Libertad, libertad!
¡Libertad, Libertad!
Ivone Gebara
Propongo comenzar por la etimología de la palabra, pues indica algo próximo a la experiencia que la vio nacer y nos entrega una llave para abrir la palabra y narrar algo de su irrupción histórica. La palabra libertad viene del latín, libertas, que viene de líber, tenue tejido que permite la circulación de la savia de las plantas. Si la líber está bloqueada, por cualquier motivo, la planta puede morir. Por analogía, líber también se atribuye a la vida humana y a la necesidad que tenemos de que nuestra savia humana, nuestra sangre, nuestra respiración, circulen, haciendo posible nuestra vida. Nuestra líber, o sea, los tejidos por los cuales corre nuestra energía y nuestra savia, necesitan estar en buenas condiciones y sin obstrucciones para que nuestro cuerpo esté bien. Si esa savia está bloqueada, decimos que nos falta libertad, no circula bien nuestra savia vital. Un prisionero entre rejas, un encadenado, una persona impedida de hablar, una multitud de hambrientos... tienen su líber obstruida. Y el movimiento para restaurar la circulación puede ser llamado «búsqueda de la libertad».
Podemos decir que la historia de la libertad acompaña la historia humana. Cada vez que nuestra savia vital, sea a nivel personal o colectivo, se ve bloqueada por fuerzas externas o internas, sentimos un malestar que caracterizamos como «falta de libertad», o sea, falta de circulación adecuada de nuestra savia vital, lo que es una amenaza a la vida en sus diferentes dimensiones. Es en ese sentido se acuñó la expresión «¡libertad o muerte!», o sea, la muerte como alternativa, o más exactamente como falta de alternativa, a la búsqueda de libertad. Muertos, ya no nos ocupamos de mantener nuestra savia vital.
Constatamos que la búsqueda de la libertad es un proceso continuo, no abarcable en todos sus aspectos, y nunca terminado. En ese proceso estamos continuamente bloqueando la savia vital, unos de otros, para afirmarnos como señoras y señores unos de los otros. Por eso la libertad es un complejo movimiento de lucha continua; viene y va, es buscada, perdida y reencontrada, como parte de nuestra propia vida. Es ése el palco de la historia humana y la de todos los seres y cosas que se conectan con ella. Acoger esa verdad temporal, mutable y limitada de la libertad como un valor siempre renovable es, en cierta forma, liberarnos de los muchos absolutismos que construimos y nos imponemos.
A lo largo de la historia, de forma sutil o autoritaria, unos a los otros, nos imponemos modelos de libertad, peleamos hasta la muerte por situaciones que creíamos ser el anuncio de la libertad perenne. En la misma línea declaramos a algunas personas libres y a otras esclavas, identificamos la libertad con estados de bienestar económico, político y social o con una práctica religiosa. Queremos también dirigir y reglamentar la libertad a partir de ideologías o de utopías sociales y religiosas, creyendo en ellas como soluciones para la crueldad humana o para las relaciones injustas. Sin embargo, la mayoría de las veces fracasamos, pues lo que era el objeto de nuestra libertad se volvió una forma de prisión y hasta de suplicio para otros, y muchas veces para nosotros mismos. En el largo y renovado proceso de llegar a ser humanos, de responder a aquello que llamamos «vocación a la libertad», nos perdemos, nos volvemos inhumanos y llegamos incluso a renunciar a la libertad de los otros y a la nuestra por mantener una idea a veces anacrónica de libertad o por defender una seudo-libertad.
En nombre de ésta podemos eliminar personas, negarles derechos, bloquear sus pasos considerándolas nocivas a la realización de algo que llamamos nuestra libertad individual. ¡Cuántas veces regímenes políticos, universidades, religiones eliminaron personas de gran valor, porque disentían de teorías científicas o de creencias religiosas vigentes! Usaron la palabra libertad como excusa para mantener su tiranía y su dominio sobre cuerpos y conciencias. ¡Cuántos asesinatos en nombre de la libertad, cuántas hogueras encendidas para quemar vivos cuerpos de mujeres y hombres cuyo crimen fue pensar y vivir de forma autónoma y permitir que su savia vital circulara!
Hoy estamos siendo invitadas/os a liberarnos de los esquemas preestablecidos de libertad y a asumir posturas críticas ante nuestros propios conceptos. Aunque necesitemos pedagogía y metodología para vivir libremente, la búsqueda de la libertad es mayor que los pequeños esquemas que nosotros nos creamos. La libertad comienza con algunos pasos fundamentales para el mantenimiento de la dignidad de nuestra vida, y sigue su proceso de transformación al ritmo de los nuevos desafíos que la historia nos lanza. La libertad parece no identificarse con modelos fijos de comportamiento, pero fluye con el fluir de la vida. De ahí la dificultad inherente a la búsqueda de libertad. Como decía Paulo Freire, hay que desear «ser más» de lo que estamos siendo. Es preciso no contentarse con lo aprendido de la lectura; es preciso escribir libros a partir de la vida cotidiana. No buscar buen alimento sólo para los hijos, sino para todos. No basta que algunos tengan derechos garantizados; es preciso que el derecho se extienda a todos y se renueve conforme a las necesidades del momento.
La dinámica de la libertad es la dinámica de la manutención de la vida individual y de la vida colectiva común. Es la fuerza vital fluyendo en mí y en ti, fluyendo en nuestro pueblo, y también en otros pueblos. Los procesos de afirmación de la libertad o de desbloqueo de la energía vital que nos mantiene vivos, están marcados por la contradicción inherente a la condición humana y acentuada por la ganancia multiforme que nos caracteriza. La savia vital corre mezclada con las fuerzas de muerte, la ambición, el autoritarismo, el egoísmo, la verdad y la mentira, el cambio de posiciones e intereses que nos caracterizan. Por esa razón necesitamos estar vigilantes para no caer en la tentación de imponer nuestros modelos idealizados a personas o a situaciones que muchas veces son bastante especiales y particulares. Y más que eso, necesitamos guardarnos de la tentación de usar la palabra libertad en vano, sobre todo cuando la atribuimos a sistemas económicos o a las instituciones que creamos.
Por ejemplo, es común oír hablar de la «libertad del mercado capitalista»... entendiendo por ello la imposición de leyes establecidas por las élites que dominan el comercio nacional y internacional. Libertad sería aquí la circulación de la savia vital de algunos de forma incontenida y desmedida, y siempre en beneficio propio, perjudicando la savia vital de la mayoría. O podríamos pensar en la libertad de los blancos en detrimento de la esclavización de los negros, o de la dominación masculina en detrimento del derecho a la dignidad de las mujeres. La libertad guarda en sí muchas posibilidades, ambigüedades y contradicciones.
Con todo eso se está queriendo llamar la atención sobre el uso indebido de la palabra libertad, afirmando la necesidad de no contentarnos con la aparición de la palabra en un texto político o en un discurso público o incluso en una poesía, pensando que ya se está por ello a la busca de ese valor precioso. Sola la palabra, sin las acciones correspondientes, puede ser una trampa peligrosa. Por esa razón es preciso siempre preguntar en qué sentido la palabra está siendo usada, y en beneficio de quién. Hay que desentrañar continuamente las motivaciones de aquello que llamamos «búsqueda de libertad». Ésta implica un renovado proceso educativo que nos invita a entender mejor la multiplicidad de usos y costumbres en torno a una misma palabra. Por eso, el educador Paulo Freire hablaba de «pedagogía de la libertad», para indicar la complejidad de ese proceso y la necesidad de modificarlo y comprenderlo siempre de nuevo, de acuerdo con las nuevas situaciones.
La libertad no es una adquisición tranquila, sino algo parecido a un valor fundamental que experimentamos una y muchas veces de forma renovada y continua. Y, en ese sentido, la libertad se aproxima al amor, a la verdad, la bondad, o sea, a todos esos valores humanos que buscamos incesantemente. Ninguna experiencia de libertad o de amor o de verdad agota la libertad, el amor y la verdad. Cada experiencia es una figura, una expresión de aquello que buscamos y buscaremos hasta el último suspiro de nuestras vidas. Esa multiplicidad de expresiones nos invita a respetarnos y al mismo tiempo a dialogar con las personas que tienen experiencias y visiones diferentes. La libertad necesita del diálogo con nosotros y con los otros para manifestarse y seguir su camino en el camino de la historia humana. La libertad es una incansable exigencia personal y colectiva, un llamado constante dirigido por la Vida a todas las vidas para que busquen mantener la savia vital que está en mí, pero que es siempre para más allá de mí. La savia vital es el Misterio de la Vida, que grita sin cesar en nosotros: ¡Libertad, Libertad!
Ivone Gebara
Camaragibe, PE, Brasil