntos esenciales de la concepción cristiana de la liberación-libertad»; «la referencia a los pobres como definidora de la liberación, sitúa este concepto en su justa perspectiva». De modo que, «la liberación como proceso colectivo, cuyo sujeto principal son los pobres, es la respuesta cristiana al problema de la libertad colectiva que posibilita y potencia la libertad personal». En la perspectiva cristiana, dice, «no hay libertad sin liberación», y no hay liberación sin «referencia esencial a los pobres y a la pobreza». Así, la opción por los pobres se impone como la única manera real y efectiva de luchar por la liberación de todos y de garantizar su libertad. La universalidad de la libertad (de todos) pasa por la liberación de los pobres y oprimidos de este mundo (las víctimas).

Así, hemos visto en primer lugar que libertad y liberación hacen relación a los individuos y a los pueblos y, por tanto, deben ser vividas y realizadas. La libertad individual no puede ser pensada ni vivida independientemente de la libertad colectiva ni mucho menos en contradicción con ella. Aquí, la importancia fundamental de la opción por los pobres en el ejercicio y en la conquista de la libertad impone límites, direccionamientos y prioridades en su ejercicio.

En segundo lugar, hemos visto que libertad y liberación son procesos históricos: fruto de luchas y conquistas; mediadas por la apropiación de posibilidades teóricas y prácticas.

Y hemos visto en tercer lugar que tienen una dimensión teologal y teológica, y que guardan relación a la experiencia de Dios, que según la tradición judaico-cristiana se constituye como experiencia histórica de liberación de toda forma de opresión y dominación, o que en todo caso se da siempre en procesos históricos de liberación y de conquista de la libertad.

Esa comprensión más amplia y compleja del ejercicio y de la conquista de la libertad nos debe capacitar en el ejercicio cotidiano de la libertad y en los procesos históricos de liberación, para más allá de los reduccionismos individualistas y/o colectivistas, de los idealismos y de los fatalismos, de los materialismos y espiritualismos, y de los universalismos cínicos y crueles que sacrifican millares de vidas en el altar de los propios intereses... Los pobres y oprimidos de este mundo son testigos y jueces de nuestra libertad y de nuestros procesos de liberación...

 

Francisco Aquino Júnior

Limoeiro do Norte, CE, Brasil